Karen Godfrey dice que nunca esperaba saber que había pasado con Manuelito, un pequeño huérfano que conoció en El Salvador cuando el pequeño tenía dos años. [Imagen: Adventist Review/IAD]

Se cierra todo un círculo en la Sesión de la Asociación General

Para Karen Godfrey, vicepresidenta de avance de Maranatha Volunteers International, quien pasa su día en la sala de exhibiciones de la Sesión de la Asociación General (AG) sonriendo, conversando y respondiendo a preguntas acerca de Maranatha, el martes pasaba como cualquier otro día, hasta que, justamente al terminar de hablar con un visitante, una colega le mostró una fotografía.

“Me dijo que el caballero que aparecía en la foto acababa de estar en el puesto de exhibición y que él había crecido en un orfanato en El Salvador construido por Maranatha”, afirmó la vicepresidenta Godfrey. “Cuando me informó que su nombre era Manuel, supe de pronto y exactamente de quién se trataba. ¡Era sin duda Manuelito!”

A mitad de la década de 1990, la vicepresidenta Godfrey estaba involucrada en un proyecto de construcción de Maranatha: un nuevo hogar para un grupo de 13 niños huérfanos que vivían en una casa demasiado pequeña en un plantel educativo en El Salvador. En ese tiempo, el país no permitía ninguna adopción a un país extranjero; así que, anticipando el aumento eventual de huérfanos, Maranatha estaba negociando con las entidades locales la construcción de un espacio más grande para el efecto.

“Poco tiempo después de iniciar el proyecto, arribó un pequeño niño de aproximadamente dos años”, recuerda Karen Godfrey. “Su nombre era Manuelito y casi inmediatamente se convirtió en el favorito de todos. Era activo y divertido y siempre estaba feliz”.

Cuando se terminó el proyecto y Maranatha se fue del lugar, Karen nunca volvió a escuchar acerca de los huérfanos en El Salvador hasta ese martes, cuando Manuelito apareció en el puesto de exhibición de Maranatha con su esposa y su hija.

El martes, Manuelito y su familia se reunieron inesperadamente con Karen Godfrey, quien fuera parte del proyecto de construcción del orfanato en donde él creció. [Imagen: Adventist Review/IAD]

“Fue muy emocionante y divertido verlo de nuevo”, afirmó sonriendo la vicepresidenta Godfrey. “A través de los años uno piensa en niños como él y se pregunta cómo les estará yendo y en dónde se encuentran ahora; pero casi nunca se logra saberlo”. Manuel López —Manuelito para aquellos que lo conocen—, es el quinto de nueve hermanos. De los nueve, él es el único que ha terminado estudios secundarios y universitarios y que ha desarrollado una relación con Jesús.

“Cuando era pequeño, el orfanato inspiró en mí el deseo de ayudar a otras personas”, dijo Manuelito a través de un intérprete. El impacto que esa institución tuvo en mi vida es simplemente increíble. A veces trato de imaginar cómo habría sido mi vida si no hubiera llegado a ese lugar. Cuando veo hacia dónde mi vida podría haberse dirigido, me doy cuenta de que Dios realmente me apartó para sí. Trabajo para la iglesia, predico y estoy sirviendo al Señor. Verdaderamente creo que Dios me guio hasta terminar haciendo lo que hago”.

Manuelito es ahora un esposo y padre que trabaja para la Unión Misión de Honduras, a cargo de la actividad de multimedia. Pudo también dar información acerca de otro niño que creció con él en el orfanatorio, informándole a Karen que ese compañero trabajaba en la Universidad Linda Vista, una universidad adventista en México y que estaba felizmente casado. Dio a conocer también que el grupo ha estado pensando en una reunión en el lugar donde se encontraba el orfanato (que está cerrado en la actualidad) —una reunión de vuelta a casa.

Manuelito dice que el orfanato construido por Maranatha en El Salvador lo colocó en el sendero de una relación con Jesús y eventualmente en su trabajo en la iglesia.

Para Karen Godfrey y el equipo de Maranatha, esta reunión inesperada con Manuel fue más que simplemente un momento conmovedor —fue una rara vislumbre del impacto a largo plazo de su ministerio. La Sesión de la AG, con su atracción mundial y misión compartida, creó el espacio único en que podría ocurrir tal encuentro.

“Uno hace este trabajo porque cree en esta misión”, señala Godfrey. “Pero la mayor parte del tiempo estás sembrando semillas y nunca llegas a ver lo que crece de ellas. Esta semana pudimos ver el fruto”.

En un abarrotado centro de convenciones, a miles de kilómetros de El Salvador, la historia que comenzó con un proyecto de construcción hace tres décadas, encontró su continuación. Y para un ministerio cuya base es la construcción de futuros, no hay mayor regalo que el ser testigos de cómo en uno de ellos se llega a cerrar el círculo.

Becky St. Clair es una autora independiente que vive en California.

Traducción – Gloria A. Castrejón

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