“Comenzamos a darles alimento a los sin techo, pero ahora hay gente que viene porque quieren escuchar la Palabra de Dios”, dice Raquel Marrero Torres, de 52 años. Imagen de Andrew McChesney / Adventist Mission

2 de junio de 2017 | Mayagüez, Puerto Rico | Andrew McChesney, Adventist Mission

Un grupo de miembros de iglesia se reunió en un parque de Puerto Rico un sábado a las 5 a.m. para orar, leer la Biblia y comer un ligero desayuno.

Poco imaginaron que serían observados por personas sin techo cuando fueron expulsados de su lugar habitual y pasaron a reunirse en la plaza central de la ciudad.

La medida, sin embargo, cambió sus reuniones de manera permanente. Su reunión mensual se ha transformado en un culto semanal y en un desayuno para los sin techo que culminó en una Santa Cena especial con jugo de uva, pan y el lavamiento de los pies.

“Le decimos la ‘Iglesia sin muros’”, dijo Raquel Marrero Torres, una profesora universitaria de matemática de 52 años, que organiza la comida.

La “Iglesia sin muros” es una de las maneras que están usando los adventistas para compartir el amor de Cristo en sus comunidades de Puerto Rico, un territorio de Estados Unidos que mide solo 160 por 56 kilómetros y se encuentra en el Mar del Caribe. Algunas iglesias organizan comidas semanales en el lugar, y otras envían miembros para limpiar y reparar los hogares durante la semana.

El grupo de iglesia de Raquel solía reunirse una vez al mes en un parque de Mayagüez, una ciudad en la costa occidental de Puerto Rico, donde también se encuentra la Universidad Adventista de las Antillas. Un evento organizado por la ciudad, sin embargo, los forzó a trasladarse a la plaza de la ciudad un sábado de 2012. Mientras comían, un miembro de iglesia notó varias personas sin techo que estaban allí en la plaza y las invitó a participar de los alimentos.

“A partir de ese día, decidió regresar y alimentar por su cuenta a los sin techo cada sábado”, dijo Raquel.

El hombre, que tenía poco más de 50 años y era dueño de un pequeño negocio, llevó cereales, sándwiches, fruta fresca y jugo a la plaza central, todos los sábados durante varios meses. Entonces le dijo a Raquel: “Quiero que vayas. No quiero darles solo alimentos. También quiero que escuchen de Dios”.

Raquel, que era una líder activa de su congregación, estuvo de acuerdo en acompañarlo el sábado siguiente.

Temprano el sábado por la mañana, abrió la Biblia y les leyó a unos 35 hombres y mujeres.

Después de eso, Raquel visitó el lugar de manera regular, y a comienzos de 2017 decidió ocuparse de organizar las comidas.

En el presente, de 65 a 70 personas aparecen cada sábado a las 7 a.m. para escuchar la Palabra de Dios y comer el desayuno. Las visitas se sientan en sillas que colocan los voluntarios, y cantan y escuchan a un pastor que da un mensaje de veinte minutos. El pastor les dio hace poco los estudios bíblicos de la serie “Descubrir”, y cuarenta personas que completaron el curso fueron llevadas en un autobús alquilado a una iglesia adventista cercana para una ceremonia de graduación.
Raquel está asombrada de que la mayor parte de los asistentes llegue a las 7 a.m., aun cuando saben que el desayuno comienza recién 45 minutos después.

“Comenzamos a dar alimentos a los sin techo, pero ahora tenemos personas que vienen porque quieren escuchar la Palabra de Dios”, dijo. “Se sientan allí y abren sus Biblias y cantan. Es maravilloso”.

El encuentro semanal se ha convertido en una reunión familiar.

“Nos reímos y lloramos”, dijo Raquel. “Tenemos gente que desde que comenzamos las reuniones ha fallecido, y hemos llorado con ellos. Es como una familia”.

Muchos de los asistentes tienen el teléfono celular de Raquel, y la llaman durante la semana cuando están enfermos o tienen otras necesidades. Algunos asistentes ya no están sin techo después de que la ciudad les dio un apartamento. Los miembros de iglesia ayudaron a mudarlos a sus nuevos hogares y a conseguirles los muebles.

El programa es financiado por donaciones de miembros de iglesias y otras personas. Un estudiante voluntario tiene una madre que trabaja en una importante compañía internacional, y la compañía donó mochilas llenas de champú, jabón, pasta dental y toallas que entregaron a las asistentes femeninas para el Día de la Madre y a los hombres en el Día del Padre.

Hace unas semanas, los voluntarios organizaron la primera Santa Cena en la plaza de la ciudad. De la iglesia se llevaron las bandejas y las mesas, y el pastor explicó el ritual. Muchos derramaron lágrimas mientras se lavaban los pies mutuamente.

“Para ellos, lavarles los pies fue como si Dios estuviera lavándoles los pecados”, dijo Raquel. “Fue la primera vez que tenían esa experiencia. Fue hermoso”.

Raquel no sabe si alguien decidió bautizarse como resultado del programa, pero está confiada en que el Espíritu Santo está obrando en el corazón de las personas.

“Sabemos que las semillas crecerán”, dijo. “Sabemos que aman a Dios”.

Traducción de Marcos Paseggi

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