13 de abril de 2020 | St. Croix, Islas Vírgenes, Estados Unidos | Annette Walwyn Michael
Me encontraba descansando en la terraza de mi casa una soleada tarde de sábado. Fue entonces cuando vi la luna asomada en el claro cielo oriental. Sí, ¡la luna!, una luna pálida, una luna a plena luz del día, portadora de la promesa de una noche de brillante luz de luna, más tarde, mucho más tarde.
Al contemplar esa pálida luna a la luz del día, como lo haría un niño en una feria de ciencias, comencé a peguntarme: “¿Cómo es que la luna apareció durante el día? ¿No fue esa luz creada para gobernar de noche? (Génesis 1:16). ¿Por qué no habré estudiado astrofísica? Será ya demasiado tarde para comenzar?” Necesitaba respuestas.
Y cómo anhelaba ver la luz de la luna más tarde en medio del cielo oscuro. Ciertamente, el sol todavía no se había puesto y soplaba una brisa suave. Era un día perfecto. Sin embargo, de alguna manera anhelaba esa luz de luna de la misma manera que ahora anhelo que la vida vuelva a su normalidad, cuando se queden atrás las máscaras faciales protectoras y el distanciamiento social y cuando podamos abrazar nuevamente a nuestros seres amados. Cuando podamos saludar a nuestros vecinos a través de la reja que divide nuestros patios sin tener que contar los requeridos dos metros de distancia entre ambos. Anhelaba ver nuevamente abiertas las iglesias, a los estudiantes en sus nítidos uniformes esperando el autobús que los lleve otra vez a su escuela, el tiempo cuando la falta de respiradores no inunde las noticias del día y cuando el vestir trajes de protección en las salas del hospital ya no sea rutina debido al coronavirus. Anhelaba ese día.
Anhelaba la plenitud de la luz lunar y el retorno de la normalidad de la vida. Luego pensé en el reloj celestial de Dios. Ese reloj está todavía programado en “normal”. A pesar de los desastres que nos rodean, el sol todavía sale y se pone con confortante regularidad. El centellante rocío todavía ablanda el expectante césped cada noche. Las olas todavía se rompen sobre las blancas playas arenosas, los árboles de mango todavía florecen en marzo y la luna sigue reapareciendo con regularidad confiable. Dios está todavía en el trono. ¡Aleluya!
Desconozco aún durante cuánto tiempo más el coronavirus seguirá plagando el globo, cuánto tiempo más esta pandemia nos mantendrá de rodillas; pero creo que puedo depender de un Dios que sí lo sabe. Y confío en que, a su tiempo “…se levantará el Sol de justicia trayendo en sus rayos salud” – Malaquías 4:2.
Annette Walwyn Michael es miembro de la Iglesia Adventista Central en St. Croix, Islas Vírgenes, Estados Unidos, y esposa de un pastor jubilado.
Traducción – Gloria A. Castrejón