8 de junio | Bogota, Colombia | Josney Rodriguez, Division Interamericana
Ya me había acostado, pero no podía dormir confinado en mi apartamento en Colombia. El día había sido largo como es costumbre durante este confinamiento por el coronavirus. Habían pasado unos cuantos días desde que el gobierno tomara medidas para evitar contagios. Me levanté temprano y cumplí mi rutina de ejercicio, aseo personal, devocional, llamadas telefónicas, reuniones por ZOOM y otros menesteres, hasta bien entrada la noche. Pero una preocupación me acompañó todo el tiempo. ¡No podía comunicarme con mi hermano… y quería saber cómo estaba!
Los desafíos en el mundo se han multiplicado porque un virus amenaza con arrebatar nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Y en países como Venezuela, donde vivía mi hermano, no hay gasolina y el transporte y alimentos son escasos y costosos. El futuro es incierto, precario y sombrío. Los planes hechos hoy, probablemente cambiarán mañana. Vivimos bajo la amenaza de un virus invisible a los ojos humanos, pero con la capacidad de abatir gobiernos y países en todo el mundo.
¿Cuántos imaginaban que este año 2020 sería tan diferente? Hoy, mientras usted lee estas líneas, su vida está rodeada de medidas de bioseguridad, tapabocas, guantes, desinfectantes, miedo e incertidumbre. ¿Cuál es la salida? Para mí, hay solo una: ¡Solo Dios ofrece esperanza frente a la angustia de un futuro de sombras y muerte!
El lunes en la noche hablé con mi hermano. “¿Cómo estás, mi hermano?”, le pregunté. “Bueno, hoy no pude hacerme la diálisis, mi hermano”, me contestó. “La máquina donde me hacen la diálisis se dañó, espero que con la ayuda de Dios, mañana se pueda hacer.” Él no estaba bien. El líquido se acumulaba en su cuerpo y hasta sus pulmones estaban comprometidos. Después de conversar un rato sobre otros detalles, me despedí con un “¡te quiero, hermano!” “¡Yo también te quiero, hermano!”, me respondió.
El martes por la noche, me llamó mi hija. “Papá, tú sabes que tu hermano estaba muy enfermo…” No necesitaba escuchar más. Lo entendí. Mi hermano había fallecido.
Era después de la media noche y había deseado ese día escuchar otra vez la voz de mi hermano. Mientras mi corazón lloraba, mi mente se afanaba en todo lo que debía hacerse. Contactar un amigo que me ayudara a obtener el acta de defunción, conseguir una funeraria, hacer los preparativos para el entierro y conseguir la forma de viajar para ver y tocar a mi hermano por última vez.
Pero el país ya había establecido prohibición de viaje intermunicipal y cruce de frontera. Me esforcé en ello el resto de la noche. Se nos ha dicho que, si nos esforzamos lo suficiente en algo, encontraremos el camino. Pero este virus nos ha hecho recordar repetidamente nuestra infinita vulnerabilidad y la futilidad de nuestros esfuerzos y planes. ¡No podía llegar para el entierro de mi hermano ni siquiera con un avión privado y las medidas sanitarias exigían que debía sepultarse en el mismo día!
¿Qué hacer? El salmista escribió: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Salmo 23.4). Mis manos tocaban las rejas marrones de la ventana mientras miraba hacia afuera del apartamento. Estaba encerrado, separado del mundo, separado de mi hermano. Lloraba mientras pasaban por mi mente imágenes con recuerdos de su vida. Fue en ese momento que pude sentir la presencia divina, tan cierta y profunda dentro de mi alma y pecho donde el dolor pugnaba por transformarse en frustración y desesperanza. ¡Sí! Sentí el “aliento” prometido. Mi corazón se llenó de esperanza y humilde confianza al percibir que Dios nos ama siempre y que “su amor es eterno”. Precisamente esas habían sido las palabras de mi hermano unas semanas antes de descansar. “¡El amor de Dios es constante y eterno, hermano!”
Cualquier despedida, incluso aquella que no podemos llevar a cabo personalmente, puede ser soportada por la presencia de Dios y el pensamiento de que su amor es eterno y constante. La muerte, las circunstancias de enfermedad o la amenaza del COVID -19 no disminuyen, eliminan o cambian ese amor. ¡Existe y existirá siempre! Y solo por esto, hoy y mañana puedo confiar en que la separación no será para siempre. Jesús afirmó ante la muerte de Lázaro, el hermano de Marta y María: “todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” ¡Y yo le creo!
Josney Rodriguez es el secretario ministerial de la Division Interamericana de la Iglesia del Septimo Dia que actualmente vive en Bogota, Colombia.