6 de julio del 2023 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día
Bienvenidos amigos, nuestro viaje continuo a través del libro El Conflicto de los Siglos, de Elena G. de White. En nuestro video anterior, vimos cómo las profecías de Apocalipsis 11 predijeron eventos que condujeron a la Revolución Francesa. ¡Hoy continuaremos ese estudio, y creo que se sorprenderán al ver cómo se cumplió exactamente la profecía!
Al mirar Apocalipsis 11, retomamos el versículo 7 y continuamos con los versículos 8 y 10: «Cuando hayan acabado», es decir, los dos testigos del Antiguo y Nuevo Testamento de los que hablamos en nuestro video anterior, “Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado… Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra.”
Entonces, ¿qué significa este pasaje y cómo se aplica a la Revolución Francesa? Bueno, para empezar, es importante recordar que este lenguaje profético es simbólico, no se refiere a Sodoma o Egipto literales, sino a lo que estos lugares simbolizan. Note que el pasaje dice “la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto…”
Se nos dice en El Conflicto de los Siglos que “De todas las naciones mencionadas en la historia de la Biblia, fue Egipto la que con más osadía negó la existencia del Dios vivo y se opuso a sus mandamientos” (CS 272.4).
Tal vez recuerde cómo Faraón declaró audazmente: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel.” (Éxodo 5:2). Esto, amigos míos, es ateísmo, y la nación representada por Egipto daría voz a una negación similar de las afirmaciones del Dios viviente y manifestaría un espíritu similar de incredulidad y desafío.
La “grande ciudad” descrita en Apocalipsis 11 también se compara espiritualmente con Sodoma. La Sodoma literal era bien conocida por quebrantar la ley de Dios y especialmente por su conducta inmoral y sus prácticas sexuales.
Elena G. de White escribe: “En conformidad con lo que dice el profeta… poco antes del año 1798, que un poder de origen y carácter satánicos se levantaría para hacer guerra a la Biblia. Y en la tierra en que de aquella manera iban a verse obligados a callar los dos testigos de Dios, se manifestarían el ateísmo del faraón y la disolución de Sodoma.“ Luego, ella declara, “Esta profecía se cumplió de un modo muy preciso y sorprendente en la historia de Francia.” (CS 269.3).
Fue durante la Revolución Francesa, en 1793, que un cuerpo legislativo oficial renunció unánimemente a la creencia y adoración de Dios. leemos que “Francia es la única nación en la historia del mundo, que por decreto de su asamblea legislativa, declaró que no hay Dios, cosa que regocijó a todos los habitantes de la capital, y entre una gran mayoría de otros pueblos, cantaron y … al aceptar el manifiesto” (CS 273.2).
En Apocalipsis 11:8 leemos, “Y sus cadáveres,” refiriéndose a las Escrituras, “estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado…”
¿Qué significa esta frase, «donde también nuestro Señor fue crucificado?» Leemos que En Francia se cumplió también este rasgo de la profecía. En ningún otro país se había desarrollado tanto el espíritu de enemistad contra Cristo… En la persecución con que Francia afligió a los que profesaban el evangelio, crucificó también a Cristo en la persona de sus discípulos” (CS 274.1).
Durante siglos, la sangre de los mártires se derramó en Francia: Los valdenses, los albigenses y los valientes hugonotes; todos intentaron llevar la luz del evangelio a su país, pero fueron “considerados como fuera de la ley… y se les cazaba como a fieras” (CS 274.2).
La persecución de los protestantes en Francia culminó bajo Luis XIV. Un católico devoto que era conocido como «El Rey Sol», Luis XIV aprobó lo que se conoció como la «Masacre de San Bartolomé», una de las masacres más sangrientas y despiadadas de todos los tiempos. En aquella terrible matanza, que duró siete días en París, y luego, por orden especial del rey, se extendió a las provincias y se prolongó durante dos meses. Al final, perecieron 70,000 del pueblo fiel de Dios: jóvenes y ancianos, ricos y pobres, hombres, mujeres y niños.
Se nos dice que cuando la noticia de la masacre llegó a Roma, hubo gran regocijo. “El cañón de San Ángelo tronó en alegres salvas; se oyeron las campanas de todas las torres; innumerables fogatas convirtieron la noche en día” (CS 275.3).
El escenario estaba listo para la sangrienta Revolución Francesa. La Biblia nos dice en Gálatas 6:7, “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. El mismo espíritu maestro que instó a la Masacre de San Bartolomé también condujo en las escenas de la Revolución.
Pero incluso en la noche más oscura, Dios no se olvida de Su pueblo. Su Palabra no fue silenciada para siempre. Como veremos en nuestro próximo video, Su luz surgió de las cenizas y brilló más intensamente que nunca, trayendo esperanza y valor a las vidas de millones.
Los invito a orar conmigo ahora mismo.
Padre en el cielo. Danos un buen entendimiento de cómo, cuando las personas evitan y anulan la Palabra de Dios, se producen resultados terribles. Señor, ayúdanos a aceptar tu Palabra, a aceptar tus instrucciones en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento, y a entender que tienes mensajes preciosos para nosotros, directamente desde la sala del trono del Cielo. Guárdanos y cuida de cada uno de nosotros espiritualmente y de cualquier otra manera, para que podamos, al igual que muchos otros en el pasado, defender la verdad bíblica sin importar lo que enfrentemos. Gracias por escucharnos. En el nombre de Jesús, lo pedimos. Amén.