30 de marzo de 2020 | Columbia, Maryland, Estados Unidos | Por Angeline David Brauer, Ministerio de Salud de la División Norteamericana
De acuerdo con la World Health Organization (Organización Mundial de la Salud), el 29 de marzo de 2020 había en los Estados Unidos 103,321 casos confirmados de COVID-19, Canadá tenía 4,757, Bermuda contaba con 17 y Guam con 56. Esas cifras cambian diariamente. Es difícil imaginar la inquietud y pesadumbre en la vida de las personas afectadas directamente porque ellas o alguno de sus familiares se han contagiado. Y es preocupante saber que todos nosotros estamos en riesgo de contraerlo.
Esto me llegó muy de cerca al estar en cuarentena voluntaria después de retornar de una conferencia (anterior a las restricciones de viaje actuales). Mis autoimpuestas restricciones ocurrieron después de darme cuenta de que otro asistente al mismo evento se había hecho la prueba del COVID-19 (ahora llamado técnicamente SARS-CoV-2). No tenía síntomas de COVID-19 y, gracias a Dios, la prueba que le hicieron a esta otra persona resultó negativa. Pero son tiempos difíciles y complicados para muchos.
¿Cómo era el estar en cuarentena? Y al mirar hacia atrás, ¿puedo decir que era necesaria? ¿Qué acerca del distanciamiento social? ¿Qué hay de importancia en ello?
Estas son interrogantes muy importantes, especialmente porque fewer adults (menos adultos) que viven en los Estados Unidos se preocupan por la enfermedad del COVID-19, en comparación con hace unas semanas atrás. Y aun en medio de los firmes mandatos gubernamentales sobre cierres y restricciones, algunos grandes large crowds continue to gather (conjuntos de personas se siguen reuniendo).
El nuevo coronavirus
Veamos ahora a lo que sabemos actualmente sobre el nuevo coronavirus, a fin de que podamos entender la razón de tan gran preocupación. En primer lugar, se le llama “novel” o nuevo, porque fue descubierto muy recientemente. Antes de diciembre de 2019, no sabíamos de su existencia.
Habíamos tenido alguna experiencia con algunos de sus parientes. El SARS-CoV virus que provocó el brote del Síndrome Respiratorio Agudo y Severo (SARS) o gripe aviar, en 2002 y 2003, proviene de la misma familia de virus. Esta familia incluye también el MERS-CoV, que provocó el brote del Síndrome Respiratorio del Oriente Medio (MERS) en 2012. Ambos virus llevaron a la muerte a muchas personas, pero no tuvieron el alcance mundial del actual SARS-CoV-2 (COVID-19).
El SARS-CoV-2 es un virus RNA que tiene la habilidad de duplicarse o multiplicarse dentro del organismo humano. El virus puede de hecho secuestrar o interceptar la actividad que tiene lugar dentro de las células del cuerpo, de manera que esas células produzcan más virus. Podemos entonces convertirnos en portadores del virus con el potencial de infectar a otras personas.
Cuando el compartir no es cuidar ni proteger
Los expertos piensan que este SARS-CoV-2 virus is spread (se transmite) de una persona a otra, principalmente a través de las minúsculas gotitas que se esparcen al estornudar o toser. Es posible también obtenerlo de superficies y objetos contaminados, tales como las perillas de las puertas, cubiertas de las mesas y otros objetos. El virus se esparce más frecuentemente cuando la persona infectada muestra síntomas (fiebre, tos, dificultad para respirar), lo cual es la razón por la que se les pide a las personas, aun con síntomas leves, que permanezcan en cuarentena. Entre más severos son los síntomas, es más probable que la persona propague el virus.
Esto pone en alto riesgo a quienes proporcionan cuidados de salud, siendo que están físicamente en contacto con quienes están más seria y críticamente enfermos. Los hospitales pueden verse inundados de pacientes si un elevado número de ellos requieren atención crítica y si además se pierden trabajadores que contraen la enfermedad al cuidar de sus pacientes.
Sabemos también que algunas personas tienen más probabilidad de convertirse en casos severos de la enfermedad del COVID-19, requiriendo hospitalización y cuidado intensivo. De acuerdo con los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), estamos más preocupados por los “older adults and people of any age who have serious underlying medical conditions” (adultos mayores y personas de cualquier edad con serias condiciones médicas subyacentes). Estas condiciones médicas incluyen enfermedades pulmonares crónicas, tales como el asma, heart conditions, cancer (condiciones cardiacas, cáncer) obesidad severa, diabetes, enfermedad de los riñones y del hígado. Aun los adultos jóvenes pueden enfermar seriamente. De hecho, el 20 percent of patients (20 por ciento de los pacientes) que han requerido hospitalización son personas entre 20 y 44 años.
Con más de 20,000 defunciones hasta ahora, esta no es una enfermedad que se puede ignorar o tomar a la ligera.
Lo desconocido
El SARS-CoV-2 fue descubierto casi al final de 2019; sin embargo, se ha extendido como fuego incontrolado por todo el mundo. Muchos se están apresurando a producir medicamentos que ayuden a los enfermos, o vacunas para proteger a otros de la enfermedad. Aunque algo de esto sea posiblemente útil, nada de esto ha pasado todavía con éxito las rigurosas pruebas que preceden a la aprobación por parte de la U.S. Food and Drug Administration (Administración de alimentos y medicamentos de los Estados Unidos).
En el contexto actual, las únicas formas conocidas de desacelerar o prevenir la propagación de la enfermedad, es practicar una buena higiene (lavarse las manos regularmente con jabón o usar gel desinfectante, cubrirse la boca al toser o la nariz al estornudar, limpiar y desinfectar las superficies), evitar el contacto cercano con las personas que están enfermas y mantener la distancia social mientras el virus está presente en la comunidad. Este último método pareciera haber sido de utilidad durante la pandemia de influenza en 1918. Aunque algunos han asegurado que ciertos productos fortalecen el sistema de inmunidad y por lo tanto previenen el COVID-19, no existe suficiente evidencia científica para verificar su utilidad o seguridad. Y francamente, hay todavía mucho que no entendemos acerca del virus mismo.
No sabremos muy pronto cuál será el resultado, siendo que los casos de COVID-19 continúan multiplicándose. Algunos están enfermos y luchando por recuperarse de la enfermedad. Algunos han perdido a algunos de sus familiares. Muchos han perdido su trabajo o lo perderán muy pronto. Hay demasiada incertidumbre.
El confinamiento
Aquellos días de mi autoimpuesta cuarentena, mientras esperaba hasta saber si la otra persona había dado positivo o negativo en la prueba, fueron realmente difíciles. Mi mente saltaba de un lado a otro, entre la preocupación por mi propia salud y el temor por aquellos a quienes podía poner en riesgo si ignoraba esa precaución. Y al considerar todos los datos y experiencias en otros países que hicieron poco en favor del distanciamiento social, o lo iniciaron demasiado tarde, sentí que lo único correcto era hacer mi parte para proteger a mis amigos, vecinos, compañeros de trabajo, miembros de la iglesia y, por supuesto, a mi familia. Aun cuando había un bajo riesgo de haber sido infectada, me mantuve lejos de los demás.
Debo admitir que mi situación es mejor que la que muchos otros tienen que enfrentar. Tuve la oportunidad de compartir con mi esposo un espacio de oficina en mi hogar, siendo que ambos de nuestros empleadores instituyeron una regla de trabajo temporario desde casa. Hemos hasta podido gozar juntos de caminatas vespertinas en días soleados. Pero algunas de mis experiencias más significativas han sido el obtener lecciones espirituales a partir de esta situación.
En Hechos 2: 42 a 47, se nos da una vislumbre de una comunidad religiosa que compartía todas las cosas, desde alimentos y recursos, hasta oraciones y estudio de la Biblia. Y me he tenido que preguntar, ¿cómo podría hacerse esto en el contexto actual? Los creyentes se reunían diariamente para gozar del compañerismo. Obviamente, el distanciamiento social no era parte de la fórmula de ese entonces. Me di cuenta de que ese panorama de paz y armonía se presentó después de que el Espíritu Santo fue derramado sobre la joven iglesia. Y esto fue precedido por días de ferviente oración y confesión.
Aunque nuestra situación presente es diferente y no nos es posible reunirnos en un lugar físico, tenemos la tecnología que nos permite conectarnos desde todas partes del mundo. Seguramente el Espíritu Santo tiene el poder de mantenernos juntos ¡aun en estas circunstancias!
Elena G. White declara: “El Espíritu Santo mora con el obrero consagrado de Dios dondequiera que esté” (Los Hechos de los Apóstoles, p. 42).
Todo esto me hace preguntarme, ¿qué es lo que Dios desea que saque de esta situación? En primer lugar, tengo tiempo ahora de fortalecer el lazo de unión con mi esposo durante nuestro primer año de matrimonio, en vez de pasar mucho tiempo viajando. Y tal vez ahora es mi oportunidad de orar más, estudiar más, tener más compañerismo (usando tecnología) y prepararme para nuevas formas de ministerio. Tal vez es tiempo de invertir en los 100 Días de Oración que comenzaron el 27 de marzo.
Ciertamente, puede ser muy fácil interpretar mal las cosas espirituales durante crisis de salud; pero estoy más que segura de que Dios está obrando algo bueno a partir de esta horrible situación. Hasta que él revele su plan, encuentro consuelo y propósito en las palabras del salmista: “Ten compasión de mí, oh, Dios; ten compasión de mí, que en ti confío. A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro. . . Te alabaré, Señor, entre los pueblos, te cantaré salmos entre las naciones. (Salmo 57: 1, 9, NVI).
La original version (versión original) de este comentario se publicó en el news site (sitio de noticias) de la División Norteamericana.
Traducción – Gloria A. Castrejón