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Por William G. Johnsson

Tanto se ha escrito sobre el finado papa Juan Pablo II que, es superfluo añadir más comentarios. Su vida, trabajo e influencia han sido analizados extensamente; no hay nada que alguien podría agregar. En los puntos que expongo a continuación intento expresar una perspectiva personal, no oficial sobre el Papado al pasar de uno de sus más poderosos dirigentes a un nuevo pontífice.

Primero, una palabra a aquellos católicos romanos que leerán este editorial. Algunos adventistas del séptimo día, con más celo que amor, se han apoyado en la muerte del papa para lanzar ataques virulentos contra los católicos. Estas personas representan un grupo minúsculo de la iglesia adventista, pero vociferador, que ve su misión como publicar anuncios periodísticos y erigir carteles denunciando a los católicos. Al hacer esto, consternan y lastiman a los adherentes de la fe a la cual se oponen.

Los adventistas del séptimo día tienen un mensaje positivo para el mundo. Creemos que el señor nos levantó para proclamar el «evangelio eterno» a todos los que moran en la tierra, a toda tribu, lengua y pueblo — decir a todas las naciones que ha llegado la hora del juicio de Dios y de adorar, al Creador y Señor de todo» (Apoc. 14:6, 7). No estamos, principalmente, contra ninguna persona o cosa- estamos por Jesucristo y la salvación gratuita que él ofrece.

Los adventistas que siguen un curso negativo, deben aprender de sus hermanos y hermanas en Sudamérica. En esa región, donde nuestra iglesia mundial tiene su mayor fuerza y continúa creciendo a brincos y saltos, los adventistas adoptan un acercamiento positivo hacia sus vecinos quienes, en su mayoría, son católicos romanos. Al actuar así, siguen los consejos de Elena White, quien escribió sobre la sinceridad individual de los católicos y de cómo compartir, lo mejor posible, nuestro mensaje con ellos.*

Ahora, una palabra a los adventistas en general. ¿Están abiertos nuestros ojos para ver y entender los asombrosos acontecimientos de las últimas semanas? En toda la historia del papado no se ha dominado tanto la atención universal como en estos días. La cobertura sin precedente por los medios noticiosos de los últimos días y los servicios funerales de Juan Pablo II, y la elección de su sucesor; la reacción mundial a la muerte del papa, con las banderas izadas a media asta, y aun la Cuba comunista declarando tres días de luto; el cuadro de tres presidentes de los Estados Unidos arrodillándose frente al féretro; el funeral en una escala de poderoso monarca (y muy por encima de la del Fundador del Cristianismo)–si todo esto no nos despierta, ¿qué lo hará?

Los adventistas, basados en las profecías de Daniel y Apocalipsis, por mucho tiempo han predicho que el Papado jugará un gran papel en los eventos del tiempo del fin. En el transcurso de los años, algunos de nosotros hemos arrojado dudas sobre esa interpretación: arguían que el Papado estaba perdiendo su influencia, que algún otro poder –primero, el comunismo; más recientemente, el islamismo se ajusta al escenario bíblico.

Estaban equivocados, absolutamente equivocados.

En estos días de cortesías ecuménicas pareciera ingrato señalar en qué difieren los adventistas del Papado. Pero la verdad exige que lo digamos con amor, pero sin ambigüedades.

Los adventistas del séptimo día, aún somos protestantes.

Protestamos, como protestaron Martín Lutero y otros reformadores, porque cuanto más Roma cambia, más permanece igual.

Protestamos la institución de un sacerdocio humano, cuando las Escrituras enseñan que Uno sólo está calificado para ser nuestro Sacerdote — él que es Hijo de Dios e Hijo del Hombre, Jesucristo.

Protestamos el sacrificio de la misa, que contradice la enseñanza bíblica de que Jesús murió una vez y por todas, un sacrificio simple por el pecado que nunca debe ser repetido (Heb. 9:26).

Protestamos la exaltación de Maria la madre de Jesús, mujer bendecida, pero un ser humano como todos nosotros, que en ninguna parte en la Escritura se selecciona para ser adorada.

Protestamos la ambigüedad en el evangelio fundamental — por gracia solamente, sólo por la fe (Eph. 2:8-10) — que el papado perpetúa con su doctrina de méritos.

Protestamos la unión del poder político y el espiriual que ha caracterizado el papado por más de 1,500 años, y que es aún más evidente hoy. La historia demuestra que ésta es una mezcla maligna que crea opresión religiosa.

Los adventistas del septimo día somos aún protestantes. Mientras que el papado conserve estas creencias y prácticas, no podemos tener ninguna parte en ella. Respetamos y amamos a los católicos romanos individualmente; debemos protestar estas ideas por motivos de conciencia.

*Mensajes Selectos, tomo 3, pág. 436, 443; Testimonios, tomo 9, pág. 240, 241, 243.

William G. Johnsson es el editor de Adventist Review (Revista Adventista en inglés).

Image by ANN. Adventist Review (Revista Adventista)

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