4 de mayo del 2023 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

¡Hola amigos! Continuamos nuestro viaje a través del libro El Conflicto de los Siglos, y esta semana nos estamos enfocando en el pueblo fiel de Dios en Francia durante la época de la Reforma.

La verdad de Dios se difundió rápidamente con la publicación de la traducción al francés del Nuevo Testamento de Lefevre en 1523 y la Biblia completa en 1528. Por la providencia de Dios, las Sagradas Escrituras fueron puestas en manos de la gente común y la nobleza de toda Francia. Alarmados por la cantidad de personas que se estaban convirtiendo a la Reforma, los líderes de la Iglesia Romana instalaron hogueras en todo el país donde los mártires fueron quemados vivos debido a su fe.

Una de esas personas fue el noble Louis de Berquin, un “Cortés y bravo caballero, dedicado al estudio, de elegantes modales y de intachable moralidad” (CS 199.2). Él, al igual que William Farel, había sido un fuerte defensor de la iglesia romana y tenía un odio especial por aquellos que siguieron a los reformadores. Sin embargo, fue guiado providencialmente a la Biblia y se asombró de lo que encontró en sus páginas sagradas. Una vez convertido, Berquin se dedicó de lleno a la causa del evangelio.

Este noble era conocido por “su genio y elocuencia y su valor indómito y su celo heroico, tanto como su privanza en la corte—por ser favorito del rey” (199.3).

Mientras compartía convincentemente su fe por toda Francia, los papistas estaban aterrorizados y gritaban: «¡Es peor que Lutero!». Una y otra vez encarcelaron al valiente caballero, alegando que era un «hereje», pero cada vez fue liberado por el rey.

A Berquin se le advirtió repetidamente de su peligro, pero como los apóstoles de antaño, su fe estaba firmemente plantada en Dios, y podía decir con el apóstol Pedro: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres“ (Hechos 5:29).

Instándolo a abandonar el país, el tímido y cumplidor Erasmo escribió: “Tus enemigos son legión. Aunque fuera tu causa mejor que la de Cristo, no te dejarán en paz hasta que hayan acabado miserablemente contigo. No te fíes mucho de la protección del rey. Y sobre todas las cosas, te encarezco que no me comprometas con la facultad de teología” (CS 200.1).

Lamentablemente, Erasmo estaba más preocupado por su prestigio y posición entre sus colegas que por la verdad de Dios.

Pero a medida que aumentaba el peligro, el celo de Berquin solo se hizo más fuerte. Decidió no solo defender la verdad, sino también atacar el error. Sus más acérrimos oponentes fueron los profesores del departamento de teología de la gran Universidad de París, una de las más altas autoridades eclesiásticas de la ciudad y la nación. De los escritos de estos doctores en teología, ”entresacó Berquin doce proposiciones, que declaró públicamente “contrarias a la Biblia, y por lo tanto heréticas” (CS 200.2). Propuso que estos profesores defendieran sus enseñanzas con la Biblia y apeló al rey para que actuara como juez.

El rey estuvo de acuerdo con el arreglo y ordenó a los profesores universitarios que defendieran su caso con la Biblia. Los profesores se alarmaron, sin saber qué hacer.

Justo en ese momento, sin embargo, intervino el enemigo de las almas. Una estatua de la Virgen María que estaba en la esquina de una calle concurrida de París fue gravemente mutilada. Multitudes de personas acudieron al lugar, con luto e indignación. Incluso el rey estaba disgustado con la mutilación deliberada de la estatua.

“Estos son los frutos de las doctrinas de Berquin—exclamaban—. Todo va a ser echado por tierra, la religión, las leyes, el trono mismo, por esta conspiración luterana” (CS 201.1).

Una vez más, Berquin fue arrestado. El rey abandonó París por un tiempo y el noble caballero quedó a merced de sus enemigos. El reformador fue juzgado y condenado a muerte. Temiendo incluso ahora que el rey pudiera acudir al rescate de Berquin, los magistrados ejecutaron su sentencia el mismo día en que fue pronunciada.

Elena de White describe la escena: “Al medio día fue conducido Berquin al lugar de suplicio. Un inmenso gentío se reunió para presenciar el auto, y muchos notaron con turbación y espanto que la víctima había sido escogida de entre las mejores y más valientes familias nobles de Francia. La estupefacción, la indignación, el escarnio y el odio, se pintaban en los semblantes de aquella inquieta muchedumbre; pero había un rostro sin sombra alguna, pues los pensamientos del mártir estaban muy lejos de la escena del tumulto, y lo único que percibía era la presencia de su Señor… Berquin estaba radiante de luz y paz del cielo (CS 201.3). 

El noble mártir se vistió con sus mejores galas: “vestía capa de terciopelo, justillo de raso y de damasco, y calzas de oro” (CS 201.3)

Una vez atado a la hoguera, Berquin intentó decir algunas palabras a la gente, pero su voz fue ahogada por los gritos de los monjes y el choque de armas de los soldados. Luego fue estrangulado y su cuerpo consumido por las llamas.

Pero una vez más, la sangre del mártir dio testimonio de la verdad de Dios, y nada pudo detener la propagación de su luz a lo largo de los siglos hasta nosotros hoy. ¿Estamos dispuestos a llevar la antorcha de la verdad de Dios en este momento? La gente todavía está en la oscuridad, anhelando, llorando y orando por luz. ¿Dirás, diré, “Sí, Señor, estoy dispuesto. Iré a donde me envíes hoy?”

Si es así, te invito a inclinar tu rostro conmigo ahora mismo mientras oramos.

Padre que estás en los cielos, te pedimos de manera muy especial que nos guíes para enfrentar situaciones similares a las del noble Berquin. Señor, te damos gracias por la estabilidad, la franqueza, el enfoque que tuvo en ti y en tu Santa Palabra. Ayúdanos a mantenernos tan firmes en la verdad bíblica como lo hizo él, y a reconocer que nuestra fuente de fortaleza no proviene de nosotros mismos ni de quienes nos rodean, sino de una conexión directa con la sala del trono del cielo. Gracias, Señor, por darnos este ejemplo de cómo podemos defender la verdad bíblica. En el nombre de Jesús, te lo pedimos. Amén.

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