Un ministro de iglesia local comparte sus desafíos y gozos mientras presta sus servicios durante la guerra.
13 de marzo de 2024 | Israel | Campo de Israel y Adventist Review
Vivimos en tiempos peligrosos. No hay duda acerca de ello. Casi no se pueden ya encontrar lugares seguros en ninguna parte del mundo. A dondequiera que vayamos abundan el crimen, la violencia y la inseguridad. Pero el Oriente Medio se destaca como una zona en donde la inestabilidad es todavía mayor.
Mi esposa y yo emigramos a Israel, en donde hemos prestado nuestros servicios durante seis años.* Aun cuando con el tiempo es posible acostumbrarnos a los ataques terroristas, la verdad es que nadie lo prepara a uno para enfrentar la guerra.
Después de los ataques de Hamás del 7 de octubre, en donde más de 1,200 israelitas perdieron la vida, la sensación de inseguridad entre los residentes de Israel se ha incrementado en forma exponencial. La población vive en un constante estado de alerta. Miles de alarmas han sido activadas desde el comienzo de la guerra. Cada vez que suena una alarma, significa que se han lanzado misiles sobre Israel y que nuestra vida está en peligro. Significa que debemos correr y encontrar un refugio contra misiles. Dependiendo de en dónde nos encontremos, tenemos entre 15 segundos a un minute para ponernos a salvo. Ya nadie se siente seguro. Hay fuentes que indican que las solicitudes para obtener permiso de adquirir un arma se han incrementado en Israel en un 600 por ciento desde los ataques de Hamás el 7 de octubre.
La gente desea sentirse segura. Las personas desean defenderse a sí mismas en el evento de un ataque y desean defender lo que es suyo. Este tipo de estrés está causando también molestia física. Un miembro de iglesia informó que desde el comienzo de la guerra, y por causa de su estado nervioso, ha desarrollado un severo dolor de estómago.
Muchos responden a estos factores de estrés pasando gran parte de su tiempo consumiendo las noticias acerca de la guerra. Muchas personas pasan horas frente al televisor, obteniendo información acerca de lo que está ocurriendo y de lo que podría pasar; pero esa actitud solamente aumenta el estrés y la sensación de ansiedad. ¿En qué forma se pastorea el rebaño en tiempos como este?
Tenemos por lo menos una familia adventista en Ascalón, solamente a 15 kilómetros de la Franja de Gaza, una ciudad golpeada fuertemente por los cohetes de Hamás. En muchas de las noches tienen que abandonar su apartamento y dormir en un refugio contra misiles, que es generalmente subterráneo. Para esta familia, hasta el sacar a caminar a su perro se ha vuelto un verdadero peligro.
Mi esposa y yo ansiábamos ir a visitarlos. Esperamos a que se aquietaran los ataques para poder ir a verlos. Al acercarse el día, vimos en las noticias que un misil había hecho blanco en la Carretera 4 que conecta a Tel Aviv con Ascalón y decidimos esperar un poco más. Cuando al fin fuimos capaces de visitar esa familia, fue muy gratificante el poder orar con ellos y poder abrazarlos. En tiempos de guerra, nuestra única arma de defensa es la oración.
La fe en las promesas de Dios ha sido nuestra fuente de ánimo y esperanza. La misión más grande para cumplir en estos tiempos ha sido la de alentar a nuestros hermanos y hermanas. Algunos miembros de iglesia han decidido abandonar Israel por temor a que la guerra se vuelva todavía peor. Muchos ciudadanos se han alejado de las ciudades cerca de Gaza, buscando refugio en el centro del país. Pero muchos de nuestros miembros de iglesia han permanecido en sus residencias. Hay obstáculos que han evitado que se muden a otra parte.
Un miembro de iglesia que trabaja como anestesiólogo en el hospital de Ascalón, nos dijo cuando lo visitamos, que un misil había caído en un edificio muy cercano a él. Otros misiles han caído también en el hospital en el que trabaja. Ha podido ser testigo de la forma como el Salmo 91 se ha cumplido literalmente en su propia vida. “Dios nos ha protegido muchas veces de peligros visibles, así como de aquellos peligros de los que ni siquiera nos damos cuenta”, nos dijo lleno de asombro y gratitud a Dios.
Las guerras tienen el poder de hacernos estremecer; pero tienen también el poder de hacernos sentir cuánto necesitamos de Dios y de depender de él.
La guerra ha hecho que muchos regresen a la iglesia. Y es en un tiempo como este cuando nos sentimos tan vulnerables y tan insuficientes, que nos vemos en la situación de anhelar volvernos a alguien más poderoso que nosotros. Es entonces cuando nos volvemos al Dios Todopoderoso.
Como iglesia, hemos celebrado vigilias, ayunos y, por supuesto, sesiones de oración, Hemos seguido el consejo de la Biblia: “. . . busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad” (Jer. 29:7, NVI).
No hemos dejado de orar porque el Señor nos conceda la paz. No hemos dejado de orar por las familias de las víctimas. Y no hemos dejado de orar porque aquellos que fueron secuestrados puedan regresar a sus familias. Las guerras traen siempre consigo mucho sufrimiento. Y nuestro mensaje es uno de paz y esperanza. Pero la Iglesia Adventista del Séptimo Día no está solamente llevando a cabo labor espiritual. Se ha lanzado también hacia la labor física de servir a otros.
Los jóvenes, a través del Club de Conquistadores, han estado atendiendo a centenares de niños que han sido evacuados de sus ciudades porque están muy cerca de las zonas de peligro. Otros miembros de iglesia se han estado esforzando por proveer apoyo y servicio a los soldados, con alimentos nutritivos y descanso.
Nuestra misión es servir a los demás. Y la guerra nos está dando la oportunidad de llegar hasta esas personas que nos están familiarizadas con nuestra iglesia. Ellas nos preguntan quiénes somos y por qué estamos haciendo lo que hacemos. Estas son claramente oportunidades que no hemos desperdiciado para testificar y derribar prejuicios que muchos tienen contra la iglesia.
Muchos nos han preguntado: “¿Qué están haciendo todavía aquí? ¿Por qué no han sido enviados de regreso en un vuelo humanitario?” Pero la verdad es que un pastor no puede alejarse y abandonar el rebaño a su suerte.
Moralmente hablando, no sentimos que es correcto tomar un vuelo y buscar nuestra propia seguridad cuando la mayoría de nuestros miembros están todavía en el país. Si en algún momento, la guerra y nuestra exposición al peligro se intensifica o aumenta significativamente, la iglesia sabrá cómo echar a andar los mecanismos necesarios para cuidar de sus obreros. Pero lo más importante es que, en tanto sirvamos al Señor, él es quien cuida de nosotros.
Nuestra esperanza no está puesta en el Iron Dome, el sistema anti misiles de Israel. No está puesta nuestra esperanza en las capacidades tácticas del poderoso ejército de Israel. Nuestra esperanza está en el Señor. Él es quien cuida y guarda a su pueblo. Él es nuestro verdadero refugio. No sabemos si esta guerra se va a volver una guerra mundial: pero sabemos que esta guerra y sus asociados rumores de guerra son una poderosa indicación acerca de aun mayores cosas que van a ocurrir y de un futuro brillante. Esa es nuestra esperanza y ese es nuestro mensaje.
Maranatha.
*Información personal retenida por razones de seguridad.
Traducción – Gloria A. Castrejón