Sobre la distancia entre el noúmeno y el fenómeno
31 de agosto de 2023 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Clifford Goldstein para Adventist Review
La tierra gira sobre su eje a una velocidad de aproximadamente 1,609.344 kilómetros por hora y se traslada en su órbita alrededor del sol a una velocidad de 107826.048 kilómetros por hora. Si se trazara una línea de tu recorrido durante el año pasado, sería una elipse de casi 940 millones de kilómetros, con 365 vueltas elongadas. Curiosamente, a pesar del largo y tedioso trayecto, los sentidos no perciben la elipse, ni cada vuelta en la misma.
Tampoco pueden alertarte acerca de los 10,000 muones que pasan a través de ti cada minuto (o los 100 trillones de neutrinos que pasan a través de ti cada segundo). Y aun cuando millones de llamadas telefónicas celulares en el mundo están en el aire a tu alrededor, tan reales como la luz que te permite leer estas palabras —sin los teléfonos celulares haciendo lo que tus ojos, oídos, boca, nariz y piel no pueden hacer, nunca podrías percatarte de su existencia, incluyendo los textos y mensajes que están dirigidos a ti. Y aunque la materia es sólida al tacto, todos hemos aprendido desde pequeños acerca del modelo atómico, con electrones orbitando en torno al núcleo, lo cual significa que la materia es mayormente espacio vacío. Sin embargo, de acuerdo a la teoría cuántica, las partículas existen solamente como ondas que se extienden por el espacio, pero que, siguiendo la ecuación de onda de Schrödinger, colapsan o se desintegran en partículas, pero solamente cuando se miden.
Percibimos el mundo exterior solamente a través de nuestro cerebro, que permanece encerrado en absoluta oscuridad y, cualquier cosa que lo penetra, lo hace solamente como señal eléctrica. Genesis 1:1-27 expone la realidad de un mundo externo aparte de nuestra conciencia; pero me pregunto acerca de esa brecha entre la realidad del mundo externo y la forma como se filtra a través de nuestros sentidos. O sea, ¿cuál es la diferencia entre el árbol que veo por la ventana y el circuito neuronal en mi cerebro que marca la impresión de la imagen de ese árbol en mi cabeza? ¿Qué se pierde en esa interpretación del árbol en mi percepción de él?
Siglos atrás, Immanuel Kant, separó el noúmeno, el mundo como realmente es en sí mismo (das ding an sich), del fenómeno; o sea, el mundo como nos parece a nosotros que es después de haber sido filtrado y categorizado por nuestro cerebro. Llevando al extremo el pensamiento de Kant (se diría que a su conclusión lógica), algunos arguyeron más tarde que siendo que todo lo que podemos saber sobre el mundo externo son nuestras propias ideas al respecto, ¿por qué no abandonar, para comenzar, la noción acerca de un mundo externo?
Pienso que la lección real acerca de esta brecha entre el noúmeno y el fenómeno; entre la realidad misma y nuestras limitadas percepciones acerca de ella, es cuánto más grande es la creación de cómo nos parece que es. Las Escrituras señalan hacia una realidad mucho más rica y profunda que el materialismo dogmático que domina ahora en la noosfera. Los ángeles (caídos o no caídos) el gran conflicto cósmico, la resurrección de los muertos, Dios trayendo al mundo a la existencia por su palabra, la promesa de salvación, la alimentación por parte de Jesús de los 5,000, la segunda venida de Jesús —la realidad que develan las Escrituras, expone, por consiguiente, la pobreza de una cosmovisión que limita la existencia a lo que podemos, en principio, detectar con nuestros sentidos (aun ayudándonos con cosas tales como el Large Hadron Collider), o a lo que puede científicamente ser cuantificado o teorizado. Dejados a nosotros mismos, sabemos tan poco y; de todos modos, ¿cuánto de lo poco que sabemos es erróneo? Sin embargo, un día conoceremos tal y como son las cosas (1 Cor. 13:12) y lo que realmente no conocimos o percibimos (1 Cor. 4:5).
Clifford Goldstein es editor de la Guía de estudio de la Biblia para la escuela sabática, edición para adultos.
Traducción – Gloria A. Castrejón