Encontré por primera vez el inusual pero útil adverbio “cristianamente” en un artículo publicado en 2019 sobre el papel que juega la fe en la política. En una entrevista, Michael Wear, exdirector de la iniciativa basada en denominaciones religiosas de la Casa Blanca durante la presidencia de Obama, dijo que los cristianos tienen una responsabilidad especial de hablar sobre temas de política pública.

“Eso no significa que necesitamos que los pastores hablen el domingo por la mañana sobre cuánto piensan que debería ser la tasa marginal de impuestos”, dijo. “Lo que significa es que deberíamos insistir en que los cristianos piensen cristianamente sobre política”.

Entonces, ¿cómo es en realidad un enfoque político desde el punto de vista cristiano? Y, ¿podríamos ir aún más lejos para tratar de describir una manera adventista de relacionarse con la política?

Como iglesia mundial con más de 21 millones de miembros, los adventistas están presentes en unos doscientos países, viviendo y adorando bajo gobiernos que abarcan el espectro que va desde regímenes autoritarios a democracias bien establecidas y todas las formas intermedias de gobierno. Cada país posee su dinámica política particular, y tiene que hacer frente a sus propias preguntas acuciantes sobre políticas públicas.

Debido a esta realidad, ¿es siquiera factible tratar de descubrir algunos principios compartidos que podrían de alguna manera transmitir un enfoque adventista de la política?

Ya se ha escrito mucho sobre la manera en que los adventistas de Norteamérica han surcado históricamente las traicioneras aguas de la participación política.1 Elena White, por medio de sus escritos y su ejemplo, ayudó a que los primeros adventistas desarrollaran un enfoque equilibrado y cuidadoso, que afirmó que los miembros de iglesia podían, en buena conciencia, votar en las elecciones, y defendió inclusive con entusiasmo cuestiones de políticas públicas manteniendo al mismo tiempo una guardia cuidadosa sobre su independencia e integridad.2

Al leer esta orientación, parte de ella está claramente dirigida hacia situaciones específicas de sus días. Un elemento en común parece emerger, sin embargo, y es una idea simple y práctica. Es que mientras que nosotros, como miembros individuales de la iglesia, tenemos la libertad y la responsabilidad de participar en los asuntos cívicos de nuestra nación, nuestra participación jamás debería ser dictada por el visto bueno colectivo de un partido político y su agenda.3 Por el contrario, nuestra participación debería verse guiada por consideraciones individuales y con oración de las cuestiones públicas, analizándolas a través de los lentes con mayores matices y autoridad que brindan nuestra fe y los valores bíblicos.

Ninguna lealtad ciega

Me gustaría sugerir esta idea clave: Que el rechazo general a la lealtad incuestionable a un partido, y todas las trampas del partidismo que lo acompañan, debería ser el centro mismo de cualquier intento de definir un enfoque adventista de la política.

Los científicos sociales cuentan con un neologismo para esta firme tendencia que tenemos los humanos para “escoger un equipo” en la política y para alentarlo, no importa lo que pase. El partiísmo [en inglés, partyism], según lo define un estudio de 2017 de la Universidad de Stanford, es un sesgo interno de grupo. Es algo que motiva a una persona, como partidario de un partido político en particular, a identificarse con tanta fuerza con el “equipo” que ha escogido que esta lo apoya automáticamente. Y la persona sigue haciéndolo aun cuando algunos de sus reglamentos podrían en realidad ir en contra de algunos de sus otros valores que el individuo dice defender. Este fascinante estudio, llevado a cabo en los Estados Unidos, concluyó que a menudo un sentido de afiliación política supera otros identificadores sociales tales como el sexo, la raza, la religión, el idioma y el grupo étnico.4

En otras palabras, nuestra participación política comienza a sentirse más como un juego de fútbol, en el que el objetivo primordial es marcar goles y vencer al otro equipo. Lo que es aún peor, nuestro sentido subjetivo de pertenencia a un lado u otro en la política puede en realidad erosionar nuestro compromiso con nuestros valores espirituales.

Esta clase de lealtad ciega a un partido político específico es lo suficientemente peligrosa, pero para los cristianos, hay aún una forma más insidiosa de “partiísmo”.

El “voto cristiano”

Uno de los conceptos más perturbadores dentro del discurso político actual es la idea de “el voto cristiano”. Los encuestadores y comentaristas de los medios invocan esta frase en los electores de diversas partes del mundo. En los últimos tiempos me he encontrado con artículos de noticias provenientes del Reino Unido, los Estados Unidos, Nigeria, Australia, Canadá y Egipto en lo que, de diferentes maneras, el así llamado voto cristiano posee cierta significación dentro de cada contexto político local.

Es una frase que implica el matrimonio de la identidad religiosa propia con la de una agenda política específica. Señala que los cristianos pueden ser tratados como un bloque de votación, con candidatos políticos que busquen su favor y consientan los intereses que perciben en ellos. Asume que los cristianos pueden, en términos generales, ser contados como parte de ecuaciones políticas, y que se puede confiar en ellos a la hora de hacer progresar intereses políticos. En algunos casos, esto es así. Pensemos, por ejemplo, en un informe del Grupo Barna, una organización de investigación independiente que se dedica a la intersección de la fe y la cultura, y que rastreó el impacto fundamental de los cristianos evangélicos en una elección reciente en los Estados Unidos.5

En los últimos tiempos, he asistido a diversos eventos para líderes y defensores religiosos organizados por políticos y, en ocasiones, he tenido un sentido incómodo de que se estaba cruzando una línea. El tono general de estas ocasiones ha llevado a veces un sentido de quid pro quo, en la que la comunidad de fe brindó su bendición tácita a un líder político, mientras que él o ella, a su vez, declaró: “No se olviden de que yo me ocupo de ustedes”. En uno de esos eventos, después de que un político había hablado de su compromiso de cuidar de los intereses de las comunidades religiosas, una asistente instó entonces a los pastores a que usen sus púlpitos para compartir el mensaje. “Recuerden que viene el domingo”, dijo. “Viene el domingo, y tendrán la oportunidad de hablar sobre todo esto con sus miembros”.

Esta es una forma especialmente seductora de “partiísmo”. Nos gusta estar “en la conversación”. Nos gusta ser reconocidos. Nos gusta sentir que tenemos visibilidad y respeto. Podemos inclusive justificar esto al sentir que nuestros objetivos son dignos y nuestro propósito puro. Pero el deseo de la influencia y el acceso políticos, aun si es para apoyar importantes cuestiones que están alineadas con nuestros valores de fe, puede en ocasiones corromper precisamente de la misma manera en que lo hace la lealdad ciega a un partido político. Puede desactivar nuestra agudeza moral y llevarnos a dividir nuestras lealtades de maneras que White vio con claridad cuando advirtió a los que adventistas que no tenían que ser un pueblo que no debía unirse “en yugo con los infieles en cuestiones de política”.6

La maquinaria política y los debates de políticas públicas de nuestro país pueden verse vastamente diferentes de los del país donde vivo y trabajo. Pero oro para que cuando cada uno de nosotros considere nuestra participación en el ámbito cívico, ya sea como votante, defensor o aun como funcionario público elegido, recordemos en “pensar en forma adventista”. Eso significa rechazar el partidismo ciego y trabajar, por el contrario, para reflejar a Cristo y los valores de su reino en el espacio público.

Bettina Krause es directora asociada del departamento de Asuntos Públicos y Libertad Religiosa (PARL) de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Representa a la iglesia mundial en Washington D.C., participando con las instituciones de los Estados Unidos, como así también con las organizaciones diplomáticas, internacionales y no gubernamentales que tienen su sede en Washington.

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1. Véase, por ejemplo, la investigación en profundidad del historiador adventista Douglas Morgan en su libro Adventism and the American Republic: Public Involvement of a Major Apocalyptic Movement [El adventismo y la república estadounidense: Participación pública de un importante movimiento apocalíptico] (Knoxville, TN: University of Tennessee Press, 2001). En términos de orientación práctica para los miembros de iglesia individuales, dos documentos especialmente útiles son: “El derecho a votar: ¿Debo ejercerlo?” que es una compilación del Patrimonio White; y “Relaciones entre Iglesia y Estado”, una declaración oficial adoptada por el Consejo de Relaciones Interiglesias e Interdenominacionales de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en marzo de 2002, y usada como guía por el Departamento de Asuntos Públicos y Libertad Religiosa de la Iglesia Adventista.

2. Véase la descripción que hace Jared Miller de la participación decidida de los primeros pioneros adventistas en cuestiones de temperancia “Adventists, Prohibition, and Political Involvement” [Los adventistas, la prohibición y la participación política] Liberty Magazine, Nov/Dic 2011.

3. “El Señor quiere que su pueblo entierre las cuestiones políticas”. “No podemos votar sin peligro por partidos políticos”. “Es un error de vuestra parte unir vuestros intereses con algún partido político, para echar vuestro voto en su favor”. Elena G. White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1997), 406, 408.

4. Milenko Martinovich, “Americans’ Partisan Identities Are Stronger than Race and Ethnicity, Stanford Scholar Finds”. Stanford News, 31 de agosto de 2017.

5. Barna Group, “Notional Christians: The Big Election Story in 2016”. Comunicación de resultados de investigación, 1 de diciembre de 2016.

6. Elena G. White, Mensajes selectos (Mountain View, Cal.: Pacific Press Publ. Assn., 1967), 2:387.

Traducción de Marcos Paseggi

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