Los eventos trascendentales de la historia suelen provocar diferentes respuestas en diferentes personas. Un cambio de gobierno en los Estados Unidos es sin duda uno de esos momentos, a juzgar por las discusiones en la prensa y los medios sociales. Algunos ven los albores del nuevo gobierno como la esperanza de un futuro más brillante, más bondadoso y más igualitario. Otros lo consideran el comienzo del fin, el preludio de la desgracia nacional, la decadencia y el colapso final.

Como sucede en otros aspectos de la vida, las actitudes de los medios y las personas revelan menos sobre el evento en sí que sobre los valores, deseos y esperanzas de los que buscan procesarlo. Los lentes y los filtros de las personas —nuestros sesgos humanos— alteran, en efecto, el resultado.

El hecho de que como seres humanos, procesamos lo que sucede de manera diferente es un axioma que, en efecto, incluye a los adventistas del séptimo día en los Estados Unidos y en otros países. Al tamizar los eventos por nuestras tamices personales, cada uno de nosotros llega a conclusiones que a menudo difieren de nuestros colegas. En ocasiones, una regulación, reglamento o ley específica significa un mundo de diferencia en nuestro conjunto de creencias. A menudo, sin embargo, nuestras convicciones son mucho más profundas que ello.

Si añadimos a ello la comprensión adventista basada en la Biblia sobre el papel de los Estados Unidos en la profecía —la certeza de saber el fin antes de que suceda— más la bien situada ansiedad adventista para que Cristo regrese, y se produce lo que algunos podrían denominar “una tormenta perfecta” —una tendencia personal, en ambos lados del espectro— de leer las noticias del día y sacar conclusiones apresuradas y a medio desarrollar.

Lo que los comentadores tanto informales como formales suelen pasar por alto es el hecho de que comprender el bosque al describir árboles en esencia diferentes no altera al proverbial bosque. Existe una estructura general, una narrativa abarcadora que trasciende cualquier evento terrenal. Para ilustrar este punto, podemos repasar un ejemplo bíblico.

Más allá de los reyes y los reinos, Dios

En Daniel 4, leemos cómo, después de que la razón del rey Nabucodonosor fue restaurada, él dio la gloria al Dios del cielo. Entonces, escribe Elena G. White en Profetas y reyes, se cumplió “el propósito de Dios, de que el mayor reino del mundo manifestase sus alabanzas” (p. 383). A través de todo ello —las amenazas, los sueños, el entrenamiento, los desafíos de adoración e incontables días apagados de servicio burocrático en el palacio— Daniel estaba, sin saberlo, haciendo su parte para que pudiera alcanzarse el propósito último de Dios en ese momento de la historia.

El libro de Daniel revela de qué manera los propósitos de Dios trascendieron a un gobierno específico. El siguiente rey que se menciona en la Biblia después de Nabucodonosor es el mucho más débil Belsasar. A pesar de ello, Belsasar sigue siendo parte de la cabeza de oro de la estatua que Daniel vio en un sueño. Pero en las buenas o en las malas, tanto mediante Nabucodonosor como mediante Belsasar, los propósitos de Dios se cumplieron. Y entonces llegó Darío el Medo con un gobierno diferente y un enfoque diferente. Daniel asumió un nuevo cargo, con nuevos enemigos y renovados desafíos. Nada, sin embargo, podía alterar los planes de Dios para hacer que se revelara su voluntad, no solo a su pueblo sino también hasta los confines de la tierra.

¿Por qué? En términos simples, porque “como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora” (El Deseado de todas las gentes, p. 23). No hay plataforma política, no importa cuán apreciada u opuesta pueda ser a nuestras certidumbres individuales o colectivas, que pueda cambiar el curso de los designios de Dios. El mismo Dios que, según aceptamos por fe, “quita reyes y pone reyes”(Dan. 2:21) dirigirá la historia del gran conflicto hacia su final profetizado. Sin atajos. Sin retrasos.

¿Qué decir de los Estados Unidos?

Los cristianos adventistas, anclados en las profecías de las Escrituras, afirman dos cosas sobre los Estados Unidos, algo que siempre han hecho.

  1. Los mejores días de los Estados Unidos están en el futuro porque, no importa el gobierno de turno o nuestras creencias y convicciones, los propósitos de Dios para los Estados Unidos y el mundo se cumplirán. No hay agente humano que pueda impedirlo o detenerlo.
  2. Al mismo tiempo, los peores días de los Estados Unidos están en el futuro porque, según la capacidad divina de predecir el futuro, la conclusión profetizada de la historia terrenal incluirá desafíos “cual no [los] ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni [los] habrá” (Mat. 24:21). Según, una vez más, la profecía bíblica, esos desafíos incluirán un papel preeminente de los Estados Unidos de América.

¿Qué podemos hacer?

Entonces, ¿qué podemos hacer como adventistas del séptimo día al ser impulsados como observadores privilegiados de la historia? A continuación se presentan cuatro sugerencias.

  • Afirmemos nuestra confianza última en el Dios que obra por medio de los gobiernos terrenales pero que también los trasciende. Repasemos y reflejemos otra vez en le libro bíblico de Daniel. Parece ser historia antigua, pero es tan actual como la actualización diaria de las noticias. Al hacerlo, renovemos nuestra confianza y fe en el Dios que, no importa qué suceda en los Estados Unidos u otros lados, llevará el gran conflicto a su conclusión revelada.
  • Aprovechemos al máximo nuestras oportunidades para la misión. Al igual que Felipe y el etíope en Hech. 8:26-39, ahora es tiempo de aprovechar al máximo cada oportunidad que tengamos de abrir los ojos de otras personas al explicarles las Escrituras. Es el momento de “hacer las obras del que [nos] envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”(Juan 9:4).
  • Refrenemos nuestra impaciencia profética. Como cristianos que creemos en la Biblia, queremos que nuestro Mesías venga hoy. En nuestra comprensible inquietud, a menudo nos apresuramos a sacar conclusiones sobre la base del último titular de noticias. Haríamos bien en no permitir que el evento más cercano delante de nuestros ojos influya sobre nuestra comprensión general de las profecías. Al mismo tiempo, acaso sea buen momento para atemperar nuestros juicios, pensando dos veces antes de atacar las opiniones de nuestros hermanos, ya se en los medios sociales o en otra parte. Elena G. White nos recuerda que “bajo Dios, cada uno ha de hacer su trabajo señalado, respetado, amado y animado por los otros obreros. Juntos han de llevar adelante la obra hasta completarla” (Los hechos de los apóstoles, p. 223).
  • Disfrutemos de la travesía. Somos una generación privilegiada, dado que la mayoría de las profecías bíblicas ya han sido cumplidas. Es tiempo de abrazar nuestra función en la historia, no como una pesada carga sino como un privilegio, con la certeza de que seguramente veremos cosas más grandes que estas (véase Juan 1:50), y que “el que persevere hasta el fin, ese será salvo” (Mat. 24:13).

Sin duda, lo mejor está por venir.

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