Profesor adventista comenta sobre vacunación y los límites del protestantismo en los derechos individuales.  

24 de agosto de 2021 | Berrien Springs, Míchigan, Estados Unidos | Por Nicholas Miller, Lake Union Herald

Están circulando en Internet varios videos que pretenden dar a conocer información “experta” en relación con el virus de COVID-19 y las deficiencias y hasta peligros de las vacunas. Estos “expertos” tiene algunas veces credenciales de salud de algún tipo, ya sea como enfermeros, dentistas, cirujanos, cardiólogos, médicos de medicina funcional o alternativa, etc., y casi nunca son médicos expertos en virología, epidemiología o vacunas. A pesar de esas limitaciones, no tienen reparos en declarar por qué sus ideas y percepciones sobre este asunto son enormemente superiores a las de los Centros para el Control de las Enfermedades, en los Estados Unidos, los Institutos Nacionales de Salud y las agencias estatales de salud, a los cuales, dicen ellos, no les interesa para nada la verdadera ciencia.

Dada la falta de calificaciones y experiencia relevante de estos comentadores, podría justificarse cierto grado de escepticismo de nuestra parte; pero eso no detiene a los mencionados “expertos” de sermonear acerca de las deficiencias de los expertos médicos y farmacéuticos mundiales, nacionales y estatales en cuanto a la naturaleza, curso y tratamiento del virus de COVID-19.

Todo este escenario nos provocaría risa visto con un sentido de humor negro, si no fuera por el hecho de que tantos de nuestros conciudadanos y miembros de iglesia toman a estos supuestos expertos como el “héroe David” de esta historia. Los consideran valientes defensores de la verdad enfrentando a los villanos Goliat de nuestro moderno y complejo mundo médico, industrial o gubernamental.

¿Qué está ocurriendo en nuestro aterrorizador mundo de profunda desinformación, paranoia y celebración de excéntricos y quijotescos antihéroes? Hay muchos factores en juego, pero uno primordial es una profunda mala comprensión y errónea aplicación del principio protestante del sacerdocio de todos los creyentes y el derecho al juicio privado en asuntos de creencia religiosa. Escribí mi disertación y publiqué subsecuentemente un libro sobre este tópico, trazando el desarrollo de la conciencia desde Lutero y pasando por el protestantismo discrepante hasta la formación de nuestra Carta de Derechos y la Primera Enmienda, en los Estados Unidos.

Este importante principio del protestantismo, que se convirtió en la base de la libertad de conciencia e iglesias libres, se ha tergiversado hasta llegar a ser lo que nunca se pretendía que fuera —la idolatría del moderno y autónomo individuo como experto potencial en cada ramo del saber, secular o religioso al que se aplique tal individuo. La noción luterana incluye elementos tanto individuales como comunales. Sí, somos sacerdotes delante de Dios, responsables por nuestra propia conciencia, pero somos parte también de un sacerdocio de todos los creyentes. En otras palabras, al destronar la autoridad papal de sobre la iglesia cristiana, él no estaba pensando en crear una iglesia de miles de millones de papas. Más bien, la autoridad en relación con la creencia comunal se transfirió de los papas, cardenales, obispos y sacerdotes, a toda la comunidad de creyentes.

Esa comunidad, trabajando en concierto, estudiando la Biblia juntos, llegaría a un consenso dirigido por el Espíritu, sobre creencias fundamentales de la comunidad de la iglesia. La conciencia individual todavía era importante, pero estaba ultimadamente protegida por la libre asociación de la comunidad: Si alguien difería del consenso de la comunidad, podía elegir abandonarla y adherirse a otra comunidad. No se tenía derecho a imponer sobre otros la opinión individual; pero el grupo, a través de un consenso, podía crear un sistema de creencias sostenidas grupalmente.

El concepto de Lutero contenía también un papel a desempeñar en cargos, posiciones de liderazgo o autoridad, por personas que habían sido dotadas, instruidas y entrenadas para llevar a cabo ciertas funciones en favor de la comunidad. No eran espiritualmente superiores a los demás, pero estaban calificadas para cumplir esos desempeños en formas que la mayoría de los demás no lo estaba. De esta manera, aunque todos eran “sacerdotes” en un sentido espiritual, no se suponía que todos sirvieran como pastores o ancianos; y se colocaría en esas posiciones a personas entrenadas y dotadas para ello.

Las enseñanzas de Lutero en asuntos espirituales encontraron eco en el mundo secular de relaciones sociales y políticas. Ya no iban a reinar soberanos “divinamente elegidos”, simplemente por ser quienes eran. Cada uno era, en cierto sentido, políticamente igual. Pero eso no quería decir que cada uno iba a reinar igualmente. Más bien, cada adulto competente tendría eventualmente el derecho de decidir quién tenía la pericia y competencia para gobernar. Por supuesto, se crearon otros líderes y posiciones, incluyendo aquellos que debían cuidar del bienestar, salud y seguridad públicos.

¿Operaron siempre a la perfección y sin defecto alguno tales oficiales y líderes? Por supuesto que no. Permanecieron siendo siempre responsables ante la gente y podían ser removidos de su posición si se volvían abusivos, corruptos o manifestaban falta de habilidad o de pericia. Pero ahora vivimos en una época en que cada persona, hombre o mujer que se elige a sí misma, puede afirmar que es experta en asuntos de salud, ciencia, medicina y libertad religiosa, sin operar dentro del complejo sistema de educación, controles y equilibrios y, responsabilidad exigida, que lleva a nuestro sistema de líderes y expertos. Ellos pueden convertirse individualmente en iracundos papas, vituperando irónicamente contra el  sistema mismo que para empezar, hizo posible el poder vivir sin papas y reyes, al crear un sistema de pericia y habilidades funcionales, basado en méritos y de responsabilidad exigida. El atacar este sistema democrático y representativo, es a la vista de algunos, como de elevado valor y conciencia; cuando, en realidad, está minando el sistema mismo en que la verdadera conciencia, así como la salud en sí, puede recibir protección.

Así que, al sentirnos desconcertados por causa de un sistema que le permite a casi cualquier persona convertirse en un héroe viral de centenares de miles de estadounidenses, en oposición a los miles de altamente entrenados expertos médicos y científicos que han tratado a millones de pacientes, tomemos en consideración los verdaderos conceptos y límites en torno al sacerdocio de todos los creyentes, según Lutero y estemos prevenidos en cuanto a los peligros del individualismo excesivo y de los autonombrados expertos. La libertad de conciencia tiene significado solamente en una comunidad funcional que puede operar para mantenernos a todos vivos y saludables. Hay más de 629,000 estadounidenses que ya no pueden gozar de libertad, ni de conciencia, porque ya no están vivos por causa del COVID-19.

No hagamos escalar esa cifra adscribiéndonos al concepto de una libertad de conciencia que ni Lutero, ni ningún otro reformador o pionero de libertad religiosa adventista podría reconocer o aceptar. Este no es un argumento en pro de la vacunación forzosa  u obligada; nuestra Constitución protege el consentimiento individual bien informado de personas adultas en cualquier tratamiento médico. Pero tu elección de no recibir la vacuna vendrá apropiadamente con limitaciones en participación en la comunidad, trabajo y viajes. No puedes condenar o censurar esas limitaciones como violaciones a los principios protestantes fundamentales de libertad, una vez que entiendes su verdadera historia y naturaleza; y el todavía más fundamental derecho de tus vecinos y amigos a permanecer vivos.

Nicholas Miller es director de Asuntos Públicos y Libertad Religiosa de Lake Union y profesor en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews en Berrien Springs, Míchigan, Estados Unidos.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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