19 de diciembre de 2023 | Savannah Carlsson, de la Asociación de Minnesota, para Adventist Review
En la Iglesia Adventista, el concepto de desafíos a la salud mental o de enfermedad mental es visto a veces como una falta de fe. Tomar la decisión de ir a consejería o tomar medicamentos a veces conlleva connotaciones negativas. Les decimos a los están luchando que las oraciones pueden curarnos de nuestro estado mental deprimido. Es algo que se dice con la mejor de las intenciones: Dios es, después de todo, un Dios de milagros. Pero el resultado a menudo es la duda cuando esas oraciones no son contestadas de la manera en que creemos que deberían serlo. ¿Será que no estoy siendo lo suficientemente fiel? ¿Será que Dios no me ama? ¿Qué hice mal? ¿Por qué Dios no me está sanando? A menudo puede llevar a la persona hacia una depresión aún más profunda.
Me gustaría desafiar la idea de que la salud mental debería ser tratada de manera diferente que la salud física. Vamos al médico y al dentista de manera regular para una revisión. Nos realizamos análisis de sangre y mediciones para saber que estamos bien de salud y para prevenir cualquier desafío futuro más adelante. A pesar de ello, vemos la salud emocional y mental de manera muy diferente. ¿Podríamos considerar a la salud mental de manera similar? Si usted actualmente no está luchando, tener una visita regular con un consejero podría ser vista como un chequeo anual o una limpieza bianual de los dientes. A veces es preventivo. A veces, los consejeros pueden ayudar con consejos o técnicas para hacer frente a las presiones regulares de la vida. A veces, pueden ayudar a ver y tratar con traumas sin resolver que resultarán en sesiones continuas de consejería, así como recibir un diagnóstico de neumonía puede requerir un tratamiento continuo.
Hay muchos ejemplos en la Biblia de personas fieles que estuvieron deprimidas. David, por ejemplo, escribió decenas de salmos en los que clamó a Dios en desesperación En mis propios momentos de depresión y desesperación, las palabras de David me han dado consuelo. Como seres humanos, sentimos las cosas profundamente. Y, en conjunción con nuestra relación con Dios, está bien que necesitemos ayuda para procesar esos sentimientos. A veces, eso puede ser un familiar, un amigo o un pastor. Y en otras ocasiones, es probable que necesitemos a alguien neutral que pueda ayudarnos a procesar las complejidades de las circunstancias.
Aprender haciendo
Después de dar la bienvenida a mi primer hijo en 2018, luché profundamente con la depresión posparto. Me opuse vehementemente a buscar ayuda. Pensé que tenía que hacerlo todo por mi cuenta. Cuando finalmente me di cuenta de que no me sentía bien, de que no me estaba mejorando, comencé a tomar medicamentos, y visité a una terapeuta que nuestro consejero matrimonial había recomendado.
Ni siquiera recuerdo su nombre. La visité dos veces: una para que me hiciera el ingreso, y una para nuestra primera consulta. Dejé la segunda consulta sintiéndome peor que cuando fui. No estaba segura de qué esperar, y al mirar hacia atrás, me di cuenta de que estaba demasiado ansiosa de “arreglar” mis problemas y de que no escuché lo suficiente. Necesitábamos reconocer, aceptar y procesar mis sentimientos antes de que pudiera comenzar a trabajar para tener hábitos más saludables. Ella aceptó mi diagnóstico directamente sin investigar plenamente para determinar si lo que yo creía que era el problema era realmente el problema.
Fue un desafío cuando, habiendo reconocido finalmente que necesitaba ayuda, me encontré con alguien que no era la profesional correcta para mí. Era una muy buena persona. Pero simplemente no hubo eso que tiene que existir con un consejero. Me llevó al menos un mes probar otra vez. Verá usted, cuando mi doctora me dio una prescripción para tomar antidepresivos, ella también hizo la promesa de ir a consejería. Y dado que yo hice esa promesa, sentí la responsabilidad de encontrar a alguien. Mi primer intento en la consejería individual no tuvo éxito, y yo quería darme por vencida. Con el tiempo, sin embargo, me armé de valor para intentarlo otra vez, y llamé al servicio de consejería que ofrecía mi empleador. Pedí que me derivaran a algún consejero cristiano, y ellos me dieron varios nombres.
Terminé poniéndome en contacto con Heather. Mi corazón latía fuerte cuando ingresé a la pequeña sala de espera fuera de su consultorio. Ella estaba atrasada, y mi corazón comenzó a latir aún con más fuerza. Su paciente previo salió, y me recibió entonces en su consultorio. Heather era cálida, bondadosa, y me alentó. Comenzó la sesión con una encuesta de ingreso, algo mucho más científico que en la profesional anterior. ¡Me encantó! Hablamos de por qué estaba yo allí, y se ofreció a orar por mí. La experiencia fue vastamente diferente. Tuve una conexión inmediata con ella. Un sentido de paz. Heather ha sido ahora mi consejera ya por tres años.
En el tiempo que pasé con ella, descubrimos que mis desafíos no era tan solo la depresión posparto sino también la depresión motivada por la ansiedad. Ese descubrimiento cambió la manera en que me veía y me colocó en un camino hacia patrones significativamente más saludables de conducta. Healther me desafió en varios niveles, lo que incluyó establecer momentos devocionales regulares para encontrarnos y hablar con Cristo. Era exactamente lo que necesitaba, y creo verdaderamente que Dios me llevó a ella para que yo pudiera crecer personal, profesional y espiritualmente. Estaré para siempre agradecida por mi relación con ella.
Hacer que se produzcan cambios
Una vez que me sentí cómoda con mis citas de consejería, le informé a mi asistente que no estaría disponible en ciertos momentos porque iba a mi sesión de consejería. Pude ver que se sintió un poco incómodo al saber eso, y esperé que tratara de convencerme de no ir. Más tarde me contó que se sintió raro al hablar del tema. Por alguna razón, la consejería era un tema tabú. Entonces pensó en ello y decidió que no tenía por qué ser tabú. Terminamos teniendo algunos diálogos maravillosos sobre la consejería y cuánto ayudaba. Fue tan simple: tan solo hablar de las sesiones de consejería normalizó el tema para ambos.
Cuando el mundo se cerró debido a la pandemia del COVID-19, nos quedamos sin muchos de nuestros mecanismos naturales de afrontamiento. Cosas como pasar tiempo con amigos o familia, hacer ejercicio afuera o en el gimnasio, salir de vacaciones, tomarnos un tiempo libre de nuestra familia cuando lo necesitamos, tomar decisiones saludables respecto de lo que comemos: muchas de esas cosas ya no estaban a nuestra disposición. Según la Organización Mundial de la Salud, “la prevalencia global de la ansiedad y la depresión se incrementó un impresionante 25 por ciento” durante el primer año de la pandemia.1 Según los Centros de Control de las Enfermedades de los Estados Unidos, no solo se produjo una marcada disminución en la ansiedad y la depresión, sino que la severidad de la ansiedad y la depresión también se incrementó de manera significativa.2 También vimos un marcado incremento en los índices de la violencia doméstica y el abuso durante la pandemia, y los índices se incrementaron globalmente del 25 al 33 por ciento.3 Finalmente, según un artículo publicado en Forbes.com, los adultos que recibieron tratamientos de salud mental se incrementaron del 19,2 por ciento en 2019 al 21,6 por ciento en 2021, pero aproximadamente el 42 por ciento de los adultos expresó que no podía costearse el tratamiento que necesitaba.4
Los seres humanos fueron creados para conectarse con otros. A medida que el mundo se volvió más conectado globalmente (¡gracias, medios sociales!), también llegamos a estar más desconectados interpersonalmente. Esto creó una gran disparidad entre la naturaleza con la que fuimos creados y las normas sociales que nos rodean.
Dios creó a Adán, y entonces creó a Eva para que tuviera una ayuda, alguien que pudiera estar con él. La mujer fue creada al tomar una parte del hombre, y de allí en adelante, el hombre fue creado por medio de la mujer (Gén. 2:18-24). Estamos completa y abundantemente entrelazados. Uno no puede existir sin el otro. Fuimos creados para vivir la vida abundante, disfrutando de vidas plenas de gozo y paz. El pecado creó separación entre nosotros y Dios, y también entre nosotros. Se requiere actuar de manera deliberada y esfuerzo para crear y mantener relaciones saludables. Y a veces necesitamos ayudar a garantizar que nuestra vida sea vivida con plenitud. Tener un buen consejero puede marcar un impacto significativo.
Considere cuáles son sus pensamientos respecto de la salud y la enfermedad mentales. ¿Hay alguien en su esfera que esté viendo a un terapeuta? Si no lo sabe, lo desafío a que lo averigüe. Participe de conversaciones con corazón y mente abiertos. Normalicemos el concepto de cuidar de nuestra salud mental, así como cuidamos de nuestra salud física. Hablemos de nuestras experiencias. Comencemos a pensar en la consejería como algo normal, como una parte rutinaria de la vida. Animémonos mutuamente para realizar chequeos anuales de salud mental. Normalicemos la frase: “El otro día estaba hablando con mi terapeuta y…”. Creemos un ambiente en el que no nos sintamos juzgados por nuestros desafíos emocionales y espirituales, sino más bien animados a llevar y compartir nuestras cargas mutuas.
2 https://www.cdc.gov/mmwr/volumes/70/wr/mm7040e3.htm
4 https://www.forbes.com/health/mind/mental-health-statistics/
Savannah Carlsson es directora de recursos humanos y comunicación de la Asociación de Minnesota de los Adventistas del Séptimo Día.
Traducción de Marcos Paseggi