2 de abril de 2020 | Miami, Florida, Estados Unidos | Roberto Brown, División Interamericana

Nuestro gimnasio local está cerrado por causa del coronavirus y mi esposa y yo comenzamos a hacer caminatas en torno a nuestro vecindario. En nuestras caminatas de tarde, notamos la presencia de padres empujando carriolas o cochecitos de bebé, familias enteras en bicicleta, adultos y ancianos haciendo ejercicio y otros caminando a sus perros. Ha sido muy interesante observar las reacciones al notar desde lejos a las otras personas que se acercan; inmediatamente cambian de dirección, se regresan, atraviesan la calle y, los más valientes, se apartan unos tres metros de los demás. Es como si hubieran visto “la” inminente amenaza y quisieran alejarse de ella tan lejos como les fuera posible.

El domingo de mañana, mi esposa y yo fuimos temprano al supermercado y esperamos en fila una hora para poder entrar, como parte de un segundo grupo de 10 personas a las que se les iba permitiendo entrar. Me di cuenta de que todos portaban guantes, mascarillas y hasta impermeables para protección extra, mientras guardaban su distancia. Todo esto me hizo pensar en cuán diferente sería la vida para los cristianos si tomáramos esas mismas medidas para no contagiarnos del coronavirus y lo aplicáramos al virus del pecado. Pensemos en esto: Si Dios no lo quiera, llegáramos a enfermarnos por causa del coronavirus, tal vez seamos capaces de salir adelante; pero si no, entonces lo siguiente que habríamos de presenciar, sería la segunda venida de nuestro Señor. Sin embargo, si nos “contagiamos” del pecado y no sobrevivimos a sus efectos, allí termina todo. Es literalmente el final del camino. Por lo tanto, para nosotros, como cristianos, el pecado debería ser más aterrador que la pandemia del COVID-19.

Cuando era pequeño, viajábamos siempre de Panamá a Honduras pasando por un eje montañoso en el que se encuentra el “Cerro de la Muerte”. Se llama así porque está siempre brumoso, lluvioso, resbaloso y muy peligroso. Muchas personas pierden la vida en ese tramo. En todos nuestros viajes y en medio de la espesa neblina y otras muchas situaciones que enfrentamos, Dios siempre estuvo con nosotros.

Estamos viviendo en tiempos de incertidumbre y se han dicho muchas cosas acerca del COVID-19. Se dijo primero que solamente los ancianos se contagiaban, ahora todo mundo está en peligro. Algunos dicen que se trata de un movimiento político, que es una agenda económica, una conspiración para un nuevo orden mundial, el tiempo del fin; y otros dicen que es el principio del fin. Independientemente de lo que diga la gente, los hechos son innegables y muy reales. Las personas se están enfermando y están muriendo, la economía ha recibido un fuerte golpe, hay países que han cerrado sus puertas, iglesias que están cerradas, prohibición de viajes y los negocios no funcionan como era usual. La vida ha cambiado hasta llegar a ser lo que se conoce como la “nueva normalidad”. Estamos caminando a través de la desconocida niebla del  coronavirus.

Como cristianos, sabemos que el tiempo se está acabando y que seguirán pasando cosas como esta. Pero aun cuando la situación es seria, debemos tener fe en Dios, porque la fe abre caminos en donde antes no había alguno. La fe trae respuestas de Dios en el tiempo apropiado. No debemos preocuparnos acerca de cómo vamos a continuar predicando el evangelio, ni de cómo la iglesia va a seguir adelante, porque la fe nos va a hacer ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Esto nos va a dar poder para adaptarnos a los tiempos, usando las herramientas que él nos ha dado. La fe va a cambiar nuestro lenguaje ante estas situaciones difíciles.

Al avanzar hacia adelante día con día, no olvidemos que aún no se ha acortado la mano del Señor. Está extendida en nuestro favor para protegernos, para bendecirnos y ayudarnos. De la misma manera como su poderosa mano nos ayudó en el pasado, se moverá hoy, mañana y todos los días con poder maravilloso, y nosotros sus hijos vamos a vencer.

No sé qué traerá el actual futuro respecto al COVID-19 y no sé cuándo va a terminar o cómo será la vida después de que todo esto pase;  pero sé que Dios sabe todas nuestras necesidades, sabe en dónde estás, qué es lo que haces, cuáles son tus temores, qué te hace sentirte nervioso y ansioso y te promete que te tomará de la mano y te conducirá a través del camino. Esa es una promesa eterna para todos nosotros. Lo sé, porque está escrita en mi versículo bíblico favorito: “Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: ’No temas, yo te ayudaré’” Isaías 41:13. (NVIV).

Independientemente de lo que suceda en este mundo, nuestro Señor va a venir otra vez y nosotros necesitamos preparar a su pueblo para ese momento. Así que, en dondequiera que te encuentres, persiste en la fe, aférrate a Jesús, porque nuestro destino es vivir eternamente a su lado.

Roberto Brown, Jr., es tesorero asistente en la División Interamericana de los Adventistas del Séptimo Día.

Traducción – Gloria A Castrejón

 

 

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