de la Unión Asociación de los Estados Centrales
¿Ha cambiado usted alguna vez el pensamiento de alguien en un debate de medios sociales? Rara vez veo que los debates en persona cambian la opinión de una persona, y mucho menos en un debate en línea. A pesar de ello, los cristianos se han sumado a los debates en los medios sociales (o, mejor dicho, en guerras en línea) de opinión.
Cuando el Dios encarnado llegó a este planeta, ingresó a un mundo de debates. Los ciudadanos de la nación judía querían todos ellos lo mismo: ser libres de Roma. Los judíos desarrollaron facciones sobre la base de opiniones relacionadas con diversas soluciones posibles a su ocupación.
Si consideramos las personas que Jesús invitó a su círculo de influencia, podemos ver que Jesús no era ajeno al debate en Israel. Jesús incluyó a Santiago y Juan, los “hijos del trueno” (Mark 3:17), que creían en derrocar a los romanos mediante la violencia. Entonces también está Mateo, el cobrador de impuestos (Matt. 9:9). Él ni siquiera seguía peleando contra Roma; se sumó a Roma. Entre esos dos extremos, estaban los líderes religiosos judíos, que procuraban trabajar con y en contra de Roma.
Tendría sentido que, con tanto debate y conflicto, Jesús hubiera pasado una cantidad significativa de tiempo expresando su posición y debatiendo contra uno y otro lado del conflicto. A pesar de ello, solo existen unas pocas referencias menores en las que Jesús siquiera reconoció que se estaba llevando a cabo ese debate. ¿Cómo podía Jesús separarse de la batalla constante mientras al mismo tiempo llevar a individuos de ambos extremos del debate a su comunidad?
¿Tomaría Jesús partido por una posición?
Al considerar nuestra lucha actual que implica existir con el COVID-19 y todas sus variantes, me preguntó cómo había hecho frente Jesús al debate. ¿Tomaría Jesús partido por una posición? ¿Ingresaría a los medios sociales y publicaría sus opiniones? ¿Cómo uniría Jesús a la iglesia, su cuerpo aquí en el planeta tierra, cuando esta está tan dividida entre “hechos” y “opiniones”?
La comunidad judía tenía una confesión de su fe, el Shema, que era parte de su experiencia diaria de adoración: “Ama al Señor tu Dios” (Deut. 6:5). Jesús declare que este era el más grande los mandamientos de Dios. Y entonces lo siguió con: “Ama a tú prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39). Mientras los judíos discutían por la opresión de Roma, Jesús buscó redireccionar el énfasis de los judíos hacia lo que significaba amar a Dios y amarse mutuamente. Mientras que los judíos luchaban entre sí por ser salvos de Roma, Jesús les dio salvación eterna del pecado.
¿Cómo respondería Jesús a la gente de hoy día?
¿Necesitamos ser redireccionados por Dios para comprender el amor de Dios? El apóstol Juan escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). En 1 Juan 3:16, Juan escribió: “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos” (NVI). Y en 1 Juan 3:1, añadió: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” (NVI).
Se me vienen tres palabras a la cabeza: compasión, respeto y valor, cuando seguimos la invitación divina de amar a los demás. Cada ser humano es nacido a imagen de Dios. Usted tiene una historia personal que impulse su respuesta a la ida. Tener compasión significa escuchar la historia que te ha impactado. Respetar a cada persona como hijo de Dios es hermoso y representa un gran desafío.
Somos iguales en valor para Dios. Somos de manera igual hijos de Dios. Pero cuando lo miro a usted, ¿veo a un igual?
Si lo veo a usted como mi igual y como hijo de Dios, no lo atacaré en línea o en persona. Puedo que esté en desacuerdo con usted, pero no tengo que atacarlo. Que Dios nos ayude a aprender a amar así como él nos amó primero.
Nate Elias es pastor de la iglesia adventista Piedmont Park en Lincoln, Nebraska, Estados Unidos.
La versión original de este comentario fue publicado en la revista Outlook de la Unión Asociación de los Estados Centrales.
Traducción de Marcos Paseggi