14 de enero de 2021 | Loma Linda, California, Estados Unidos | Carlos Fayard, PhD, para Noticias de la División Interamericana
La primera vez que salí de mi casa durante la pandemia tiene que haber sido allá por abril. Tenía un sentimiento como de claustrofobia. Aunque podía trabajar desde la comodidad de mi casa, necesitaba un poco de “aire fresco”. Mi esposa y yo decidimos tomarnos un viernes libre y conducir hasta Santa Bárbara a un par de horas de nuestro hogar. Pensamos: “Bueno, es un día de semana. Aún estamos bajo órdenes de cuarentena, por lo que debería haber poco tráfico y pocas personas dando vueltas por ahí”.
Como lo anticipamos, no había muchas personas caminando en el muelle junto al océano o por la costa, pero muy pocos estaban usando mascarillas. “¡Qué le pasa a estas personas!” Había espacio para mantener más de los dos metros de distanciamiento social requerido, pero no podíamos creer cómo había tantas personas que no se inmutaban ante esta plaga moderna. Han pasado casi ocho meses, y es mucho peor. Las multitudes, la falta de distanciamiento social y las pocas mascarillas dan cuenta de lo que muchos denominan fatiga por la pandemia.
En mi humilde opinión, uno de los fenómenos más discutidos y menos comprendidos durante la pandemia tiene que ver con la conducta. Los científicos han hecho un trabajo increíble en decodificar la secuencia genética del COVID-19, lo que aceleró el desarrollo de una vacuna y mejoró las medidas terapéuticas. Sin embargo, algo tan simple como el distanciamiento social, lavarse las manos antes de tocarse la cara y usar mascarilla siguen siendo un desafío para la salud pública. En efecto, muchos expertos creen que al no seguir estas medidas atenuantes, el COVID-19 se ha predeciblemente incrementado hasta una proporción crítica que ahora experimentan muchas partes del mundo. Digo “predeciblemente”, porque no solo esto fue anticipado, sino porque se dijo que después de celebrar Acción de Gracias (en los Estados Unidos), Navidad y Año Nuevo, se produciría un incremento exponencial de contagios, hospitalizaciones y muertes.
Donde vivo, algunos han descrito el lugar como “zona de guerra”, “un infierno” o “una catástrofe”. El número de muertos ahora aumenta por hora, los trabajadores de la salud están llegando a un punto de agotamiento y, sin embargo, las personas siguen congregándose, sin mascarillas como si fueran inmunes no solo al virus mismo sino a la manera en que esa conducta contribuye a propagar el virus. La justificación que escuchamos para explicar esta conducta es lo que se denomina “fatiga por la pandemia”.
Fatiga por la pandemia
Después de todos estos meses de cuarentena, órdenes de confinamiento, escaso o ningún viaje, ningún encuentro en la iglesia o con la familia y los amigos, todos sentimos cierta fatiga, agotamiento, cansancio y un sentimiento de desgaste.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) (1) define la fatiga por la pandemia “como las desmotivación de seguir las conductas de protección recomendadas, que va emergiendo gradualmente a lo largo del tiempo y se ve afectada por un número de emociones, experiencias y percepciones. La fatiga por la pandemia es una respuesta esperada y natural a una crisis prolongada de salud pública, en especial porque la severidad y la escala de la pandemia del COVID-19 han requerido la implementación de medidas invasivas con impactos sin precedentes en las vidas diarias de todas las personas, lo que incluye a los que no se han visto directamente afectados por el virus mismo” (p. 4).
Más específicamente, la OMS considera que la fatiga de la compasión se expresa por medio de:
La pérdida de la motivación “es natural y esperada en esta etapa de una crisis. Al comienzo de una crisis, la mayoría de las personas logran aprovechar la capacidad extra” que se produce cuando los seres humanos recurren a estrategias de supervivencia a corto plazo al tener que hacer frente a situaciones estresantes agudas. “Sin embargo, cuando esas circunstancias difíciles se extienden en el tiempo, tienen que adoptar un estilo diferente de afrontamiento, y eso puede resultar en fatiga y desmotivación”.
Por ejemplo, el sentido de amenaza que produce el virus puede disminuir, dado que uno llega a acostumbrarse a vivir con él como una “nueva normalidad”, aun cuando el riesgo en realidad puede ir incrementándose. Por otro lado, las diversas pérdidas (libertad de movimiento, las pérdidas económicas y las pérdidas en las relaciones) son percibidas como más costosas que los riesgos de contagio. Lo que es más, a la mayoría de nosotros se nos hace difícil aceptar un sentido menor de control sobre nuestra vida. El resultado final, concluye la OMS, es que “las personas pueden llegar a acostumbrarse a la pandemia y a la amenaza que presenta, y eso puede resultar en complacencia” (p. 8).
¿Está la fatiga por la pandemia llevando a una fatiga de la compasión?
Una mujer muy preparada, analítica y elocuente hace poco me dijo: “Conozco las cifras y saqué la cuenta. La tasa de mortalidad es del 0,8 por ciento. No llega al 1 por ciento. ¿Por qué hacemos todo lo que hacemos?” Me quedé sin palabras. Solo un par de días antes, estuve en una videoconferencia relacionada con una región sumamente pobre del sur de Californnia con dramáticas tasas de contagio y muertes. Esa población está compuesta mayormente por obreros de las granjas y que procesan alimentos. Son personas que trabajan en los campos y plantas de procesamiento que son las que traen los alimentos a nuestra mesa. Dado que viven en viviendas pequeñas, tienen un acceso más bien limitado a la información y a la atención de salud debido a su estado inmigratorio, las cifras del COVID-19 son mucho más elevadas. Quiero aclarar algo: La mujer a la que me referí no es un ser humano frío e indiferente. La conozco bien y sé cuán compasivo ha sido ella en situaciones de las que muchos simplemente se alejarían. ¿Qué es lo que está mal aquí? ¿Estamos también nosotros experimentando fatiga de la compasión?
El psicólogo Paul Slovic señala que la respuesta a esta pregunta es muy probablemente afirmativa.(2) Ha llevado a cabo una investigación sustancial sobre la tendencia humana de ser indiferente al sufrimiento de otros. Identificó tres mecanismos psicológicos que contribuyen a esto:
La investigación muestra que la compasión se disipa cuando la amenaza excede a una sola persona. Slovic la denomina “La aritmética de la compasión”. Cuando vemos que cada vida posee un valor similar, entonces vemos un incremento proporcional al número de vidas que se pierden. Cuando las pérdidas son grandes, entonces se debería producir un rápido incremento de nuestra forma de cuidar de otros seres humanos. Sin embargo, no es así como funcionan las cosas. El “entumecimiento psíquico” queda amesetado cuando llega a un punto en el que sentimos: “Esto es demasiado”, lo que resulta en una caída precipitosa en nuestra capacidad de conservar la compasión por los problemas de los demás.
Puede que vea algo de esto cuando grupos de jóvenes se reúnen para fiestas, ignorando las súplicas de los que les piden que no actúen de manera egoísta, sino que piensen de qué manera su conducta puede destruir a los más ancianos y enfermar a sus contactos (y de hecho, a ellos mismos). Estos puede verse ilustrado aún más por un experimento llevado a cabo por psicólogos que usaron las ideas de Slovic. Se le mostró a un grupo de sujetos una fotografía de una niña africana que necesitaba comida con desesperación y se les pidió una donación. A un segundo grupo se le dio la misma información y se le añadió la información estadística sobre los millones de África que están en riesgo de morir de hambre. ¿Adivinen qué grupo donó más? Está en lo correcto si adivina que fue el primero. El entumecimiento psíquico les dio un sentido de ineficacia, lo que resultó en una disminución de la compasión y, en consecuencia, menos donaciones. La aritmética de la compasión podría estar funcionado en nuestra contra, reduciendo el impacto de la pandemia en las vidas humanas.
Carlos Fayard, PhD, es profesor asociado de psiquiatría y director del Centro de Colaboración de la OMS en el Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de la Universidad de Loma Linda. Es autor del libro Principios cristianos para la práctica de la consejería y la psicoterapia.
O’Hara, D. (2020) Paul Slovic observa el ‘entumecimiento psíquico’ del COVID-19. Monitor on Psychology. https://www.apa.org/members/content/covid-19-psychic-numbing. Visitado el 1-8-2021.
Organización Mundial de la Salud – Región Europea (2020) Pandemic fatigue: Reinvigorating the public to prevent COVID-19. Copenhagen: World Health Organization
Traducción de Marcos Paseggi