25 de diciembre 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N. C. Wilson
Durante esta época especial del año, quiero darles mis más cordiales saludos, donde sea que se encuentren en el mundo en este momento, en el hemisferio sur disfrutando del calor y la luz del sol del verano, o en el norte, donde la nieve ha caído y estamos en pleno invierno.
Les invito a tomar unos momentos juntos mientras consideramos el regalo más grande jamás dado: Jesucristo.
En 2 Corintios 5:19, leemos “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”.
¡Qué versículo lleno de promesas es este! Dios estaba en Cristo, reconciliándonos consigo mismo. Aquí tenemos una imagen asombrosa del plan de salvación: Es una imagen de un Dios que toma la iniciativa de restaurar la relación que alguna vez Él tuvo con los seres humanos, una pérdida que se sintió profundamente cuando la humanidad decidió separarse de su Creador.
Imagina esa noche, hace tanto tiempo, en la ciudad de Belén en la ladera de una colina. Un bebé nació, no en una cama cómoda, sino en un granero, en un establo, rodeado de criaturas que Él mismo diseñó. Yaciendo allí en el pesebre, parecía ser solo otro bebé nacido en la humilde vida de una pequeña familia judía. Y, sin embargo, sorprendentemente, Él era completamente humano y completamente divino.
Vemos a Dios en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo a través de la fragilidad de un infante, a través de la inocencia de un Niño, por la fidelidad de un Joven Carpintero, a través de la compasión de un Gran Sanador, a la sabiduría de un Maestro respetado, y a través de la humildad de un Hombre inocente que pone la otra mejilla. Lo vemos en la cruz, con los brazos extendidos, buscando reconciliar al mundo consigo mismo.
Un mundo que lo despreció y lo rechazó. Un mundo donde «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron». ¿Qué tipo de Dios es este, que “busca salvar a los perdidos”, que ama a sus enemigos, que permanece callado ante los ataques temibles?
Este es un Dios que busca la reconciliación con nosotros. Eso es lo que Él quiere, más que nada. Él anhela que estemos con Él, no solo en el futuro, sino ahora.
Porque como vemos, Su obra de reconciliación no terminó en la cruz, continúa aún mientras sirve como nuestro Sumo Sacerdote en el santuario celestial, ministrando en el lugar santísimo, suplicando Su sangre por nosotros.
Cristo está participando activamente en este importante ministerio en este momento. Cuán maravilloso es saber que el Dios del universo, quien estuvo dispuesto a humillarse y venir a este mundo donde experimentó nuestras pruebas y dolores, es el mismo Jesús que ahora es nuestro abogado y sumo sacerdote ministrando por nosotros en un santuario celestial real.
Leemos en Hebreos 4:15 que «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado».
Cuán maravilloso es que nuestro Salvador nos comprenda completamente, y tal vez por eso oró hace 2000 años, no solo por Sus discípulos, sino también por nosotros, cuando le pidió a Su Padre:
“a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.” (Juan 17:11, NKJV).
Verán amigos, Jesús se dio cuenta de que no solo era necesario que nos reconciliáramos con Él, sino que la reconciliación no sería completa a menos que también nos reconciliamos entre nosotros.
Por eso nos ha dado “El ministerio de la reconciliación” (2 Cor. 5:18).
Todos estamos llamados a este ministerio especial, y Dios nos ha dado poder a través de Su «Palabra de reconciliación» (vs. 19), es decir, la Biblia. Es a través de Su palabra que encontramos las claves para la reconciliación entre nosotros: confesión, perdón, esperanza y sanidad. Cualesquiera sean las dificultades, disputas, frustraciones que enfrentemos ahora, el Señor ha abierto un camino para la reconciliación, para la unidad entre Sus creyentes.
Su vida humilde pero enfocada, Su ministerio desinteresado hacia los demás, Su asombroso sacrificio, son ejemplos para nosotros, animándonos a dejar de lado cualquier cosa que nos impida reconciliarnos con Él y con los demás.
Al pensar en nuestro maravilloso Salvador, cuyo nacimiento recordamos de una manera especial en esta época del año, reflexionemos sobre Su ministerio de reconciliación. Dios es el mismo hoy que ayer. Él todavía está en Cristo, extendiendo Su mano en reconciliación, sanando heridas, sanando a las personas, ofreciéndonos a cada uno de nosotros la oportunidad de estar unidos en Él.
Y un día muy pronto, los ángeles volverán a aparecer en el cielo como lo hicieron hace tanto tiempo sobre las colinas de Belén, esta vez no para anunciar el nacimiento del bebé, sino para acompañar al Rey en su gloria, viniendo para llevarse a Su pueblo a casa. Aun así, ¡Ven, Señor Jesús!
Oremos, Padre nuestro que estás en los cielos, gracias por la maravillosa expresión de amor del padre, el hijo y el Espíritu Santo al enviar a Jesús en la encarnación para convertirse en un ser humano, plenamente humano, plenamente divino para nuestra salvación.