¿Qué estaban haciendo los ángeles de Dios el 29 de enero a las 21:00?

31 de enero de 2025 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Marcos Paseggi, Adventist Review

“Podría haber sido yo”.

A esta altura, ya conozco el proceso. El avión suele volar a considerable altura sobre el Aeropuerto Internacional de Baltimore/Washington mientras avanza en una clara trayectoria descendente. Pocos minutos después, en algún lugar del extremo occidental de la Bahía de Chesapeake, comienza a dar un círculo descendente mientras se alinea con rumbo noreste, en busca de la Pista 33 del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington.

En un día (o noche) claro, se puede ver, a la derecha, la noria The Capital Wheel y otros edificios del National Harbor del lado de Maryland. Y si viaja del lado izquierdo de la aeronave, es posible ver los edificios de Old Town en Alexandria, Virginia, y atrás, sobre una colina, el impresionante Monumento Conmemorativo Masónico George Washington. Segundos después, el avión vuela extremadamente bajo sobre las aguas del río Potomac mientras el avión se aproxima a la pista para finalmente aterrizar del lado de Virginia.

Conozco esa trayectoria sumamente bien. He seguido ese camino decenas de veces: varias veces por año durante más de una década. Por ello, cuando me enteré del trágico accidente entre un avión de American Airlines y un helicóptero Black Hawk del Ejército el pasado 29 de enero que costó la vida de 67 personas, no pude evitar el pensamiento: Podría haber sido yo.

¿Es cuestión de suerte?

Mientras escribo estas líneas, aún hay más preguntas que respuestas, pero algunas cosas parecen estar claras. En primer lugar, no hay sobrevivientes. En segundo lugar, según algunos aspectos de aviación, “hemos tenido suerte de que no se hayan producido más de esos [accidentes]”.

La suerte, sin embargo, no es la mejor palabra que pueden usar los cristianos que creen en la Biblia. Todo lo que sucede, nos gusta pensar, está bajo el control de Dios. “O al menos él lo ha permitido”, solemos decir. ¿Un traspié financiero? Es una prueba que Dios permite para que podamos confiar más en él, decimos. ¿Un desafío de salud? Con Dios, en nuestra debilidad, somos fuertes, enfatizamos. ¿Un obstáculo en apariencia insalvable en nuestra carrera profesional? El Señor sabe por qué cierra algunas puertas y con el tiempo abre otras, declaramos con confianza.

En busca de una justificación

En parte se debe a esto, cuando tragedias como las del Vuelo 5342 de American Airlines nos afectan hasta lo más profundo, nuestra razón humana comienza a marchar a toda velocidad mientras procuramos justificar lo que no podemos comprender plenamente. A menudo también es un momento en el que expresamos lugares comunes, no importa cuán verdaderos sean estos. “Dios tiene un propósito en esto”, decimos. “No fue otra cosa que la voluntad de Dios”, repetimos. “Si Dios lo permitió, ¿quién soy yo para cuestionarlo?” enfatizamos.

Cuando Jesús caminó entre nosotros, dejó en claro que de este lado del Paraíso, nos siempre podemos conectar automáticamente causa y efecto (véase Lucas 13:1-5). Algunas cosas suceden para que las obras de Dios sean reveladas (véase Juan 9:3). Otras son simplemente inexplicables desde nuestro punto de vista humano, que está limitado por el tiempo y el espacio.

En una semana en que muchos alrededor del mundo recordaron el increíble costo humano del Holocausto provocado por los nazis, como cristianos y adventistas del séptimo día, deberíamos mostrarnos reacios a pontificar sobre definiciones prefabricadas que expliquen o justifiquen el mal extremo. Simplemente no sabemos por qué Dios permite algunas tragedias mientras parece obrar de manera activa para impedir otras. No podemos saber qué estaban haciendo los ángeles guardianes de los pilotos y los pasajeros el 29 de enero a las 21:00. Y esa es la clave: simplemente no lo sabemos. Cualquier actitud o acción en otro sentido nos coloca en un ámbito que simplemente no nos pertenece.

Qué podemos hacer

La falta de una explicación lógica por la muerte trágica de decenas de personas en las aguas heladas del río Potomac en enero de 2025 no debería llevarnos, sin embargo, a la desafección indiferente. Es verdad que al no haber sobrevivientes, hay poco que pueden hacer Servicios Comunitarios Adventistas y otros siempre listos a servir en momentos de catástrofe. Aun así, hay cosas que cada miembro de iglesia y seguidor de Cristo puede hacer ante el dolor, la angustia y la muerte.

En primer lugar, podemos orar por los que sufren. Hay por ciento cientos de parientes y amigos de los fallecidos que están de duelo. Oremos, entonces, para que la presencia y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, esté con ellos en medio de sus lágrimas.

En segundo lugar, deberíamos abstenernos de tratar de explicar lo inexplicable, y entregárselo a Dios. Seamos prudentes y sabios en nuestras interacciones en los medios sociales al analizar la tragedia. Evitemos tratar de demostrar un argumento para ganar una discusión desde el punto de vista social, político o aun religioso.

Por último, siguiendo el ejemplo de Jesús (una vez más, lea Lucas 13:1-5), enfoquémonos en nuestra salvación, en la misión que Dios nos ha dado, y en estar listos para el cielo. Ninguno de nosotros morirá antes de que el Señor lo permita. Mientras tanto, dediquemos nuestro tiempo, energía y medios para cumplir la misión de Dios sobre esta tierra.

Sí, podría haber sido yo. Pero no fui yo. Y aún hay mucho que hacer antes de pasar al descanso o encontrarnos con él en el aire.

Entonces, hagámoslo.

Traducción de Marcos Paseggi

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