Escuché predicar por primera vez a Billy Graham en Boston en octubre de 1964, cuando era estudiante de primer año de teología del Colegio Terciario Unión del Atlántico en South Lancaster, Massachusetts, Estados Unidos. Me impresionó profundamente la simpleza de su mensaje bíblico y el profundo impacto que tenía sobre la audiencia. Los conservadores habitantes de la región de Nueva Inglaterra son escépticos de los llamados que juegan con las emociones, y están siempre listos para detectar la hipocresía o la teatralidad.
Las cientos de personas que respondieron al llamado que hizo Graham esa noche percibieron que era sincero, genuino, y que estaba comprometido con el Cristo viviente, de manera tal que se sintieron profundamente tocados. Aquí había un hombre con el mensaje de Jesús que tocó corazones y transformó vidas. Se estima que en sus sesenta años de ministerio evangélico Graham predicó ante más de doscientos millones de personas en aproximadamente 185 países.
En una era cuando un número significativo de evangelistas públicos enfrentaban desafíos en áreas de moral y ética, Billy Graham se mantuvo más allá de todo reproche. Como hombre de esterlina integridad, humildad no característica, pureza moral y compromiso inquebrantable con el Señor y su familia, llegó a ser un modelo para decenas de miles de jóvenes predicadores.
Al comienzo de su ministerio, él y unos pocos confidentes cercanos se reunieron en la habitación de un hotel de Modesto, California. Allí se comprometieron para toda la vida de tenerse responsables unos a otros en su relación con Cristo, en el manejo de las finanzas y en el área moral. En este así llamado “Manifiesto de Modesto”, cada hombre prometió no estar jamás con una mujer que no fuera su esposa, y ser transparente en todas sus transacciones financieras.
La integridad ética, la abierta transparencia y la genuina sinceridad de Billy Graham son algunos de los puntos destacados de sus 99 años. Aunque jamás nos encontramos personalmente, su influencia en mi propia vida fue significativa.
Aquí comparto tres maneras específicas en las que Billy Graham influyó sobre mí. En primer lugar, sentí en mi propio ministerio que la Palabra proclamada tiene poco valor si no es la Palabra vivida. Los predicadores pueden atraer a grandes multitudes, pero si sus vidas no reflejan el evangelio que predican, sus palabras tienen escaso impacto en sus audiencias. En segundo lugar, me impresionó la predicación de Graham por la simpleza del evangelio. Como predicador de las profecías que comparte las verdades eternas de los mensajes de los tres ángeles, recuerdo constantemente que la esencia del mensaje profético es el evangelio eterno. En tercer lugar, Graham no tuvo temor de hacer llamados. En su predicación había un sentido de urgencia. Hizo poderosos llamados, pidiendo a las personas que tomaran una decisión. En medio de una cultura secular, él aún creía en la importancia de confrontar a las personas con el mensaje de vida y muerte de las Escrituras.
En un número significativo de ocasiones, individuos que asistieron a sus reuniones de evangelización y aceptaron a Cristo asistieron a mis presentaciones proféticas en busca de más verdades. En los primeros años de mi ministerio, recuerdo vívidamente visitar a una mujer que anhelaba una comprensión más profunda de la Palabra de Dios. Ella explicó que había hecho un compromiso con Cristo al mirar una predicación de Graham por televisión.
Hay incontables personas más, que ahora se regocijan en la verdad de las Escrituras, que tuvieron su primer impulso hacia la fe cuando escucharon predicar a Billy Graham. Él los llevó a Cristo, y Jesús entonces los llevó en un viaje de descubrimientos en las Escrituras. Me recuerda las emotivas palabras de Juan en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13).
Aunque él descansa en Jesús, la influencia imperecedera de este poderoso predicador sigue viva.
Mark Finley es evangelista de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y ahora colabora como asistente del presidente de la iglesia mundial y consultor general de tiempo parcial de las revistas Adventist Review y Adventist World.
Traducción de Marcos Paseggi