19 de noviembre de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por: Gerson Roeske, para Ministerios Adventistas de las Posibilidades
Según las Naciones Unidas, más de ocho mil niños mueren de hambre o desnutrición cada día; unos 820 millones de personas se van a acostar cada noche con el estómago vacío. Y hay hoy día más de 140 millones de huérfanos, con más de 120 mil tan solo en los Estados Unidos.
Estamos viviendo en un tiempo en que la pandemia del COVID afecta a cada rincón del mundo. Los países han cerrado sus fronteras, y los viajes siguen restringidos. Esta enfermedad afecta por sobre todo a los más vulnerables de este, y hay padres que están perdiendo la vida y dejando sus hijos a merced de relativos o extraños.
Hace no mucho, fue la epidemia del SIDA la que abrasó su camino mortal por el mundo en desarrollo, dejando millones de muertes y un gran número de niños huérfanos o semihuérfanos. La necesidad ya no parece tan urgente, pero sigue presente. Las prioridades del gobierno de apoyar a los países en desarrollo cambian periódicamente, y muchos de nuestros miembros están preocupados por cómo ganarse la vida. Ayudar a los necesitados ya no es algo tan automático como solía serlo.
Las estadísticas de los huérfanos o semihuérfanos son descorazonadoras. Hay más de 30 millones en la India; 61 millones en Asia, con 20 millones de ellos tan solo en la China; 52 millones en África; y 10 millones en América Latina y el Caribe.
La historia no contada detrás de las cifras es el costo personal relacionado con las zonas de conflicto, el estatus de los refugiados, las catástrofes naturales, y el COVID. Más allá del país, la cultura o las calamidades, son los niños los que más sufren. Según muchas mediciones, enfrentar esta necesidades serían una de las inversiones más significativas, humanitarias, políticas o económicas que el mundo puede tener para el futuro.
Permítanme darles un ejemplo: Kaka era un muchachito de 10 años de África que vivía con su hermanita Doka, de 6 años de edad, en una choza vacía. Ambos padres habían muerto de HIV/SIDA, y ambos fueron dejados para arreglársela por sí mismos. Kaka era cojeando por el mercado de la aldea, apoyándose en un palo porque tenía ambos pies inflamados por una infección llamada infungu (causada por insectos que depositan huevos bajo la piel, que entonces puede causar una infección). Estaba rogando por algo para comer para su hermana y para sí. Estaba enojado con el mundo, porque la gente le robaba lo poco que tenía, y nadie se preocupaba por ayudarlo.
Los objetivos del milenio de las Naciones Unidas, que buscan reducir a la mitad el número de personas pobres están lejos de ser alcanzados, y los eventos mundiales continuos hacen que este objetivo se vuelva aún más difícil de alcanzar. Los pobres son los que sufren más en cualquier desastre o catástrofe, porque están indefensos, no tienen esperanza y desvalidos. Las personas con dinero siempre pueden arreglárselas; los pobres están indefensos. La pobreza implica analfabetismo, atención médica inadecuada, enfermedades y falta de educación.
Hay esperanza, y Jesús y la Biblia nos recuerdan la necesidad de responder como cristianos y adventistas:
El 21 de noviembre ha sido separado para recordarnos especialmente de los huérfanos que viven en las sombras, y tenemos la posibilidad de aliviar el sufrimiento. ¿Escucharemos el llamado?
Recordemos que todos nosotros también fuimos huérfanos una vez. Puede que hayamos tenido un padre y una madre, pero espiritualmente, todos éramos huérfanos, hasta que Dios nos adoptó. La Biblia dice en Efesios 1:5 que “nos predestinó para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”.
Hay miembros en nuestro medio que sienten la responsabilidad de ayudar a los niños, que deberían tener la posibilidad de hacerlo, y nosotros como iglesia deberíamos no solo animarlos sino también apoyarlos para que lo hagan así. ¿Qué le está impidiendo comenzar su propio proyecto misionero para ayudar a los húerfanos? Puede ser allí mismo donde usted vive o en otros continente, en el campo misionero. Pero no esperen que algún otro haga algo cuando usted mismo puede hacerlo.
Hoy estoy apelando a ustedes para que se involucren, y tengo algunas sugerencias para hacerlo, cumpliendo así la amonestación de Jesús de llevarle los niños a él:
Todos sabemos que Cristo se identificó con los pobres —lo que incluye a los huérfanos— cuando él dijo: “Tuve hambre y me disteis de comer. De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. De no ser por la gracia de Dios, usted y yo podríamos ser uno de esos 850 millones de individuos que cada noche se van a la cama con el estómago vacío. Podríamos ser como ellos: pobres, endeudados, hambrientos, sin hogar, enfermos y desesperados, sin saber a quién dirigirnos.
La obra de Cristo tiene que ser nuestro ejemplo. Su vida fue una vida de servicio desinteresado, y tiene que ser nuestro manual de acción. Su amor tierno y compasivo amonesta nuestro egoísmo y falta de humanidad.
La versión original de este comentario fue publicado originalmente en el sitio del Ministerio Adventista de las Posibilidades.
Traducción de Marcos Paseggi