Graduada de escuela de medicina en Colombia responde a llamado de servicio voluntario en África Occidental.

29 de agosto de 2022 | África Occidental | por Keyla Valbuena, para Misión Adventista

Cuando acepté un llamado para trabajar en un país de África, con la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), no tenía la menor idea de dónde se encontraba esa nación. Pero eso no importaba. Lo importante era que se me daba una segunda oportunidad de cumplir una promesa que le había hecho a Dios.

Le había dicho a Dios que cuando graduara de la escuela de medicina, lo iba a servir; pero entonces estuve muy ocupada con mi carrera y olvidé mi promesa. La epidemia de COVID-19 trastornó los planes que me había trazado y le dio a Dios la oportunidad de revelarme los planes que él tenía para mí. Ahora presto servicios como voluntaria en una clínica, ayudando a aliviar el dolor y las enfermedades de las personas.

Keyla Valbuena examina a un joven paciente en la clínica. [Foto: Misión Adventista]

Cuando arribé a la zona occidental de África, inmediatamente enfrenté algunos desafíos. Uno de ellos era el clima. Llegué a este lugar durante la parte más cálida del año, la cual dura ¡seis meses! Cada día, la temperatura excedía los 38° C. El cálido aire seco del desierto rinde hasta la persona más fuerte. El agua del grifo, calentada por el sol, salía casi hirviendo, así que el tomar un baño no causaba ningún alivio. Tan pronto como uno se seca con la toalla, ya está sudando otra vez. Pero el clima durante la noche es delicioso, pleno de brisas refrescantes y acariciadoras. Una de mis experiencias favoritas es dormir en el techo de la casa bajo la luz de la luna y las estrellas.

Otro de los desafíos que tuve que enfrentar fue la barrera del idioma. Mis pacientes hablan árabe, francés, o alguno de los dialectos locales. Estoy muy agradecida con Abou, un voluntario local que me ayudaba con la traducción. Abou habla cuatro dialectos, además de francés y un poco de inglés. Inicialmente nos comunicábamos él y yo en rudimentario inglés mientras yo aprendía un poco de francés y algunas cuantas palabras de los dialectos locales. Con el tiempo, llegué a conocer tan bien a algunos de mis pacientes, que ya no necesité de la ayuda de un traductor para ayudarlos.

Cada día atendía a personas que tenían numerosas necesidades. Muchas de ellas sufren de una serie de enfermedades y no pueden cubrir el costo de las medicinas. Nuestra clínica les ayuda a obtener el tratamiento que necesitan y les enseña buenos hábitos de salud a fin de evitar que se enfermen.

El equipo de la clínica de salud incluye a cuatro voluntarios local, dos médicos de ultramar, incluyendo a Keyla Valbuena (segunda desde la izquierda) y un promotor de salud. [Imagen: Misión Adventista]

Después de permanecer en la clínica por aproximadamente un mes, nuestro equipo de ADRA decidió checar varios proyectos en la región sur del país. Viajamos durante ocho horas por caminos polvorientos que parecían serpentear por en medio de la nada, hasta que finalmente llegamos a nuestro destino. Le dimos gracias a Dios por habernos cuidado durante el viaje, descargamos el vehículo y nos acomodamos en nuestras oficinas de ADRA. Luego, agotados como estábamos por el largo viaje, nos quedamos dormidos.

Al siguiente día visitamos una aldea en donde ADRA ha excavado un pozo desde el cual se puede bombear agua para la comunidad. El jefe del lugar nos recibió en forma exuberante. Revisamos los paneles solares que proporcionan la energía para sacar el agua del pozo y encontramos que estaban funcionando muy bien, Unos metros más allá, se encontraba una larga fila de niños y mujeres con sus grandes recipientes amarillos para acarrear el agua, quienes esperaban su turno para recoger el precioso líquido.

Mujeres y ninos esperan para llenar los barriles amarillos con agua. [Photo: Adventist Mission]

La gente se sentía emocionada por tener acceso a agua limpia Mi trabajo fue el captar esas sonrisas. Y sin embargo, una sola fotografía no puede captar cuán precioso este recurso era para ellos. Nos dijeron que antes tenían que hacer un viaje redondo de ida y vuelta, de 6 a 10 kilómetros a fin de obtener un poquito de agua.

Las mujeres, quienes son responsables por obtener el agua, demostraron su regocijo entre danzas y risas. Los niños se nos acercaron. “Pose! Pose! Pose!”, me decían. Siendo que tenía en mis manos una cámara, deseaban una fotografía con los extranjeros que los estaban visitando.

Muchos de nosotros damos por sentado lo afortunado que somos de tener agua corriente en nuestras casas. No prestamos mucha atención a cuánto de ella desperdiciamos porque no estamos conscientes de su importancia vital en tantos y tantos aspectos de nuestra vida. Para esta aldea, el poder contar con agua fue una bendición. Era vida. A pesar de la barrera del idioma, no se requirió traducción alguna para entender que ellos estaban demostrando lo agradecidos que estaban por ser capaces de gozar de la bendición del agua sin tener que caminar durante horas bajo el ardiente sol.

El servir como voluntaria ha sido una respuesta a la oración y ha sido una de las grandes bendiciones de mi vida ver el gozo expresado por la gente cuando se hace algo por ella con amor.

La versión original de este relato se publicó en Misión Adventista.

Traducción – Gloria A Castrejón

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