1 de octubre, 2007 Buchanan, North Dakota, Estados Unidos…. [Elizabeth Lechleitner/ANN]
Con el nombre que le da la gente de la localidad, «iglesia del milagro de las calabazas», la iglesia Adventista del Séptimo Día Marripalli en el sureste de India, es una de las 11 iglesias en el estado de Andhra Pradesh de India, financiada con calabazas por una voluntaria de Maranatha plantadas en 1.5 acres del patio trasero de la casa de Cheryl Erickson.
«Estas son calabazas de Dios», dijo la señora Erickson. «Yo solamente las cosecho».
Y por pick (recoger) el autodespreciativo de los dakotanos del norte significa plantar, cultivar, regar, orar por, cosechar, amontonar, lavar, descargar y vender con su esposo Dwight. La pareja recibe ayuda de sus cuatro hijos y una pila de vecinos, amigos y voluntarios de la iglesia entre las edades de 4 a 89. El personal de los Erickson carga unas 60,000 libras de calabazas, cuatro veces durante una cosecha normal.
«Es una forma maravillosa de relacionarnos con la comunidad y servir al Señor», dijo Doug Opp, un amigo de mucho tiempo de la familia Erickson y pastor de la iglesia Luterana local de St. John. Por tres años, los estudiantes de la clase de confirmación de la iglesia y sus padres han ayudado a plantar y recoger calabazas como su proyecto de servicio anual.
La señora Erickson empezó a sembrar calabazas hace unos ocho años cuando la economía de la región agrícola desaparecia. «Comencé a mirar cosechas especializadas que yo pudiera cosechar bastante en una área muy pequeña», dijo ella. Después de considerar flores secas, yerbas y lavanda, Erickson se quedó con las calabazas. Dadas las condiciones de una cosecha ideal, solo un cuarto de acre de cosecha podría llenar suficientes pastelones de calabaza por cada horneada en el condado.
Ese primer año, Erickson decidió colocar su «dinero de calabazas» en un proyecto de llegar a la comunidad, pero dijo que nunca se imaginó que terminaría apoyando a Maranata en la construcción de iglesias en la India. Entonces, escuchó sobre la necesidad de ese país de facilidades permanentes de adoración durante los servicios de adoración de los sábados, en su pequeña iglesia en la zona rural de Cleveland, con una población de 100.
Erickson supo que cada iglesia costaba entre $3,000 y $7,000. Con la venta de calabazas a $2 cada una, «Yo sabía que yo tenía que plantar mucho», dijo riéndose.
El próximo año, todas esas profundas arrodilladas–Erickson siembra cada semilla a mano– dieron una cosecha de 5,000 calabazas ese primer otoño en el 2000. Por lo que todas las tiendas de comestibles locales estaban ya repletas con calabazas cosechadas por agricultores del área, Erickson se preocupó de que podía quedarse con el depósito lleno de calabazas podridas hasta que un dueño del mercado agrícola en West Fargo dijo que las compraría todas.
Desde entonces, Erickson ha viajado las 100 millas a Fargo cada otoño con un camión lleno de calabazas que logra superar las ratas, insectos y otras plagas -además de la falta de cooperación del clima de Dakota del Norte.
Un año, el gerente de producción de Hugo's Groceries (Abarrotería Hugo) cerca a Jamestown llamó y le dijo a Erickson que quería un cargamento de sus calabazas para los primeros días de agosto, un mes antes que ellas típicamente maduran. Ella se asustó. «Solo dos de mis calabazas estaban maduras». Pero, le dije, «Está bien, nosotros las tendremos listas». Y luego me fui a mi casa y oré como enojada».
La siguiente semana, Erickson dijo que las temperaturas subieron por encima de los 80 grados y dos semanas más tarde, tenía 2,000 calabazas maduras recogidas, empacadas y levantadas por carretilla elevadora a palés listas para entregar. «Dios se superó», dice Erickson.
Cuando el gerente de producción supo toda la historia, le dijo, «Creo que Dios está en su sembrado de calabazas».
Jefrey Wilson, quien dirige la Agencia Adventista de Servicios Fideicomiso para la iglesia mundial y se asegura que las ganancias de las calabazas de Rickson construyen iglesias en la India, dijo que la estructura de concreto y el acero no tienen bancas, así que los residentes traen sacos de arroz para sentarse durante los servicios de adoración. A menudo se presentan, los sábados en la mañana, con regalos–relojes, velas, sillas plásticas de patio, hasta equipo para la santa cena– para equipar la iglesia.
Wilson, quien también supervisa las dedicaciones de las iglesias, dijo que los miembros fácil donan sus últimas rupias para sus sistemas de altoparlantes que funcionan con baterías de carros para sus iglesias. Con la mayoría de otros edificios y negocios en la India equipados en forma similar con altoparlantes de techo, los servicios de las iglesias compiten por espacio aéreo que supera las bulliciosas y concurridas calles, dice Wilson. Pero el mensaje llega –«¡Si usted no viene a la iglesia, la iglesia viene a usted!»
Durante una visita a la India hace dos años, Erickson se encontró con miembros de una iglesia donde, dice ella, que un sembrado de calabazas «mantiene creciendo el milagro».
«Voy a hacer esto hasta que el Señor venga, o hasta que mi espalda pueda», dice Erickson. Recientemente, su doctor la diagnóstico con osteopenia, una enfermedad de los huesos, y le recetó actividades llevando pesas.
«¡Pienso que transportar calabazas califica!»
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