28 de enero 2022 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día
Saludos amigos. La semana pasada abordamos un tema muy importante: Analizamos quién es Dios en la plenitud de la Deidad. Hoy, consideraremos más profundamente quién es Dios, el Padre. Sabemos que Él es nuestro Padre celestial porque Jesús se dirige a Él como «Padre» en varias ocasiones, incluso cuando enseñó a Sus discípulos a orar, como se registra en Mateo 6:9,10 —»Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.»
Si bien esta hermosa oración implica una invitación a una relación muy directa y personal con el Padre, algunos ven a Dios Padre como el Dios duro y vengativo del Antiguo Testamento, y a Jesús, como el Dios cálido y amoroso del Nuevo Testamento. Pero, ¿es esta visión realmente precisa?
Nuestra tercera Creencia Fundamental Adventista del Séptimo Día declara lo siguiente:
«Dios el Padre eterno es el Creador, Proveedor, Sustentador y Soberano de toda la creación. Él es justo y santo, misericordioso y gentil, lento para la ira, y abundante en amor y fidelidad. Las cualidades y poderes exhibidos en el Hijo y el Espíritu Santo son también las del Padre.»
Por supuesto, esta creencia se basa en una amplia gama de pasajes de las Escrituras, al igual que todas nuestras creencias como Adventistas del Séptimo Día. Pueden encontrar los pasajes de la Biblia relacionados con Dios, el Padre y estudiar más de este tema en adventist.org/beliefs.
Ahora, consideremos por un momento que es el mismo Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento quien actúa para la salvación de Su pueblo.
En Hebreos 1:1,2 leemos: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.
El Antiguo Testamento describe a Dios el Padre de varias maneras. Dirigiéndose a Israel, Moisés se refirió a Dios como su Padre que los redimió cuando dijo: «¿No es él tu padre que te creó?» (Deut. 32:6). «Porque soy a Israel por Padre» Dijo Dios por medio del profeta en Jeremías 31:9. «Jehová, tú eres nuestro padre,» clamó Isaías en Isaías 64:8.
En Salmos 103:13 se nos da una maravillosa y compasiva imagen de Dios: «Como el padre se compadece de los hijos, Se compadece Jehová de los que le temen.» En Malaquías, el ultimo libro del Antiguo Testamento, Dios declara en el capítulo 1, versículo 6, «Yo soy Padre.» Y en Malaquías 2:10, el profeta pregunta, «¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? «
A lo largo del Antiguo Testamento se reconoce a Dios como clemente y misericordioso. «misericordioso es nuestro Dios,» canta el salmista y afirma que «para siempre es su misericordia» (Salmos 116:5; 100:5). Y aunque Dios es misericordioso, Su misericordia no se puede exigir ni ganar. La misericordia de Dios no perdona ciegamente sino que se guía por los principios de justicia y santidad. Aquellos que rechacen Su misericordia y perdón, cosecharán Su castigo.
En el Antiguo Testamento vemos a un Dios que anhela estar con su pueblo, como lo indican sus palabras a Moisés,«Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos.» (Éxodo 25:8). También se le ve como un Dios redentor, el Dios del Éxodo que milagrosamente llevó a una nación de esclavos a la libertad. Dios Padre no es un Ser distante y desapegado, sino que está muy involucrado en lo que está sucediendo aquí en la Tierra. Se le puede conocer personalmente, como afirmaba Job cuando, a pesar de sus muchas pruebas, clamaba: «Yo sé que mi redentor vive» (Job 19:25).
Los Salmos están llenos de referencias al Dios del Antiguo Testamento, como un Dios de “refugio”. «Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.” Leemos en Salmos 46:1, y un «Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad,» (Salmos 86:15).
El Dios del Antiguo Testamento también se describe como un Dios de perdón. «¿Qué Dios como tú,» escribió el profeta Miqueas, «que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.» (Miqueas 7:18-19).
¡Qué increíblemente hermoso y poderoso pasaje de las Escrituras es este, que describe a Dios, nuestro Padre Celestial! Es un Dios de bondad, de fidelidad, de salvación, y sí, de venganza. por ejemplo, en Isaías 35:4 leemos, «Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará.» Notemos que la venganza de Dios está reservada para los impíos, aquellos que han despreciado la misericordia de Dios y han rechazado Su oferta de salvación, aunque está disponible gratuitamente para todos.
En el Nuevo Testamento, Pablo identifica al Padre, distinguiéndolo de Jesús, cuando escribe: «Solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas… y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.» (1 Cor. 8:6). También reconoce y adora a Dios Padre cuando escribe, «Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Efesios 3:14, 15).
Por supuesto, la revelación más completa del Padre nos es dada a través de Su Hijo, Jesucristo, quien vino en carne humana. El Apóstol Juan afirma, «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.» (Juan 1:18). Y Jesús mismo dijo, «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9).
En lo que sin duda es el versículo más conocido de toda la Biblia, vemos el amor del Padre cuando leemos, «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:16).
Nuestro Dios es un Dios que da. Nuestro Dios es un Dios que ama. Nuestro Padre, que está en los cielos nos ama tanto que dio a su único Hijo a morir para que un día podamos reconciliarnos con Él y disfrutar de la eternidad con Él para siempre. Como el padre en la parábola del hijo pródigo, Él espera ansiosamente que regresemos a Él, anhelando poner Su manto de justicia a nuestro alrededor y darnos la bienvenida a casa.
Adorémosle mientras oramos juntos en este momento.
Padre nuestro que estás en los cielos, entendemos aún más la importancia de que seas nuestro padre, que has hecho tanto por nosotros y continúas haciendo todo para ayudarnos a encontrar la salvación completa. Gracias por enviar a tu hijo Jesús a morir por nosotros, y vivir por nosotros. Gracias por darnos el ministerio de la reconciliación, que es exactamente lo que ofreciste al mundo. Gracias por el aspecto maravilloso que como padre nuestro podemos reconciliarnos contigo, por medio de Cristo Jesús. Gracias por ser nuestro padre y por la promesa de vivir contigo, con el Hijo y el Espíritu Santo por toda la eternidad, todo por lo que has hecho por nosotros. Te damos gracias por escucharnos en esta oración, en el nombre de Jesús te lo pedimos, amén.