Fe en medio del dolor
23 de diciembre de 2024 | Mayagüez, Puerto Rico | Efraín Velázquez, para Adventist Review
“¿Mesa para cuántos?”
“Seis”. — “No… cinco”.
Mientras balbuceaba la respuesta, mi voz tembló, por segundos que se sintieron con el peso de horas. Podía sentir que otra flecha atravesaba el corazón de mi esposa, mientras quedó allí absorta en sus pensamientos a la entrada del restaurante. ¿Estábamos preparados para una pregunta tan trivial? No. Solo habían pasado unas semanas desde que nuestra familia se había visto reducida de manera inesperada y trágica. Ese esfuerzo por cambiar el humor de nuestros hijos pareció contraproducente cuando ellos miraron, como suspendidos en el tiempo. La silla vacía en la mesa nos recordó que ya no éramos una familia completa de seis. Y triste es decirlo, sabemos que nuestras emociones se intensificarán cuando contemplemos la silla vacía durante las fiestas que se avecinan.
Sillas vacías
¿Es esta su primera Navidad con una silla vacía en la mesa? No sé quién le está faltando este año; el espacio vacío es más que un número. Aun los muebles mudos exclaman: “¡Arreglos para seis!” El silencio ensordecedor habla volúmenes sobre la ausencia de ese ser querido que no sentará a la mesa.
Las sillas vacías nos persiguen como símbolos de pérdida. Las pérdidas me han atribulado cuando ayudé espiritualmente a otros que pasaban por el valle de sombra de muerte (Salmos 23:4). He tenido que apoyar a otros, mientras las mesas de sus familias fueron asoladas por la muerte. Pero esta vez, mi mesa había sido saqueada por un enemigo que redujo el número de los que se sentarán con nosotros esta Navidad. Esta tragedia es tan desagarradora que me hace cuestionar mi competencia de ministrar a otros en sus horas más oscuras (Salmos 22:1).
Durante mis primeros años de ministerio, la muerte sacudió una y otra vez mi fe. Los peores momentos eran cuando tenía que brindar esperanza en presencia del féretro de un niño. Esos malditos cajones pequeños jamás deberían haber existido. Los padres no deberían sepultar a sus hijos. Allí, al borde de las tumbas de los niños, podía sentir que mis pies casi resbalaban: no mis pies literales, sino las bases de mi fe. La succión poderosa de interrogantes se abría ante mis pies, y me sentía atraído a un abismo de incredulidad. Más veces de las que me gustaría admitir, el cinismo sacudió mis convicciones, y pensamientos agonizantes llenaron mi mente.[i] Quedé allí, quebrantado, y la conclusión de Dostoevsky me horadó los oídos: “El dolor y el sufrimiento siempre son inevitables” (véase Ecl. 3:20; 9:10).[ii]
A pesar de ello, él también escribió: “Vivir sin esperanza es dejar de vivir”.[iii]
Esperanza en medio del caos
¿Es eso suficiente? ¿Cómo puedo tener esperanza cuando mi hijo se suicidó? ¿Cómo puedo creer después de que le susurré al oído: “Hijo, levántate”, y no se movió?
Mientras estaba solo en la habitación con mi hijo inmóvil y el milagro que anhelaba no se hizo realidad, se produjo, por el contrario, un milagro diferente. Me sentí inundado de paz. No puedo explicar de qué manera un padre quebrantado y lleno de dudas puede llenarse de esperanza ante el cuerpo de su hijo amado que ha sucumbido a la depresión. Su pacífico rostro impidió que gritara para interrumpir su sueño. Me podrían acusar de “disonancia cognitiva”. ¿Soy disonante? Acaso lo soy.
La esperanza no es lógica, fácil de explicar o comprensible, y por cierto no puede ser investigada o mostrar solidez estadística. Simplemente es. Ahora más que nunca, carezco de la suficiente fe como para dejar de creer y esperar.
Esas sillas vacías que me atormentaron han llegado a ser símbolos de promesa y esperanza. El dolor puede ser el megáfono de Dios, como lo expresó C. S. Lewis.[iv] He aceptado la invitación bíblica de sentarme a la mesa y dar la bienvenida en mi mente y corazón al que llama a la puerta (Apoc. 3:20). Quizá esto es parte del misterio del pesebre, donde nació la “Vida” en medio de la suciedad de un establo.
¿Cuántas más sillas quedarán vacías esta Navidad? Tenemos que recordar que el cristianismo no garantiza prosperidad o ausencia de dolor. El mensaje del niño que nació en un pesebre no es que todos estuvieran inmediatamente llenos de paz y alegría. En el cristianismo, los que lloran son bienaventurados (Mat. 5:4). Lo que es más, se nos asegura que tendremos tribulación (Juan 16:13). Se nos recuerda que hay “valles de sombra de muerte”. La sombra de una cruz se extiende por sobre el pesebre, pero una Estrella brilló desde el cielo, garantizando la Esperanza eterna. La muerte no es una sorpresa, pero el sepulcro no tiene la última palabra (1 Cor. 15:26, 54-57). Esperanza en medio del caos, fe que se sustenta en los momentos más oscuros: esas cosas más allá de toda explicación o lógica (Rom. 8:1-39).
Fe a pesar de los interrogantes
¿Qué preguntas se está haciendo usted estas fiestas? He realizado exégesis, escrito y publicado sobre preguntas y posibles respuestas, pero eso no es suficiente.[v] Enterrar el hijo propio nos lleva a otro nivel. ¿Se siente usted atormentado durante estas celebraciones? Hay Esperanza. Es más que el estoicismo de la “antifragilidad” que algunos proponen.[vi] De muchas maneras, en y por medio del dolor, nos hemos visto fortalecidos. El concepto de resiliencia solo puede convertirse en realidad mediante un milagro. Parece increíble, pero alguien como yo, que en el pasado se vio acosado por la amargura y las dudas, hoy está lleno de esperanza.
No me importan que me cataloguen como “el pastor cristiano cuyo hijo se quitó la vida”. Puedo enfrentar los cuestionamientos sobre mi capacidad de padre. Nada de eso importa, porque estas fiestas, puede tener paz y también regocijarme en la esperanza de que su tumba estará vacía (1 Tes. 4:16). No tengo todas las respuestas, ni tampoco las necesito (Apoc. 21:4).
Lo desafío a conservar una silla vacía en estas fiestas. Que su mesa siempre esté abierta. No es de asombrar que Jesús hablara tantas veces sobre las comidas. “¿Mesa para cuántos? ¿Siete, doce, quince?” No lo sé. Puede que esta Navidad tengamos que encontrar más mesas. Pero cuando invite a que otros llenen en esta ocasión las sillas vacías, deje siempre una silla más vacante.
“¿Mesa para cuántos?” ¡Le doy la bienvenida a mi mesa! En nuestra mesa de diálogo, la fe puede estar ausente o ser frágil, y sin embargo, usted será bienvenido. Podemos ser vulnerables en el hogar. Mi otra mesa tendrá arroz y porotos frijoles además de postres, y usted está invitado. Siempre habrá más comida, y más sillas. Venga (Apoc. 22:17, 20).
[i] Ruth A. Tucker pregunta: “¿Dónde se encuentra la línea que divide la creencia religiosa de la incredulidad? No estoy segura. Todos nosotros, en nuestra fe, encajamos en algún lugar de ese espectro vasto y subjetivo que va desde la certeza absoluta hasta el escepticismo sin restricciones. Algunos profesan una creencia confiada en Dios que jamás es cuestionada; otros se aferran a una creencia asediada por las dudas, a tan solo un milímetro de la incredulidad”. Ruth A. Tucker, Walking Away from Faith: Unraveling the Mystery of Belief and Unbelief (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2022), ubicación en Kindle: 29-31. Cf. John Roth, “A Theodicy of Protest” en Encountering Evil, ed. por Stephen Davis (Louisville, Ky.: Westminster John Knox, 2001), 1-37.
[ii] Fyodor Dostoevsky, Crime and Punishment (New York: Liveright Publishing, 2018).
[iii] Fyodor Dostoevsky, The House of the Dead (London: Penguin Classics, 1986).
[iv] C.S. Lewis, The Problem of Pain (London: HarperOne, 2015). Cf. John Peckham, Theodicy of Love: Cosmic Conflict and the Problem of Evil (Grand Rapids: Baker Academic, 2018).
[v] Efraín Velázquez, Buscadme y Viviréis: Lecciones de los profetas menores (Miami, FL: IADPA, 2013); Efraín Velázquez, De la Amargura a la Esperanza (Miami, Fl.: IADPA, 2022); Efraín Velázquez, “Even if . . .” in The End of Uncertainty: Returning from Exile, ed. por Norel Iacob (Grantham, Reino Unido: Stanborough Press, 2021), 322-331; E. Velázquez and E. Báez, Malachi. SDAIBC (Nampa, Id.: Pacific Press and Review & Herald, de próxima publicación).
[vi] Nassim Nicholas Taleb, Antifragile: Things that Gain from Disorder (New York: Random House, 2014).
Traducción de Marcos Paseggi