8 de marzo de 2021 | Denver, Colorado, Estados Unidos | Por John Skrzypaszek, Asociación Rocky Mountain
La Iglesia Adventista del Séptimo Día afrontó varios desafíos durante el siglo veinte, concernientes a la vida en un mundo progresivamente cambiante. El rápido desarrollo de los factores de industrialización, urbanización, migración y crecimiento exponencial de las ciudades, subrayaron la presencia de injusticias causadas por la “indiferencia hacia el sufrimiento humano”.1
Disputas denominacionales internas, provocadas por conflictos de orden teológico y organizativo, amenazaron con distraer la atención de la iglesia de su enfoque en su misión primaria en el mundo. Douglass Morgan sostiene que, en el contexto de los asuntos sociales generales, “Elena G. White guio las respuestas a los problemas sociales de la nación”. 2 Consecuentemente, sus consejos atrajeron la atención hacia la justicia social como parte intrínseca de la actividad misionera del movimiento.
Esta breve reflexión se abstiene de discutir la comprensión y respuesta de Elena G. White a todos los aspectos de la justicia social a través del uso de citas selectas; más bien, su objetivo es captar de nuevo la inspiradora, edificante y visionaria profundidad de su inspirada voz, desde las trincheras de su misma experiencia.
En una carta dirigida a O. A. Olsen en enero de 1905 (Carta 55), Elena G. White describió su visita a Battle Creek, Míchigan. Esos recuerdos son fascinantes por dos razones. Primeramente, trazan su papel como mensajera de Dios. En segundo lugar, se le preguntó si sus puntos de vista que había sostenido años atrás, habían cambiado.
En respuesta, Elena G. White afirmó la continuidad inalterable de sus creencias, pero las colocó en el contexto del “mismo servicio” que el Maestro había colocado sobre ella en los primeros años. Y uno se pregunta qué quiso decir con la continuidad de sus opiniones o puntos de vista inalterables” y “mismo servicio”.
La progresiva comprensión de Elena G. White respecto a la verdad bíblica, hubo de madurar.3 Animó a la iglesia a sumergir de lleno la experiencia de la vida en el poder de la Palabra de Dios, a fin de poder “discernir más claramente la compasión y el amor de Dios” revelado en “Cristo y este crucificado,”4 un lugar en donde uno encuentra “gracia, ternura y perdón, aunados a la equidad y la justicia”.5 Sostenía que “debemos no solamente conocer la verdad, sino que debemos practicar la verdad como es en Jesús”. 6 Este enfoque permaneció como mandato inalterable en todo su ministerio y verdad, en términos de su aplicación práctica en el “servicio del Señor”.7
En este contexto, recordó la naturaleza específica de su llamado: “Me fue encomendado que no descuidara o pasara por alto a aquellos a quienes se ha perjudicado . . . . Debo reprobar al opresor y abogar por la justicia. Debo presentar la necesidad de mantener la justicia y la equidad en todas nuestras instituciones”.8
Elena G. White y la justicia social
El espacio aquí no nos permite un análisis detallado de la respuesta de Elena G. White a la amplia esfera de asuntos de justicia social, tanto dentro de la comunidad de fe, como en la sociedad en general; pero su influencia se comenzó a ver en el nivel básico de respuestas prácticas a las necesidades humanas. Muy pronto después de su matrimonio en 1846, Dios le pidió que mostrara un interés particular en niños huérfanos de madre y de padre.9 Ella entendió esta responsabilidad como parte de la respuesta misional de Dios al sufrimiento humano (Isa. 58:6, 7) con una finalidad específica: “He tomado niños de tres a cinco años y los he educado e instruido para posiciones de responsabilidad”.10
Durante su tiempo de servicio en Australia, su hogar, Sunnyside, en Cooranbong, Nueva Gales del Sur, se convirtió en “un asilo para los pobres y afligidos”.11 Su preocupación por los enfermos y sufrientes “le ganó la confianza de la gente”. 12 Thomas Russell, un hombre de negocios local, resumió así el impacto de su influencia: “La presencia de la Sra. White en nuestro pueblo será grandemente sentida. La viuda y el huérfano encontraron en ella una ayudadora. Ella les brindó un techo, ropa y alimentos a los necesitados y, en donde hubiera sombras y tristeza, su presencia trajo rayos de sol.” 13 En su vida y práctica, la verdad de Jesús se tradujo en experiencia cristiana práctica, un lugar en donde la gente percibía la bondad y el cuidado amoroso.
Elena G. White y las relaciones raciales
El tema del gran conflicto de los siglos (1858-1888) contribuyó a la comprensión a fondo, por parte de la Sra. White, del amor de Dios y su propósito para la vida en un mundo quebrantado. Subrayó el valor de la libertad de elección y el valor intrínseco y potencial de la vida humana. Este tema amplió el impacto de su ministerio más allá de las fronteras de la comunidad adventista, hasta la “arena pública —relaciones de raza y libertad religiosa”.14 Durante el tiempo pasado en Australia, escribió profusamente sobre asuntos relacionados con las así llamadas razas de color. 15 En 1891, escribió: “El Señor Jesús vino a este mundo a salvar a hombres y mujeres de todas las nacionalidades. Murió tanto por la gente de color, como por la raza blanca. Jesús vino a arrojar luz sobre el mundo entero”. 16
Sus palabras reflejan una intrépida, pero profundamente arraigada convicción espiritual que brotaba de su percepción del ministerio de Jesús: “Sé bien que lo que estoy hablando me va a meter en problemas. Esto no es lo que ansío, porque el conflicto pareciera ser continuo en los últimos años; pero no deseo vivir como una cobarde, dejando mi obra sin terminar. Debo seguir en las pisadas de mi Maestro. Se ha puesto de moda mirar con desprecio a los pobres y en particular a los de raza de color. Pero Jesús, el Maestro, fue pobre y él simpatizaba con el pobre, con el descartado de la sociedad, el oprimido y declaró que cada insulto dirigido a ellos es como si estuviera dirigido a él. Cada vez me sorprendo todavía más al ver a aquellos que aseguran ser hijos de Dios, tener tan poca simpatía, ternura y amor como los manifestados por Cristo. Oh, que cada iglesia, en el norte y el sur fuera imbuida con el espíritu de la enseñanza de nuestro Señor”.17
En 1896, le advirtió a la iglesia: “Las paredes del sectarismo y de las castas y raza se derribarán cuando el verdadero espíritu misionero entre al corazón de los hombres. El amor de Dios derrite el prejuicio”.18 Sus apelaciones tenían el propósito de resonar más allá del ámbito del activismo político. Más precisamente, se proponía desafiar a la iglesia con una “nueva iniciativa para alcanzar a la empobrecida y oprimida población negra de la nación”.19 Consecuentemente, sus mensajes eran inspiradores, motivacionales y misionales.
Un ejemplo a seguir
El ejemplo de su respuesta única a los males de la injusticia social surgió de su enfoque sensible a los abusos y maltratos de los aborígenes e isleños de Torres Strait, en Australia. Mientras escribía profusamente acerca de igualdad, nunca hizo una referencia directa a los prejuicios raciales del país. De todas maneras, su voz motivó a la Iglesia Adventista del Séptimo Día a hablar en contra de este mal social. Después de su partida a los Estados Unidos, The Bible Echo (19 de agosto de 1901), publicó un editorial que expresaba la protesta de la iglesia contra los abusos y maltratos del gobierno a los nativos del lugar: “Debe aprovecharse mejor cada oportunidad para crear un sentimiento público en contra de las costumbres brutales descritas anteriormente, hasta que las autoridades tomen el asunto en sus manos e inauguren una vigorosa reforma. Es una mancha repugnante sobre el país y debe erradicarse sin mayor dilación”.20
Ciertamente, su consejo desafió a los adventistas del séptimo día a hablar en contra de la opresión y la injusticia, pero como parte intrínseca de la actividad misional del movimiento, a fin de elevar y restaurar el valor y la dignidad humana que brotan del reino de gracia de Dios.
La versión original de esta historia se publicó aquí. Se ha reimpreso con permiso, con mínimas modificaciones editoriales.
John Skrzypaszek fue director del Centro de Investigación Elena G. White, de los Adventistas del Séptimo, del Colegio Universidad de Avondale en Australia.
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Traducción – Gloria A. Castrejón