Hola amigos. En nuestro recorrido por El Conflicto de los Siglos, hemos estado observando las vidas de hombres valientes que estuvieron dispuestos a sacrificar sus propias vidas para que las personas pudieran tener la Biblia en su propio idioma. La semana pasada, leímos sobre William Tyndale, quien fue estrangulado hasta la muerte y luego quemado en la hoguera por traducir la Biblia al idioma inglés.

Pero a pesar de que Tyndale se había ido, las semillas de la verdad que había sembrado a través de la Palabra de Dios perduraron, animando a otros, como Juan Knox, a continuar el trabajo.

Cuando Knox fue llevado ante la reina de Escocia y acusado de herejía, declaró audazmente que la verdadera religión no procedía del estado, sino de la Palabra de Dios.

La reina le respondió diciendo: “Vos interpretáis las Escrituras de un modo, y ellos [los maestros romanistas] las interpretan de otro, ¿a quién creeré y quién será juez en este asunto?” (CS 256.5).

Esta fue una pregunta muy importante, una que todavía es relevante para nosotros hoy; cuando hay diferentes opiniones sobre lo que significa un texto en la Biblia, ¿cómo podemos saber cuál es la verdad en realidad?

 La respuesta de Juan Knox resuena a lo largo de los siglos para nosotros hoy “Debéis creer en Dios, que habla con sencillez en su Palabra, contestó el reformador, y más de lo que ella os diga no debéis  creer ni de unos ni de otros. La Palabra de Dios es clara; y si parece haber oscuridad en algún pasaje, el Espíritu Santo, que nunca se contradice a sí mismo, se explica con más claridad en otros pasajes, de modo que no queda lugar a duda sino para el ignorante” (CS 206.6).

En otras palabras, no necesitamos estar confundidos acerca de lo que dice la Biblia. Si lo abordamos con un corazón abierto y humilde, pidiendo que el Espíritu Santo nos guíe, el significado del texto se aclarará.

Gracias a la fidelidad de Juan Knox y de otros como él, la Reforma gradualmente se afianzó en Escocia. En Inglaterra, el establecimiento del protestantismo como religión nacional disminuyó, pero no detuvo por completo, la persecución. En lugar del Papa, el monarca del país fue colocado como cabeza de la iglesia estatal. Aún no se entendía el gran principio de la libertad religiosa, y no se permitía a la gente adorar según su conciencia.

Todos debían aceptar las doctrinas y observar las formas de adoración prescritas por la iglesia establecida. Los que no estaban de acuerdo sufrían persecución. Miles de pastores fueron expulsados de sus cargos. Al pueblo se le prohibió, so pena de fuertes multas, encarcelamiento y destierro, asistir a cualquier reunión religiosa excepto las sancionadas por la iglesia oficial.

Juan Bunyan, un poderoso predicador, fue encarcelado por predicar la Palabra de Dios. Encerrado durante 12 años, el testigo de Bunyan no pudo ser detenido. Comenzó a escribir libros, incluido el libro cristiano de influencia popular, El Progreso del Peregrino. Publicado en dos partes, la primera en 1678 y la segunda en 1684, este asombroso libro ha vendido más copias que cualquier otro libro que no sea la Biblia.

“Por más de doscientos años aquella voz habló desde la cárcel de Bedford con poder penetrante a los corazones de los hombres.” escribe Elena G. de White. “El Peregrino y Gracia abundante para el mayor de los pecadores han guiado a muchos por el sendero de la vida eterna” (CS 258.1).

Cien años después de Bunyan, durante una época de gran oscuridad espiritual, Dios levantó a otros para llevar la luz, incluidos los hermanos Juan y Carlos Wesley. A mediados del siglo XVIII, la gran doctrina de la justificación por la fe, tan claramente enseñada por Lutero y otros reformadores, casi se había perdido de vista, y la idea de confiar en las buenas obras para la salvación volvió a ser parte del pensamiento religioso dominante.

Los hermanos Wesley eran miembros de la iglesia establecida pero eran buscadores sinceros de Dios. Se les había enseñado que podían ganarse el favor de Dios mediante una vida virtuosa y observando las ordenanzas de la iglesia. Anhelando estar bien con Dios, trataron de vivir una vida de abnegación, pero todavía no tenían paz.

Luego, después de ser ordenados al ministerio, Juan y Carlos Wesley fueron enviados en una misión a lo que entonces eran las colonias británicas en América. A bordo del barco iba un grupo de moravos, descendientes de la primera iglesia protestante establecida por Juan Huss a principios del siglo XV.

Durante la travesía se desataron violentas tormentas que mecían al barco de un lado a otro sobre el mar espumoso. Al verse enfrentado a una posible muerte, Juan Wesley sintió profundamente que no tenía la seguridad de la paz con Dios. Por otro lado, notó que los moravos mostraban una perfecta calma y confianza, incluso cuando el mar rompió sobre el barco y partió la vela mayor en pedazos. Mientras otros gritaban, los moravos continuaron cantando.

Más tarde, Wesley le preguntó a uno de ellos: “¿No tuvisteis miedo?” Y él respondió: “No; gracias a Dios”. Aún con curiosidad Wesley continuó, “¿No tenían temor las mujeres y los niños?” Y contestó con calma: ‘No; nuestras mujeres y nuestros niños no tienen miedo de morir’” (CS 260.1).

Amigos, hoy Dios anhela darnos ese mismo tipo de paz. Mientras las tormentas de la vida caen sobre nosotros, y en ocasiones tal vez todo parezca perdido, todavía podemos tener paz en medio de la tormenta. Jesús nos promete en Isaías 43:1-3: “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador.

¿Les gustaría tener esta paz que Jesús nos ofrece en este momento? Si es así, los invito a inclinar su rostro mientras oramos.

Amado Padre, te agradecemos por la maravillosa oportunidad de descansar cómodamente en Tu protección y cuidado y saber que nuestro futuro está completamente seguro en Tus manos. Ayúdanos a descansar sobre las promesas que se encuentran en Tu Palabra y el conocimiento de que Tú tienes todo bajo control. 

Señor, bendice a todos los que están escuchando y observando en este momento, y que sientan la paz del cielo. En el nombre de Jesús, lo pedimos. Amén.

 

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