Los misioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día que fueron al campo misionero en el extranjero a comienzos del siglo XX sabían que bien podían no regresar vivos, pero se mostraron felices de dar todo lo que tenían, incluida su vida, para compartir a Jesús en tierras lejanas. Ese fue en esencia el mensaje de la presentación inaugural en el Concilio Anual 2018 de la Iglesia Adventista, que se inició en Battle Creek, Míchigan, Estados Unidos, el 11 de octubre de 2018.
La presentación de una hora de David Trim, director de la Secretaría de Archivos, Estadísticas e Investigaciones (ASTR), destacó el compromiso de cientos de los primeros misioneros, la mayoría adventistas jóvenes, que navegaron a otros continentes para esparcir el evangelio entre extranjeros.
Cálida bienvenida
La reunión del 11 de octubre fue llevada a cabo en una “Gran Tienda”, en la Aldea Histórica Adventista de Battle Creek. Cientos de miembros e invitados de la Junta Directiva de la Asociación General provenientes de todo el mundo se dieron cita bajo una tienda o carpa que, en muchos sentidos, se asemejaba a los primeros encuentros adventistas a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Muchos de los asistentes —tanto hombres como mujeres— aceptaron la invitación de vestirse con prendas de la época, lo que incluyó, entre los hombres, barbas naturales que decenas de miembros de la Junta Directiva han estado dejando crecer durante semanas y aun meses. La configuración del escenario mostró muebles históricos, lo que incluyó el púlpito usado por Elena White en más de una ocasión al predicar en Battle Creek hace más de un siglo. Aun la selección de himnos para el fin de semana se basa en cánticos escritos mayormente entre 1852 y 1902, algunos de los cuales aún figuran en el Himnario adventista.
Los líderes de la iglesia dieron la bienvenida a los delegados y presentaron a Mark Behnke, alcalde de la ciudad de Battle Creek. Behnke leyó una resolución del Consejo Deliberante que nombró al 11 de octubre de 2018 el “Día Adventista” en Battle Creek. “Los adventistas del séptimo día han ocupado un lugar fundamental en la historia de Battle Creek por más de 150 años”, dijo al compartir los fundamentos de la resolución tomada. “Les damos la bienvenida y celebramos que han decidido reunirse en nuestra ciudad”.
Los que lo dieron todo
La mayor parte de la presentación de Trim se enfocó en algunos de los misioneros adventistas menos conocidos, muchos de los cuales perdieron la vida por la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la malaria y las mordidas de serpientes. Muchos de esos misioneros mayormente jóvenes fallecieron solo unos meses después de llegar al campo misionero.
“A comienzos del siglo XX, la expectativa de vida de los misioneros en el África era de tan solo 24 meses”, dijo Trim. “Y sin embargo, ese conocimiento no les impidió ir al África y al Caribe, a Sudamérica, al Pacífico Sur y al Asia Meridional, donde también podían esperar acaso una muerte temprana”.
En comparación con el número general de occidentales que residían en India en ese entonces, por ejemplo, el precio que pagaron los misioneros adventistas es abrumador, dijo Trim. “En momentos en que los occidentales de la India sufrían en promedio de 25 muertes por cada mil personas, las estadísticas muestran que la muerte de los misioneros adventistas alcanzó a 83 por cada mil misioneros”. Aunque una variedad de razones explica esa cifra tan elevada, lo que incluye la tendencia de los primeros misioneros a trabajar excesivamente, Trim explicó que sufrían de otra “desventaja”.
“Los residentes de los poderes coloniales vivían aislados de las poblaciones autóctonas y hacían todo esfuerzo posible por llevar vidas separadas”, dijo. “Por el contrario, los misioneros adventistas trabajaban entre la gente, atendiendo las necesidades de los residentes allí donde vivían. Muchos misioneros contrajeron enfermedades fatales después de ministrar a personas que sufrían de la misma enfermedad que terminaría costándoles la vida”.
Despedidas desgarradoras
Las cartas y los informes de esa época revelan qué difícil y desgarrador era para los misioneros decir adiós a sus esposos, esposas y niños que morían en el campo misionero. Hubert y Pearl Tolhurst, por ejemplo, viajaron desde Australia a la China como misioneros en 1918, pero Pearl se enfermó y falleció en un puesto misionero aislado cuando tenía tan solo 28 años. Uno de los amigos de su esposo recordó más tarde su fallecimiento. “Solo, Hubert lavó el cuerpo de su esposa, lo vistió, cavó una tumba, condujo el servicio fúnebre en soledad, y entonces la sepultó”.
Emma Wakeham había trabajado durante un tiempo junto con su esposo en Egipto cuando se enfermó de gravedad. En busca de una manera de que Emma se recuperara, los Wakeham comenzaron una larga travesía desde Egipto a Liverpool, en Inglaterra. A pesar de ello, mientras navegaban por la costa de España, Emma falleció. Al recordar el evento, su esposo informó: “Con corazones tristes y doloridos, aunque animados en la bienaventurada esperanza, encomendamos su cuerpo a los brazos antiguos del océano, confiados en que, aunque ningún monumento marca su lugar de reposo, ella no será pasada por alto cuando el Dador de la vida llame a los santos que duermen”.
Otro misionero informó de la muerte y sepultura de Edith Bruce, una enfermera misionera en los Himalayas en la década de 1920. “La sepultamos en la tranquila ladera de las cordilleras más bajas de los Himalayas, hasta que esas antiguas montañas reciban el resplandor de la mañana brillante cuando Jesús vendrá a redimir del sepulcro a los santos cuya muerte es tan preciosa a su vista, y cuyo último lugar de descanso él marca con tanta ternura”.
Comprometidos hasta el fin
Una de las características que más llama la atención de los misioneros moribundos es ser testigos del compromiso que mostraron con la misión hasta el fin, dijo Trim. “No estaban tan preocupados por perder la vida; se preocupaban en que su fallecimiento frenaría a otros de seguir en sus pasos”.
Pensemos por ejemplo en Albert Fischer, dijo Trim. Fischer y su esposa Ina fueron como misioneros jóvenes a Puerto Rico, pero menos de seis meses después, Albert se enfermó y finalmente murió. Otro misionero, A. J. Haysmer, escribió a los Estados Unidos, declarando que, en sus últimos días, Albert “tenía temor que muchos pensaran que él y su esposa habían cometido un error al ir a ese campo”. Fischer le había pedido a Haysmer que enfatizara que el Señor los había enviado, y que no lamentaban el paso que habían dado. En efecto, informó Haysmer, Fischer estaba convencido de que “si el Señor lo llamaba a descansar por un tiempo, él estaba feliz de ser hallado en su puesto del deber”.
Otro misionero, Charles Enoch, falleció no mucho después de llegar a Trinidad en 1907. Un tiempo después, su hermano George informó: “Estoy agradecido de que falleció en el puesto del deber […]. No tenemos lamentación al respecto, más allá de tomar este duelo como un vínculo más que ata nuestra vida al altar de la obra misionera”.
Trim compartió que antes y después de informes como este, los misioneros adventistas, muchos de ellos que acababan de contraer matrimonio, siguieron dejando las comodidades de la vida occidental para viajar con gozo a las misiones del extranjero. Un caso típico es el de Fred y Katie Brown, que salieron de Battle Creek en 1899 en dirección a la India.
“Mientras el tren iba acelerando”, escribieron, “sentíamos gozo en el corazón […] porque estábamos llevando el mensaje del tercer ángel a esa antigua tierra. Que Dios nos conceda que muchos puedan ver la verdad y arrepentirse antes de que sea demasiado tarde”.