15 de diciembre del 2022 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día
Saludos amigos. Durante las últimas semanas hemos estado revisando el maravilloso libro, El Discurso Maestro de Jesucristo, de Elena G. de White, centrándonos en el poderoso Sermón del Monte de Jesús. Hoy, veremos la última parte de ese sermón, donde una vez más Jesús habla claramente sobre cómo vivir una vida cristiana exitosa. «No juzguéis, para que no seáis juzgados,» dijo Él, como lo registra Mateo 7:1. Aquí, Jesús nos advierte a no juzgar a los demás según nuestros propios estándares, juzgando sus motivos, como si pudiéramos leer sus corazones. “Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados,” dijo Jesús. (vs. 2)
Es una ley de la naturaleza que la forma en que tratamos a los demás volverá a nosotros, ya sea para bien o para mal. Lo que sembramos, seguramente cosecharemos.
Yendo más allá, Jesús señala la hipocresía de aquellos que se apresuran a criticar a los demás, sin tener en cuenta sus propios defectos. “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”, preguntó Él (Mateo 7:3)
Comentando en este pasaje, Elena de White escribe: “La censura y el oprobio no rescataron jamás a nadie de una posición errónea; pero ahuyentaron de Cristo a muchos y los indujeron a cerrar sus corazones para no dejarse convencer. Un espíritu bondadoso y un trato benigno y persuasivo pueden salvar a los perdidos y cubrir multitud de pecados.” (DMJ 109.3).
Continúa Jesús diciendo, “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.» (Vs. 6).
Cristo nunca obliga a nadie a seguirlo; Sólo busca atraerlos a través del amor. Algunos, sin embargo, “no tienen ningún deseo de escapar de la esclavitud del pecado” (DMJ. 110.1). Sobre esto, Elena de White escribe, “Los siervos de Cristo no deben permitir que los estorben quienes sólo consideran el Evangelio como tema de contención e ironía.» (DMJ. 110.1). Debemos orar por ellos y dejarlos en las manos de Dios.
Jesús entonces desarrolla esta hermosa promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” (ver. 7). Jesús nos invita a acercarnos a Él con corazones abiertos y honestos, creyendo que Él es poderoso para todo.
Leemos, “El Señor no especifica otras condiciones fuera de éstas: que sintamos hambre de su misericordia, deseemos su consejo y anhelemos su amor.” (DMJ 110.3).
Volviendo a nuestra relación con los demás, Jesús nos da la regla de oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos…» (ver. 12). Él nos anima a no mirar lo que vamos a recibir, sino cuánto podemos dar. “En nuestro trato con otros”, escribe Elena de White, “pongámonos en su lugar. Comprendamos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares.” (DMJ 114.1).
A medida que nos identificamos con ellos, se vuelve más fácil tratar a los demás como nos gustaría ser tratados si estuviéramos en su lugar.
Cerca del final de su sermón, Jesús les recuerda a sus seguidores que “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición… estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Vs. 13, 14).
Aquí Jesús está señalando lo fácil que es simplemente seguir a la multitud, haciendo lo que es fácil y aceptable para la mayoría; un lugar, escribe Elena de White, donde «Hay lugar para las opiniones y doctrinas de cada persona; espacio para que sigan sus propias inclinaciones y para hacer todo cuanto exija su egoísmo.” (DMJ 116.1). En contraste, Cristo nos insta: “Tomar tu cruz y sígueme”. Él ha ido antes que nosotros; Él conoce cada prueba que enfrentamos y promete estar con nosotros en todo el camino.
Después de advertir a sus seguidores que tengan cuidado con los falsos profetas, Jesús termina su sermón con una poderosa ilustración que compara dos casas, una construida sobre la roca y la otra sobre la arena. Quien escucha las palabras de Cristo y las pone en práctica, es como el hombre sabio que edificó su casa sobre la roca. “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.” (vers. 25).
Pero los que oyen sus enseñanzas y no las practican, son como “un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. » (vss. 26, 27).
Amigos, se nos advierte, “Se aproxima una tormenta de implacable furor. ¿Estarnos preparados para hacerle frente?” (8TPI 329.2). Por la gracia de Dios, podemos serlo, al edificar nuestra fe sobre la roca de Su Palabra. No sólo escuchemos las palabras de Cristo. Por Su gracia, sigámoslos.
Les invito a orar conmigo ahora mismo.
Padre que estás en los cielos, gracias porque eres la roca sólida sobre la cual podemos poner los cimientos de nuestras vidas. Ayúdanos a no depositar nuestra creencia y nuestra vida en cosas transitorias y en la arena, lo que representa una falsa enseñanza. Señor, ayúdanos a establecer nuestros fundamentos siempre en Ti. Gracias por escucharnos, en el nombre de Jesús, amén.