No podemos nunca divorciar cualquiera de las verdades de las Escrituras de las maravillosas nuevas de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

24 de mayo de 2023 |Maine, Estados Unidos | Shawn Brace para Adventist Review

Cuando un profeta utiliza términos tales como “uno”, “único”, “siempre” y “nunca”, de seguro llama mi atención. En este caso, Elena G. White, al escribir en 1890, declaró que había “una gran verdad central” que se debía “tener en mente en el estudio de las Sagradas Escrituras”.*

Como cristianos que creemos en la Biblia y que mantenemos un celoso compromiso respecto al estudio de las Escrituras, tal declaración debe despertar nuestra curiosidad.  Implícito en esta idea está el hecho de que hay otras verdades que, a pesar de la importancia que tienen, no son los lentes a través de los cuales debemos leer la Biblia.

De acuerdo con Elena G. White, no hay tres, o siete, o 28 verdades centrales. Hay simplemente una sola  que deberíamos tener en mente cuando tratamos de encontrar sentido en la comprensión de Dios y el estudio de su Palabra.

Así que, ¿cuál es esa “gran verdad fundamental”? ¿Es el sábado? ¿El santuario? ¿La segunda venida de Jesús?

Para Elena G. White, era simplemente esta: “Jesucristo, y […] este crucificado”.

¡Asombroso!

Tal vez es también tan importante y provocativo lo que dice en la siguiente frase: “Cualquier otra verdad ha sido investida con la influencia y el poder correspondiente a su relación con este tema”.

En otras palabras, la Biblia carece de poder y la verdad se vuelve impotente si no se entiende y se presenta dentro del marco del amor abnegado y sacrificado de Dios. Si divorciamos las enseñanzas de la Biblia y las doctrinas de la iglesia del sacrificio de Cristo, quedan desprovistas de toda “influencia” y “poder”.

¿Cómo resultaría esto en la práctica?

Tomemos por ejemplo la doctrina del sábado. Podemos tomar tiempo tratando de probar que el sábado es el séptimo día de la semana y que los cristianos todavía deben observarlo. Podemos agregar además que la adherencia a su observancia será un asunto definitorio en los últimos días y que las personas deben por lo tanto observarlo a fin de que puedan ser selladas para el regreso de Cristo.

Tal sentir puede ser correcto, bueno y verdadero; pero, ausente de cualquier conexión con “Cristo, y […] este crucificado”, está desprovisto de la fuerza y el poder motivadores. No hace nada por hacernos sentir afecto por Cristo y usa muy sutilmente el temor y un sentimiento de deber como fuente de inspiración. Apela más a la razón y no hace nada por despertar una respuesta del corazón.

¿Qué tal si dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo hablando del carácter de amor de Cristo, de cómo lo dio todo por nuestra redención y se consagró a sí mismo por nuestro bienestar permanente? Y fue a partir de ese corazón de amor que nos dio el regalo del sábado, que es una invitación a descansar en su obra terminada y experimentar su gracia y paz santificadoras.

Por supuesto, podemos seguir hablando de su importancia en el tiempo final y cómo su observancia nunca fue abolida; pero evitemos la forma de enseñarla que deja a las personas con la impresión de que el amor de Dios hacia ellos se basa en la observancia del sábado o de que su seguridad y bienestar dependen de la perfecta adherencia al sábado (o a cualquier otra cosa).

Dicho en forma sencilla, no podemos divorciar nunca cualquier verdad de las Escrituras de las hermosas nuevas de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. El hacerlo simplemente conduce a las personas a esclavitud en vez de libertad.

Este es solamente un ejemplo de la forma como podemos asegurarnos de que mantenemos siempre “la gran verdad fundamental” delante de nuestra mente y corazón.

* Elena G. White, The Ellen G. White 1888 Materials (Washington, D.C.: Ellen G. White Estate, 1987), vol. 2, p. 806.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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