10 de marzo de 2022 | Miami, Florida, Estados Unidos | Por Roberto Herrera
Tal vez cada uno en su momento; y creo que todos en los últimos dos años, hemos experimentado circunstancias que nos permiten identificarnos con las palabras escogidas por el apóstol Pablo para agradecer a Dios mientras hablaba a los miembros de la iglesia en Corinto: “Hermanos, queremos que sepan cuántas dificultades tuvimos en la provincia de Asia. Fue una prueba tan dura que ya no podíamos resistir más, y hasta perdimos la esperanza de salir con vida. Nos sentíamos como condenados a muerte. Pero esto sirvió para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Y Dios nos libró y nos librará de tan gran peligro de muerte. Confiamos en que seguirá librándonos” (2 Corintios 1:8-10, DHH).
Pablo dice cosas muy importantes en estos versículos. Una de las cosas que nos recuerda es que el ser creyentes o incluso servirle a Dios fielmente, no nos exonera de tener que enfrentar problemas, pruebas y hasta tragedias sin sentido. De alguna manera, ver a un hombre como Pablo hablar de momentos en que pensó que no saldría de ellos, nos recuerda que no estamos solos cuando se trata de enfrentar el día malo, o de llegar a ese punto en que se pierde hasta la esperanza.
Debemos agradecer a Pablo que, después de haber pasado la situación que lo llevó a sentirse sin fuerzas, sin esperanza y condenado, reflexionó sobre lo ocurrido y nos regaló bajo la inspiración divina algunas verdades fundamentales para poder vivir con éxito la vida cristiana.
Pablo habla desde la perspectiva de la experiencia y la fe cuando nos dice que lo que le pasó sirvió para aprender a no confiar en él mismo, sino en Dios. Y la razón que da para poner nuestro enfoque en Dios en lugar de ponerlo en las circunstancias, es que Dios tiene poder para resolver incluso la circunstancia más extrema que podemos enfrentar en este mundo, a saber, la muerte. Si eso pasara, Dios tiene poder para resucitarnos.
Pero tal vez lo más poderoso que Pablo nos dice en estos textos es que nuestro Dios ejerce su poder y muestra su misericordia en nuestro favor, en una forma que cubre nuestras necesidades pasadas, presentes y futuras. De esta manera, la obra de Dios en nosotros es completa y perfecta.
¡Dios nos libró, nos está librando y nos librará! ¡Gloria a Dios! No podemos pedir más, no hay un programa de vida que supere lo que Dios nos da por su gracia y poder.
Lo que Pablo nos está tratando de decir es que Dios le enseñó por medio de esas pruebas, que cuando llegue el día en que pensemos que es el final, sería bueno recordar que nuestro Dios nos ha mostrado su amor y su poder en el pasado, librándonos de situaciones que en su momento fueron estresantes o traumáticas. En este sentido, al cristiano le hace bien recordar la forma como Dios lo ha tratado en el pasado para poder enfrentar con fe y esperanza el presente y el futuro. Cuánto sentido tienen estas conocidas palabras de Elena G. White: “Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada.”—Notas Biográficas de Elena G. White, 216 (1902).
La mayor liberación que hemos recibido de Dios en el pasado, fue la liberación de la odiosa condenación por nuestros pecados, como lo afirma el propio Pablo en Romanos 8:1.
Pero Dios también nos está librando ahora mismo y cada día de nuestra vida. Su relación con nosotros es constante; y siendo que somos parte de su creación, él nunca nos abandona ni nos deja solos. Por el contrario, nos sustenta y a través de su providencia tiene nuestra vida y nuestra historia en sus manos y cada día nos ayuda para que el pecado no pueda enseñorearse de nosotros. (Romanos 6;14).
Finalmente, el apóstol Pablo nos anima a mirar hacia delante con optimismo y esperanza, no basados en algún plan que hayamos desarrollado, o alguna ayuda que cualquier otra persona nos haya prometido, sino porque nuestro Dios nos librará. Es decir, somos personas en quienes Dios sigue trabajando hasta completar su obra. En Filipenses 1:6, el mismo Pablo aseguró que Dios terminará la obra que comenzó en nosotros. Debido a esta promesa, e independientemente de las circunstancias que nos rodeen, nuestro futuro es brillante y nuestro triunfo está asegurado en Cristo Jesús.
Ciertamente, en todas las épocas Dios ha demostrado tener la capacidad de librar a sus hijos de las más difíciles pruebas, del horno de fuego más ardiente y de las amenazas o ataques de aquellos que se creen poderosos (Dan. 3:17). Y nosotros hoy, no tenemos ninguna razón ni motivo para dejar nuestra fe en el Señor que nos ha librado, nos libra y nos librará siempre.
Roberto Herrera es director de Mayordomía de la iglesia en la División Interamericana.