17 de febrero 2022 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día
Saludos amigos.
Hoy hablaremos de una Persona muy importante que es invisible y, sin embargo, muy real: Dios Espíritu Santo, el tercer miembro de la Deidad. Nuestra quinta Creencia Fundamental Adventista del Séptimo Día explica el Espíritu Santo de esta manera:
«Dios Espíritu Santo fue parte activa con el Padre y el Hijo en la Creación, la encarnación y la redención. Él es tan persona como lo son el Padre y el Hijo. Él inspiró a los autores de las Escrituras. Llenó la vida de Cristo con poder. Él atrae y convence a los seres humanos; y a aquellos que responden, Él los renueva y transforma a la imagen de Dios. El Espíritu Santo fue enviado por el Padre y el Hijo para estar siempre con sus hijos, extiende los dones espirituales a la iglesia, la capacita para dar testimonio de Cristo, y en armonía con las Escrituras la conduce a toda la verdad.»
Una noche, hace casi 2000 años, Jesús le dijo a Nicodemo, como está registrado en Juan 3:5: «Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” Jesús se estaba refiriendo a la necesidad del bautismo por agua y por el Espíritu Santo. Explicando cómo obra el Espíritu Santo, continuó, «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:8
Una parte importante de la obra del Espíritu Santo es convencernos de nuestros pecados, guiarnos al arrepentimiento y transformar nuestras vidas para ser como Jesús. Al hablar a sus discípulos acerca del Espíritu Santo, Jesús dijo en Juan 16:8, «Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.» Luego, continuó diciendo, «…Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad.» (vs. 13). Una obra importante del Espíritu Santo es ayudarnos a comprender la verdad que Dios ha revelado en la Biblia. Noten esta poderosa explicación de la obra del Espíritu Santo dada por Elena G. de White: “Su obra consiste en definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el Consolador. Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz ni consuelo en la mentira… Por medio de las Escrituras, el Espíritu Santo habla a la mente y graba la verdad en el corazón. Así expone el error, y lo expulsa del alma. Por el Espíritu de verdad, obrando (DTG 624.3).
Como parte integral de la Deidad, el Espíritu Santo ha existido desde la eternidad, y la Biblia lo revela como una persona, no como una fuerza impersonal. Se esfuerza, como leemos en Génesis 6:3 donde el Señor dice, «Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre…» Él enseña, como indica Lucas 12:12, «Porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir.» Él condena, como leemos en Juan 16:8. En Hechos 13:2, lo vemos dirigiendo en los asuntos de la iglesia.
En Romanos 8:26 leemos esta hermosa descripción: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.»
Él inspira, como indica 2 Pedro 1:21, «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.» Y Él santifica, como 1 Pedro 1:2 refiere: «Según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.»
El Espíritu Santo estuvo activo en la Creación, «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.» (Génesis 1:1,2). David lo reconoció cuando clamó en Salmos 51:11: «No me eches de delante de ti, Y no quites de mí Tu Santo Espíritu.»
Vemos el papel del Espíritu Santo en la encarnación de Jesucristo cuando un ángel le dijo a María, como está registrado en Lucas 1:35, «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.»
Jesús mismo reconoció la unción del Espíritu Santo cuando leyó de Isaías 61:1, «El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel.»
Poco antes de Su crucifixión, Jesús aseguró a Sus discípulos: «Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. » (Juan 14:25, 26).
Justo 50 días después, se cumplió la promesa de Cristo a Sus discípulos, según consta en Hechos 2:1-4 «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo…»
Más adelante, en Hechos 10:38 escuchamos a Pedro predicar en casa de Cornelio, un centurión Romano, diciéndoles, “Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder…»
En Romanos 5:5 se nos asegura, «Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.»
Todos los seguidores de Cristo deben recibir el bautismo del Espíritu Santo mediante una entrega total a Él, permitiéndole transformar sus vidas. Esta transformación se explica claramente en Gálatas 5, donde se nos insta en el versículo 16 a «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.» Luego, Pablo contrasta las obras de la carne con el fruto del Espíritu, que son «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.» (vers. 22).
Amigos, el Espíritu Santo es ciertamente, Dios con nosotros. Fue enviado para enseñarnos, guiarnos, consolarnos, animarnos y transformarnos. Tenemos el maravilloso privilegio de aceptar este maravilloso regalo. Sin embargo, la elección es nuestra. Dios nunca se impondrá a nadie. Más bien, Jesús nos advirtió sobre las consecuencias de resistir al Espíritu Santo. En Mateo 12:31, 32 leemos: «Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.»
Un pecado que no puede ser perdonado. ¿Cómo puede ser esto? Es porque es a través del Espíritu Santo que Dios nos alcanza, nos convence de pecado y nos transforma. Si lo dejamos fuera, hemos optado por cortar la comunicación con Dios. De hecho, es desgarradora tal situación. Por eso es tan importante para nosotros atender el llamado dado en el Salmo 95 y repetido en Hebreos 3:7: «Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones.» Amigos, les invito a aceptar ese maravilloso regalo, hoy. Si desean aprender más sobre Dios Espíritu Santo, les animo a visitar: adventist.org/holy-spirit. Alabemos al Señor por Su asombroso don del Espíritu Santo mientras oramos juntos.
Padre que estás en los cielos, gracias porque Tú, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan juntos de una manera tan magnífica. Gracias por crear este mundo, gracias por crearnos, gracias por pensar en el plan de salvación, incluso antes de la creación de esta tierra, gracias por enviar al Espíritu Santo para convencernos, para enseñarnos, para ayudarnos en nuestro trabajo por que nos capacitas.
Ahora Señor, te pedimos que llenes nuestras vidas con el Espíritu Santo y oramos para la lluvia tardía del Espíritu Santo, para que la obra de Dios avance tan rápido y entonces Jesús pueda venir.
Gracias por escucharnos, en el nombre de Jesús te lo pedimos, amén.