Una abogada procesalista analiza de qué maneras la práctica legal puede llegar a ser un campo misionero.
27 de agosto de 2019 | Nassau, Bahamas | Tavia Dunn, para Adventist Review
Tavia Dunn, una abogada procesalista y profesora de derecho de Jamaica, tuvo a su cargo la siguiente presentación plenaria en la convención anual de Servicios e Industrias de Laicos Adventistas en la División Interamericana (ASi-DIA) en Nassau, Bahamas, el 23 de agosto de 2019. El texto ha sido condensado y editado para facilitar su lectura, aunque conserva elementos de su presentación oral. —Los editores
Cuando le conté a mi abuela que pensaba seguir la carrera de derecho, la conversación no tuvo el resultado que había anticipado. Había imaginado que me abrazaría, llena de satisfacción. Pero mi abuela comenzó a llorar. Podía ver que estaba desilusionada. Me respondió con las palabras de Jesús, cuando dijo: “¡Ay de ustedes, expertos en la ley!, porque se han adueñado de la llave del conocimiento. Ustedes mismos no han entrado, y a los que querían entrar les han cerrado el paso” (Luc. 11:52, NVI). Por supuesto, los expertos en la ley a los que se refería Jesús eran los líderes religiosos de su tiempo, que para sostener sus puestos de liderazgo, estaban transformando la fe en legalismo.
Cuando estaba por dejar mi hogar para ir a estudiar leyes, sin embargo, mi abuela me llamó y me dijo: “Bueno, niña, si eso es lo que el Señor te está llamando a hacer, entonces, que así sea. Pero acuérdate siempre de ‘practicar la justiciar, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios’ (Miqueas 6:8, NVI)”.
Levantar la voz y hacer justicia
En Isaías 1:17, se nos dice: “¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!” (NVI). Y Proverbios 31:8, 9 nos dice: “¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos! ¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!” (NVI). Esos versículos captan lo que, como abogados, se nos llama a hacer.
Tenemos una relación específica con la justicia porque somos funcionarios de la corte. Como tales, tenemos la obligación de buscar justicia y corregir la opresión. Por cierto, nos pronunciamos en nombre de nuestros clientes y defendemos los derechos de todos.
Dentro del Caribe de la Mancomunidad de Naciones, el código de ética profesional por el cual todos los abogados tienen que regirse guarda conformidad con las directivas de las Escrituras. Al momento de ser admitidos en el Colegio de Abogados, tenemos que tomar el juramento de los abogados, que incluye el requisito de “rebajarnos a nosotros mismos en nuestro cargo”.
La palabra “rebajarse” suele ser usada con una connotación negativa. Es vista como “disminuir de carácter, estatus y reputación”. Sin embargo, un significado menos conocido es “humillarse”. Algunos pueden decir que así como no existe un abogado veraz, tampoco existe un abogado humilde. Pero como cristianos, se nos llama a humillarnos ante Dios. Por eso, como abogados, tenemos un doble deber al respecto.
Nuestro campo misionero
Una de las grandes bendiciones de ser abogados es la capacidad de compartir nuestro tiempo y conocimiento. Es fácil no ver a los abogados como personas que están en un campo misionero en el sentido tradicional de la palabra. Desde siempre se ha sostenido que, como hijos de Dios, tenemos que ir al campo misionero. Cantamos: “Vayamos lejos, hasta la montaña”. Pero la última estrofa de ese himno en inglés comienza diciendo: “Por lo tanto, iré a misiones de misericordia”.
Como abogados procesales, tenemos un llamado único, dado que el campo misionero viene hasta nosotros y nos contrata. Vemos personas en su peor momento: están estresadas y preocupadas. Un abogado puede ser descrito como sanador del conflicto humano, un profesional a quienes los clientes traen sus quebrantos y luchas interpersonales, en busca de ayuda, implorando orientación, y acaso hasta esperando medidas para remediar la situación.
En las frustraciones diarias de la práctica, podemos perder de vista nuestra función misionera. También está presente el aspecto competitivo, el deseo de ganar, de estar en lo correcto, de controlar el resultado y probar las capacidades y competencias legales. La profesión puede llegar a convertirse en una distracción del hecho de que nuestro llamado va más allá de la profesión del derecho.
Una mentalidad misionera
Una mentalidad misionera abarca todas las áreas de la práctica del derecho. Aun en la actividad legal más tediosa, hay una persona necesitada, desde la mayor transacción corporativa al hurto, la redacción de un testamento, un caso de insolvencia o un litigio complejo.
En nuestra práctica, hay interacciones constantes con personas que están observando de qué manera respondemos a las crisis diarias. Esas interacciones pueden tener diversas formas, pero en el fondo, lo que hay son almas humanas.
Cristo busca usarnos en esos momentos para hacer un llamado a aquellos con quienes interactuamos. Es en los momentos difíciles, sean grandes o pequeños, cuando mejor exhibimos que Cristo vive en nosotros. ¿Cómo reaccionamos al abogado de la otra parte que se muestra condescendiente, a una llamada telefónica de un cliente difícil, o a otra emergencia dentro de un día repleto de tareas? Si ajustamos nuestro énfasis y vemos nuestro trabajo diario como un llamado, entonces podremos hallar un valor y un significado en nuestra práctica que trascienda las recompensas materiales.
¿El mínimo requerido?
La parábola del Buen Samaritano comienza con un abogado que quería saber qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús le respondió: “Ama al Señor tu Dios […] y a tu prójimo como a ti mismo”. Pero eso no era lo suficientemente específico para ese abogado.
Como abogados, los detalles son sumamente importantes. Queremos detalles: nada es demasiado insignificante. Por ello, la siguiente pregunta que el abogado formula es: “¿Y quién es mi prójimo?” Es probable que haya pensado que la declaración “amar al prójimo” no estaba definida lo suficiente, que era demasiado amplia y abarcadora. El abogado estaba buscando que se lo aclararan.
Eso es lo que tenemos que enfrentar todos los días. Se nos prepara y paga para que entendamos las normas legales, y entonces para que a menudo determinemos el mínimo que se requiere para cumplir con esas normas. Es lo que el abogado de la parábola del Buen Samaritano estaba haciendo.
La pregunta, como en una buena técnica de contrainterrogatorio, era un intento esperanzado de solicitar que Jesús le dijera qué era lo menos que tenía que hacer sin dejar de asegurarse que heredaría la vida eterna. Al reconocer las intenciones del abogado, Jesús respondió con la bien conocida parábola. Para el final de la historia, Jesús había ampliado en lugar de limitar el marco de su respuesta anterior.
De la misma manera, nuestra responsabilidad como abogados cristianos es estar listos para usar y dar de nuestro talento (de lo que sabemos como abogados) y dar todo de nosotros para cumplir con lo que Dios nos pone delante.
Amar a los que nos rodean no siempre es fácil. Implica pasar tiempo con las personas, ayudarlas, compartir nuestra vida con ellas… amarlas realmente así como Dios nos ama. Podemos estar ocupados todos los días, haciendo lo que parecen ser grandes cosas. Sin embargo, son las cosas simples de la vida las que pueden marcar la mayor diferencia: nuestro oído dispuesto a escuchar, nuestras oraciones, el asesoramiento legal… todo eso puede significar muchísimo. Mediante esta forma de servicio, nosotros también podemos ayudar a restaurar el valor de las personas. Es parte de lo que implica amar a nuestro prójimo, hacer justicia, amar misericordia y humillarnos ante Dios.
Reflejar a Jesús
Como abogados, no se nos conoce por ser medidos en nuestras formas de expresarnos, pero al hacer un llamado para que Cristo esté presente en nuestra profesión y podamos llevar a otros hacia él, tenemos que hablar comedidamente. Las palabras bien escogidas y, en ocasiones, el silencio oportuno puede definirnos en esta profesión.
Es instintivo que queramos responder a un correo electrónico inexacto inmediatamente, o que nos lancemos a un duelo verbal por teléfono respecto de nuestra opinión sobre un determinado caso. Pero tenemos que recordar que el interés del cliente no se ve respetado con esas reacciones instantáneas, ni Cristo se ve glorificado por una invectiva.
Como cristianos, tenemos que tener siempre presente la eternidad. Si nos aproximamos a nuestras interacciones mirando a través de los lentes de la eternidad, veremos que nuestros clientes son almas eternas que existirán mucho más allá no solo del juicio en un determinado caso que esté a nuestro cargo sino también en el juicio final de este mundo.
Como parte de nuestra testificación, necesitamos practicar cómo decirle la verdad al cliente. La verdad es que cada caso incluye diversos factores que influyen sobre el resultado. Como abogados, podemos participar, preparar, responder, abogar y asesorar, pero no deberíamos manipular esos factores para conseguir el resultado perfecto por los honorarios perfectos.
Cada caso tiene hechos que hay que descubrir e investigar. La verdad existe y, en algún momento, saldrá a la luz. Se requiere, sin embargo, de tiempo y esfuerzo hallarla, y también existe la injusticia. Como abogados cristianos, se nos anima a que con diligencia busquemos la verdad, estudiemos las leyes, y oremos por la justicia que Dios promete.
La restauración más plena
La práctica del derecho puede ser, en ocasiones, abrumadora, fastidiosa y monótona. Se requiere que solucionemos problemas que por cierto no creamos y que, si se nos hubiera consultado antes, podrían haber sido evitadas. Algunas cuestiones pueden ser reparadas dentro de los confines del sistema legal; otros no. Esforcémonos mediante nuestras acciones, actitudes y palabras, para señalar a Aquel que puede restaurar las vidas humanas desde adentro. Entonces habremos exhibido un espíritu de servicio y habremos sido verdaderos embajadores de Dios. Ese será sin duda la mayor testificación de todas.
Traducción de Marcos Paseggi