21 de octubre de 2022 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Hola amigos. Cuando escuchas la palabra «manso» ¿qué es lo primero que te viene a la mente? A menudo, las personas equiparan la mansedumbre con la debilidad, pero en realidad es todo lo contrario.

En Su Sermón del Monte, Jesús destacó esta verdad cuando dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mateo 5:5).

Esta es la tercera bendición de las bienaventuranzas, y sigue a la bendición de aquellos que han sentido su necesidad de Cristo, aquellos que han llorado a causa del pecado y han pasado por lo que Elena de White llama «la escuela de la aflicción» con Cristo. (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 17.1). Estos, pues, están dispuestos a aprender la mansedumbre del divino Maestro.

«Pero Jesús incluye la mansedumbre entre los requisitos principales para entrar en su reino.” Leemos en El Discurso Maestro de Jesucristo. “En su vida y carácter se reveló la belleza divina de esta gracia preciosa.” (p. 17).

Es maravilloso considerar que Jesús, “Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo. » (Filipenses 2:6, 7)

Jesús, el Rey de la Creación, voluntariamente dejó a un lado la gloria que le correspondía, vino a esta tierra, nació en las circunstancias más humildes y vivió, no como un rey que exige homenaje, sino como alguien cuya misión era servir a los demás.

Y nos invita a seguirlo. Él dice, “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29) y “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” (Mateo 16:24).

“Mas el que aprende de Cristo renuncia al yo, al orgullo, al amor por la supremacía, y hay silencio en su alma.  Escribe Elena de White

El yo se somete a la voluntad del Espírtu Santo. No ansiaremos entonces ocupar el lugar más elevado…sentiremos que nuestro más alto lugar está a los pies de nuestro Salvador. Miraremos a Jesús, aguardaremos que su mano nos guíe y escucharemos su voz que nos dirige.” (El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 18)

Ella continúa, “Es el amor a uno mismo lo que destruye nuestra paz. Mientras viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y ciegos al escarnio y al ultraje.” (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 16)

Tal vez esto es lo que el Apóstol Pablo está hablando cuando escribió, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gal. 2:20).  

Cuando hacemos esto, la paz de Cristo mora en nuestros corazones. Jesús vivió en medio del conflicto y, sin embargo, tuvo paz en todo momento. se nos dice que “Ninguna tempestad de la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión perfecta con Dios.” (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 18). Y Él nos dice hoy, “La paz os dejo, mi paz os doy.” (Juan 14:27), y «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11:29)

La paz de Cristo es constante y permanente. No depende de ninguna circunstancia en la vida: cuánto poseemos, cuántos amigos tenemos, dónde vivimos o cualquier otra circunstancia. Cuando estamos rendidos a Cristo, Él nos llena de Su paz, y quienes nos rodean lo sentirán y se darán cuenta de que «hemos estado con Jesús» (Hechos 4:13).

Cuando tengamos la mansedumbre de Cristo en nuestros corazones, el espíritu de odio y venganza desaparecerá. A través de Su fuerza, seguiremos Sus instrucciones para “Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.” (Luke 6:28).  

Entonces estaremos verdaderamente hablando el idioma del cielo y estaremos listos para heredar la tierra, una tierra que no esté dañada por el pecado y el sufrimiento, ¡sino una tierra nueva donde todo será paz y armonía para siempre! “Y no habrá más maldición leemos en Apocalipsis 22:3, “y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán.”

Oremos a Él ahora mismo.

Padre en el cielo, muchas gracias por la promesa de una vida eterna de paz y felicidad y la oportunidad de vivir verdaderamente esa vida aquí en esta tierra a través de tu poder, hasta que nos lleves a casa para estar contigo.

Señor, bendice a cada uno que está luchando con algún tipo de desafío, alguna dificultad. Ayúdalos a estar plenamente en paz contigo porque vives en sus corazones. Gracias por escucharnos en esta oración. En el nombre de Jesús, lo pedimos. Amén. 

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