28 de noviembre de 2023 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | José Bates
José Bates, cofundador de la Iglesia Adventista, era un capitán de navío. Descubrió a Dios y comenzó a leer la Biblia al menos veinte años antes y, cuando lo hizo, realizó cambios en su vida y en la vida de su tripulación. El siguiente fragmento ha sido adaptado de su autobiografía, Life of Joseph Bates [Vida de José Bates], publicada en 1927.—Editores de Adventist Review.
La Empress pronto fue cargada otra vez con una carga variada bajo mis órdenes, y salió para Sudamérica. Navegamos desde Nuevo Bedford [Massachusetts] en la mañana del 9 de agosto de 1827. En esa ocasión, me resultó mucho más difícil que otras veces despedirme de mi familia y amigos.
José Bates fue uno de los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. [Fotografía: Patrimonio White]
Hablé de la importancia de cultivar sentimientos bondadosos hacia los demás mientras estábamos solos en el océano. Declaré que con frecuencia, había visto sentimientos amargos y odio continuo a bordo al no llamar a los hombres por sus nombres propios. Dije: “Aquí hay uno que se llama William Jones; recordemos mientras participamos de este viaje que todos lo llamaremos William. Aquí está John Robinson; llamémoslo John. Aquí está James Stubbs; digámosle James. No permitiremos que a nadie le digan Bill, o Jack, o Jim”. De igual manera, leí todos sus nombres, con los de los primeros y segundos oficiales de cubierta, y les solicité que siempre se dirigieran entre sí de manera respetuosa, y que se llamaran usando sus nombres propios; y que si los oficiales los llamaban de otra manera, que necesitaba que me lo informaran.
No fue un viaje típico
Otra regla fue que no permitiría los insultos y las palabrotas durante el viaje. Dijo William Dunn: “Siempre he tenido ese privilegio, señor”.
“Bueno”, le dije, “no puedes hacerlo aquí”, y cité el tercer mandamiento, y me esforcé por mostrarle cuán malvado era decir palabrotas, cuando me dijo: “¡No puedo evitarlo, señor!”
Le repliqué: “Entonces te ayudaré a evitarlo”.
Dijo: “Cuando me llaman en la noche a arrizar las velas por el mal tiempo, y las cosas no salen bien, digo palabrotas antes de siquiera pensarlo”.
Le dije: “Si lo haces aquí, te diré lo que te haré: Te llamaré y le enviaré abajo, y dejaré que tus compañeros hagan la tarea en su lugar”.
Dunn vio que eso lo avergonzaría, por lo que dijo: “Lo intentaré, señor”.
Otra regla era que no teníamos que lavar o remendar ropas los domingos. Dije a la tripulación: “Tengo una buena colección de libros y documentos a los que pueden acceder cada domingo. Cada sábado por la tarde podrán lavar y remendar sus ropas, tanto en alta mar como en el puerto, pero espero que cada domingo de mañana estén vestidos de ropas limpias. Cuando lleguemos a un puerto, pueden tomarse ese mismo sábado por la tarde y desembarcar para ver el lugar y hacer lo que queráis. Observaremos el día de reposo a bordo en el puerto, y no tendremos libertad alguna durante el día domingo”.*
Ante esto, Dunn remarcó otra vez: “Ese es el privilegio del marinero, y siempre he tenido la libertad de desembarcar los domingos, y —.”
“Lo sé muy bien”, le dije, interrumpiéndolo, “pero no puedo darle esa libertad”, y me esforcé por mostrar a la tripulación qué malo eran violar en santo día de Dios, y cuánto mejor disfrutarían de leer y mejorar su mente en lugar de sumarse a todas las maldades a las que solían dedicarse los marineros en un puerto extranjero durante ese día.
Un barco sin bebidas
“Otra cosa es que no tenemos licor u otras bebidas embriagantes sobre cubierta. Prohíbo estrictamente que alguno de ustedes traiga algo de eso a bordo cuando tengan la libertad de desembarcar en puertos extranjeros. Y ojalá pudiera persuadirlos a jamás beber alcohol cuando desembarquen. Cuando sean llamados a su deber y estén de guardia, es de esperar que vengan rápidamente y con buena disposición, y que se retiren tan pronto como lleven a cabo su trabajo, y que también cumplan con la guardia matutina abajo. Si se adhieren a esas reglas, y se comportan como hombres, serán tratados con bondad, y la travesía probará ser agradable”.
Me arrodillé entonces y nos encomendamos al gran Dios, cuyas tiernas misericordias están por sobre todas las obras de sus manos, para que nos protegiera y guiara al navegar por el océano hasta nuestro puerto de destino.
A la mañana siguiente, todos los hombres encargados fueron invitados a la cabina para sumarse a la oración matutina. Les dijimos que esa sería nuestra práctica matutina y vespertina, y que sería un placer tenerlos a todos con nosotros, para que oráramos con y por ellos. Asimismo, para animar también a la tripulación a que leyera y cultivara la mente, propusimos emitir un periódico dos veces por semana durante la travesía. Antes de navegar, había preparado pilas de libros, con los últimos periódicos, y también el último volumen de un interesante periódico semanal religioso publicado en Boston llamado Heraldo de Sion.
La novedosa idea de un periódico bisemanal interesó mucho a la tripulación. Su interés en la publicación continuó durante toda la travesía. Con frecuencia, solía caminar, sin que me observaran, y escuchar a algunos de ellos leyendo en voz alta del periódico matutino.
Los domingos, cuando el clima era apropiado, teníamos un culto sobre cubierta, o de lo contrario en la cabina, donde por lo general leíamos un sermón y un pasaje de la Biblia.
Cuando estábamos en un puerto, no podíamos tener toda su atención el domingo como cuando estábamos en alta mar. A veces les parecía difícil privarse del privilegio de desembarcar con otras compañías navieras, pero disfrutábamos de paz y tranquilidad, mientras que los otros se dedicaban a locuras y borracheras.
Después de unas semanas fue realmente gratificante verlos seleccionar sus libros de la pequeña biblioteca los domingos por la mañana, y leerlos, y también sus Biblias, para enriquecer sus mentes. Fue muy diferente de lo que habían hecho antes en alta mar. También parecían alegres y dispuestos a obedecer cuando se los llamaba, y así continuó la situación. Después de un pasaje de 47 días, llegamos a Paraíba, en la costa oriental de Sudamérica.
*Esto fue casi veinte años antes de que el capitán Bates aprendiera y comenzara a observar el sábado como día de reposo.
Traducción de Marcos Paseggi