12 de marzo de 2024 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Marci Evans, para Adventist Review
Era el domingo 14 de enero, cuando sonó mi teléfono en medio del ruido de una atestada tienda. Mi esposo Dwayne y yo nos habíamos detenido a comprar algunos artículos para una próxima venta de alimentos que buscaba recolectar fondos para una familia necesitaba de Afganistán. Al dirigirme a la caja, me llegó una llamada desde Gaza.
“Hola, hermana, soy Munther”. Aún puedo escuchar su fuerte acento. Me llamaba con la poca batería que le quedaba a su teléfono. No tenían electricidad, y el teléfono de Munther solía estar descargado. Por lo general, cada tres a siete días, me enviaba un mensaje de texto o audio por WhatsApp. No obstante, en esta ocasión, era una llamada por FaceTime. Me puse detrás de pilas de bocadillos para poder escuchar su voz. Como de costumbre, me agradeció por orar por su familia y me pidió que por favor siguiera haciéndolo.
Mientras Munther y yo hablábamos por llamada de video, podía ver el salón de clases de una escuela abandonada donde él, su esposa y dos hijos pequeños estaban viviendo. En una esquina, ardía un pequeño fuego hecho con desechos de madera. Describió sus condiciones de vida. Dijo que no tenían electricidad, ni baño, ni agua potable. Más de cincuenta personas estaban apretujadas en este salón de clases al aire libre. En la escuela había aproximadamente 1500 personas refugiadas. El fuego que ardía en la esquina daba calor peor también humo negro, lo que dificultaba la respiración. En lo que respecta a su régimen alimentario, Munther lo describió sin quejarse. Era simple: arroz blanco una vez al día, en los días que se podía comer. Y ahora en invierno, el temor de morir de frío añadía un estrés más profundo que el temor a las bombas. El contraste entre la situación desesperada de vida de Munther y los clientes que me rodeaban en la tienda, con sus carros rebosantes, era abrumador.
“Así que”, escuché que decía Munther, “no sabemos cuándo es nuestro turno de morir”. Mi corazón sintió dolor por él, y por las 1500 personas alojadas en la escuela. Señor, ¿hay algo que pueda hacer? Habíamos estado enviando pequeñas cantidades de dinero —50 dólares por aquí y 100 dólares por allá— pero esto estaba a otro nivel.
Como cristiana estadounidense de ancestros judíos, usted podría preguntarse cómo es que comencé a cuidar de este palestino musulmán y su familia. Estoy seguro de que la mano de Dios estuvo en ello. Mi yerno es afgano, por lo que su pueblo llegó a ser mi pueblo. Mi esposo y yo nos sumamos a los Proyectos Puente de Amor para ayudar a afganos necesitados. Allí conocí a Munther, que estaba realizando tareas benéficas entre su gente en Gaza. Los Proyectos Puente de Amor son una sociedad de adventistas y musulmanes que construye molinos de pienso, granjas de cabras, granjas de pollos, y fuentes de agua además de apoyar escuelas en diversas partes del mundo.
En el pasado, Munther y yo hablamos por teléfono y descubrimos un deseo común de bendecir a otros y ser fieles a Dios. Su historia era conmovedora. Había perdido su hermano en la lucha contra Israel. ¿Qué pensaría cuando supiera que mi abuela era judía? Cuando se lo conté, respondió decididamente: “Bueno, todos estamos en este mundo para hacer el bien y amar a las personas a todas las personas”.
Después del 7 de octubre, envié un mensaje a Munther, la única persona que conocía en Oriente Medio. Al día siguiente, envió un mensaje de texto: “Hola, hermana, la situación es sumamente crítica aquí en Gaza”. Ese fue el comienzo de mi travesía de oración por la familia de Munther y por el pueblo de Gaza. Día y noche oraba: “Señor, por favor, provéeles de agua, alimentos, refugio y paz; Señor, que puedan sentir tu mano”. Muchos otros que creen en el poder de la oración se han sumado para orar por Munther y su familia, el pueblo de Gaza y los rehenes israelíes.
El 29 de noviembre, recibí un mensaje urgente. “Hola, hermana, la situación es extremadamente crítica aquí. En una hora comenzarán a pelear otra vez”. Era alrededor de las 20:00 de esa noche de lluvia, y detuve el automóvil al costado del camino para leer su mensaje. Estaban casi al final de una tregua, y estaban por comenzar otra vez los bombardeos.
Mis amigos y yo sacamos nuestras Biblias y reclamamos las promesas de las Escrituras. Pensé que debíamos orar durante treinta minutos, pero Elaine dijo: “No, oremos hasta el final de la tregua”. Los bombardeos volverían a comenzar a las 21:00, hora nuestra, de manera que oramos hasta las 21:20. Menos de veinte minutos después, Munther escribió: “Muchas gracias por sus oraciones; realmente funcionaron. A último momento, se decidió extender la tregua”. Esa noche vimos a Dios en Gaza, reteniendo las hostilidades por otras 24 horas.
El 16 de diciembre, una bomba de una tonelada cayó sobre el edificio de cinco pisos adyacente a la casa improvisada de Munther. En un instante, tomó a su hijita de un año antes de que quedara cubierta de escombros. Dijo que nunca antes se había sentido tan cerca de la muerte. “Gracias a Dios, estamos vivos. Fue el momento más crítico de mi vida”.
Después de salir de la tienda ese día de enero, clamé a Dios, nuestro Proveedor, pidiéndole mantas, agua potable, alimentos y paz. Reclamé lo que dicen las Escrituras: “Llámame, y yo te responderé” (Jer. 33:3). Decidí poner a prueba un principio que aprendí de la autobiografía de George Mueller, quien en el siglo XIX apoyó a un orfanato pidiendo ayuda a Dios y no a la gente.
Después de orar por muchos kilómetros durante el camino a mi casa, envié un texto a mi amiga Gabby para ponerla al día. Ella también había estado orando día y noche por Munther y su familia. Respondió rápidamente: “Ayer, un señor de Maine llamó queriendo donar para apoyar al pueblo de Gaza, pero no sabía cómo hacerlo”. Me llené de emoción al darme cuenta de que era una respuesta directa a las oraciones.
Inmediatamente pensé en la promesa de la Biblia que dice: “Antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén hablando, yo habré oído” (Isa. 65:24). Pronto, otros se sumaron con sus contribuciones. En dos días, enviamos más de mil dólares para cubrir las necesidades básicas. Una semana después, un musulmán que está en nuestro grupo benéfico fue a su mezquita para pedir ayuda, y también se enviaron fondos adicionales.
Las Escrituras me llenan de esperanza cuando la esperanza parece inalcanzable. “Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará ni te desamparará. No temas ni te intimides” (Deut. 31:8).
Munther, su esposa y sus hijos han llegado a ser como mi familia. Esperamos reunirnos con ellos y escucharnos mutuamente. Dios me está enseñando a confiar en él. Él está usando esta preciosa familia palestina para acercarme a él, para llevarme a orar más, a ese lugar donde Dios me enseña de qué manera puedo realmente amar.
Traducción de Marcos Paseggi