15 de agosto, 2006 Silver Spring, Maryland, Estados Unidos…. [Taashi Rowe/Personal ANN/ADRA]
A veces, lo pequeño puede resultar agradable en un mundo donde lo grande es considerado mayor. Sin embargo, varios expertos adventistas en crecimiento de iglesia dicen que hay amplia evidencia de que las iglesias pequeñas –de 100 miembros o menos– a menudo se rehúsan a crecer y finalmente se estancan.
No quieren decir con esto que una buena iglesia se mide por la cantidad de miembros que asisten cada semana, sino que la dinámica personal de las iglesias pequeñas puede complicar el crecimiento.
«Las iglesias pequeñas desarrollan relaciones muy estrechas», explica Monte Sahlin, investigador y vicepresidente de Ministerios Creativos de la Unión/Asociación de Columbia.
«Después de cinco o seis años todos llegan a conocerse muy bien. Se sienten cómodos con la forma de hacer las cosas, y se hace muy difícil que los nuevos se adapten. Asimismo, en las iglesias pequeñas, dos o tres laicos llegan a ser los patriarcas o matriarcas. Conocen a la iglesia desde el comienzo y ejercen mucho poder. Pueden hacer muy difícil la llegada de personas o de un pastor nuevo».
Estas tendencias le preocupan a Larry Evans, secretario asociado de la Iglesia adventista mundial y un ex consultor eclesiástico, debido a que la mayoría de las iglesias son pequeñas. «En algunas áreas la mayor parte de las iglesias organizadas son pequeñas, pero el porcentaje más grande de feligreses se encuentra en las iglesias más grandes», expresó.
Sahlin dice que esto resulta particularmente cierto en Norteamérica.
«Debido a que la Iglesia Adventista de Norteamérica ha tenido una historia tan larga en pro de las congregaciones pequeñas hay un porcentaje superior al promedio al que le gusta la cultura de la iglesia pequeña», dice. «Las iglesias pequeñas son la elección de personas que ya tienen experiencia con este tipo de iglesias o a las que les gustan las congregaciones pequeñas».
Las iglesias pequeñas no son sólo una tradición norteamericana. «En los Países Bálticos el promedio de miembros por iglesia es de 70 a 75», dice Guntis Bukalders, director de salud y comunicaciones de la iglesia adventista de Estonia, Latvia y Lituania.
«Esto se debe en parte a la mentalidad de las personas», agrega. «La gente no quiere ser sólo una del montón. Las iglesias pequeñas ofrecen más relaciones humanas, amistades, y la posibilidad de participación por medio de los dones espirituales de cada uno».
A pesar de los beneficios de las iglesias pequeñas, Sahlin dice que «cada iglesia tiene un momento después de 5 a 10 años en los que tiene que crecer de tamaño; de lo contrario, la iglesia muere».
Dave Gemmell es director asociado del Centro de Recursos Eclesiásticos de la región norteamericana de la Iglesia Adventista. Posee un doctorado en crecimiento ministerial de iglesia del Seminario Teológico Fuller (Fuller Theological Seminary y ha sido pastor desde 1978.
Gemmell explica que el crecimiento tiene que ver, también, con el número de conversos potenciales. Las iglesias que están en áreas con números reducidos de personas, como por ejemplo, en áreas rurales o en islas, «han llegado a todas las personas que es posibles llegar. Si la iglesia se encuentra en una comunidad de 5.000 personas o menos y tienen 100 miembros ya llegaron al tope».
Al preguntársele por qué en las grandes metrópolis no hay tantas iglesias que muestren crecimientos explosivos, Gemmell da una explicación conocida: «Todavía no hemos aprendido como llegar a esas áreas urbanas. Aún estamos utilizando las mismas tácticas que utilizamos para llagar a las personas de las áreas rurales y pueblos pequeños».
Sahlin menciona una estrategia que dominó los planes de evangelismo de la iglesia hasta la década de 1980. «La Iglesia Adventista de Norteamérica se concentraba en tener, al menos, una iglesia adventista en cada condado», dice. «La estrategia buscaba tener iglesias adventistas en áreas rurales y pueblos pequeños donde sólo vivía un 20 por ciento de la población. Este enfoque excluía al otro 80 por ciento que vive en las grandes ciudades».
El campo misionero ha cambiado, continúa diciendo Sahlin. «Las áreas metropolitanas a las cuales no se ha llegado en Norteamérica y Europa han sido mucho menos alcanzadas que los campos misioneros tradicionales de ultramar».
Y ahora la iglesia tiene que aprender a repensar cómo llegar a la población urbana. De hecho, la iglesia está prestando atención a las ciudades grandes por medio de una nueva campaña titulada «Esperanza para las ciudades grandes».
Resulta irónico que muchos aboguen ahora precisamente por los grupos pequeños como una forma de llegar a las poblaciones urbanas y de la Europa posmoderna.
Los grupos pequeños que trabajan dentro de iglesias grandes puede ser una forma de combinar lo mejor de estos dos enfoques, dice Evans. Los grupos pequeños, agrega, son esenciales para incrementar las relaciones cara a cara entre los feligreses.
Y Evans admite: «Un sólo tamaño no sirve para todos… lo importante es que la iglesia supla las necesidades espirituales de sus miembros».
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