Roberto González Medina, a la izquierda, con otros dirigentes máximos del Hospital Adventista del Sureste, el hospital adventista más grande de México. Imágenes cortesía de Roberto González Medina

20 de junio de 2017 | Villahermosa, Tabasco, México | Andrew McChesney, Misión Adventista

Roberto González Medina gustaba de jugarle bromas a su mamá. Cada vez que se escuchaban disparos de bala en su hogar, él gritaba. “¡Mamá!, ¡Mamá! ¡Me dispararon!”
Su madre le seguía la corriente y entraba en el juego de Roberto.

“Oh no!”, decía cada vez. “¿Y ahora qué vamos a hacer?”

Pero la violencia de las pandillas no era cosa de broma. Roberto creció en un barrio muy violento de Los Ángeles, California, en los Estados Unidos. Cuando tenía cinco años de edad, sus hermanos mayores se incorporaron a una pandilla callejera. Los miembros de otras pandillas pasaban frente a su casa y lanzaban disparos, tratando de atemorizar a sus hermanos.

Roberto González Medina tomándose una cerveza en un restaurante de Los Ángeles cuando tenía 15 años.

“Para mí, las balaceras eran algo normal”, dice Roberto. “Yo lo tomaba como un juego”.

Sin embargo, la violencia constante hizo que se endureciera el corazón del muchacho. Al ir creciendo, dejó de jugarle bromas a su madre. Su sonrisa ahora de veía remplazada por una mueca de enojo. Comenzó entonces a jugar con armas de verdad.

Cuando Roberto tenía 14 años de edad, sus padres se unieron a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Algunas veces Roberto los acompañaba a la iglesia y entonces comentaban juntos en la mesa acerca del sermón, durante la comida.

Aun cuando Roberto se comportaba como un jovencito duro, llegó a cansarse de la violencia. Contrajo matrimonio con una joven de México y decidió viajar a México para conocer a la familia de su esposa.

A Roberto le gustó la tranquilidad de la vida en México y decidió abrir allí un negocio de ventas de materiales de construcción.
Mientras tanto, su esposa comenzó a asistir a la iglesia sábado tras sábado. Ella había aprendido sobre la verdad del sábado a través de los padres de Roberto y quería obedecer lo que indica la Biblia. Le rogó a Roberto que fuera a la iglesia con ella.

Después de muchos días, Roberto finalmente estuvo de acuerdo en asistir a la iglesia, pero solamente bajo una condición: solamente iría a escuchar el sermón. No deseaba estar presente en la Escuela Sabática.

El primer sábado en esa iglesia mexicana, Roberto sintió que le comenzaban a zumbar los oídos. Su rostro y su camisa estaban empapados. Estaba sudando profusamente porque estaba sufriendo de un ataque de pánico.

Después de 15 minutos, Roberto le susurró en el oído a su esposa: “Ya me voy”.

“Pero, si apenas hemos llegado”, le dijo su esposa.

Roberto González Medina con su esposa y dos hijos en un servicio de comunión, en diciembre de 2016.

“Lo sé, pero de todas maneras me voy a ir”, le dijo.

Más tarde, ya en casa, Roberto no podía explicarle a su esposa lo que le había ocurrido. Se sentía muy triste. Recordaba bien cuando iba con sus padres a la iglesia siendo más pequeño. Se sentía preocupado porque tal vez había pecado tanto, que ya no podía ir a la iglesia más.

Entonces oró a Dios pidiendo su ayuda.

Roberto decidió que iba a tratar de ir nuevamente a la iglesia, pero esta vez asistiría a la Escuela Sabática y también al sermón; pero no le dijo nada a su esposa hasta el sábado de mañana.

“¡Hoy vamos a ir a la iglesia!”, le dijo a su esposa.

Ella le sonrió muy feliz.

Todo fue muy bien durante la Escuela Sabática, pero cuando el predicador comenzó a predicar su sermón, Roberto se sorprendió por lo que estaba escuchando.
“Parecía como si el predicador me estuviera hablando directamente a mí”, dijo Roberto. “Estaba hablando acerca de mi vida”.

Cierto sábado de tarde, Roberto fue a la casa de un familiar a estudiar la Biblia. Al estudiar acerca del perdón, Roberto comenzó nuevamente a preguntarse si tal vez él había pecado demasiado como para no deber seguir asistiendo a la iglesia. No podía creer que Dios lo pudiera perdonar por todas las malas cosas que había hecho en el pasado. De pronto, Roberto escuchó una voz interior que le dijo: “Estás perdonado”.

Roberto era un hombre corpulento y duro, pero comenzó a llorar como un niño. No había llorado durante muchos años y no sabía siquiera si todavía tenía la capacidad de hacerlo.

“En ese momento supe que Dios me había perdonado mis pecados”, dijo.

Entonces comenzó a desvanecerse la rudeza en el rostro de Roberto y muy pronto estaba sonriendo a través de sus lágrimas. Sabía ahora que Dios le había perdonado sus pecados.

Roberto le entregó su corazón a Jesús.

Actualmente, Roberto tiene 35 años de edad y es el principal dirigente financiero del hospital adventista más grande de México, el Hospital Adventista del Sureste situado en la ciudad de Villahermosa. Es también padre de dos hijos menores de edad y se siente feliz de que nunca han escuchado tiroteos como los que él tenía que experimentar cuando era niño.
“Cuando mis hijos pelean, lo hacen por ver quién es el que va a orar primero por los alimentos”, dijo. “Siento que Dios me está cuidando y estoy muy agradecido por ello”.


Parte de la Ofrenda de Decimotercer Sábado para el primer trimestre de 2018 ayudará al Hospital Adventista del Sureste a construir un nuevo edificio en donde más personas puedan tener la oportunidad de aprender acerca de la buena salud y de Jesús, el Creador de la salud.

Traducción – Gloria A. Castrejón

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