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30 de mayo, 2008. Plan de Ayala, Chiapas, México…Ansel Oliver/ANN

Consuelo Santiz tuvo que contender con una turba enojada cuando se unió a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Al comienzo, su nueva fe significó tener que usar como iglesia su casa en las noches, y mantenerla en secreto. Luego, cuando la comunidad católica romana supo que una nueva organización religiosa habían entrado a la aldea, Consuelo vio miembros de su iglesia ser golpeados y encarcelados. Abriéndose paso a través de un gentío que rodeaba una prisión, una noche en el 2001, fue la única forma para entregar alimento a su esposo que estaba encarcelado. El crimen que había cometido era el convertirse en miembro de la iglesia adventista.

Santiz de 32 años de edad, es una de 254 adventistas en esta aldea de cerca de 2,400 residentes. En 1995 no había uno solo.

La trayectoria no ha sido suave, pero es tal que la ha hecho a ella más fuerte, expresó ella. Ahora su porte es aparente cuando habla con facilidad frente a una audiencia — inusual en una cultura donde las mujeres son típicamente hurañas en el público.

«Puedo decir que ser un adventista del séptimo día es algo elevador», expresó ella hace poco a su familia de la iglesia en un jueves por la noche. La congregación adventista de Plan de Ayala se reunió para un servicio improviso para conocer a un visitante que se ha enterado de su historia.

Desde 1940, más de 33,000 cristianos protestantes en el estado sureño, estado de Chiapas, han sido perseguidos por su fe, dicen los líderes de la iglesia adventista. Aunque la libertad religiosa es garantizada por la constitución nacional, el derecho es a menudo usurpado por la tradición local.

En Chiapas, hogar de unos 180,000 adventistas, esa tradición es el catolicismo. Y desviarse de esa tradición no se percibe como sólo una elección diferente de credo, pero como un rechazo a la comunidad y su cultura.

Los conversos al protestantismo que rehúsan participar en las festividades mensuales de los santos pueden ser traídos ante la policía. A otros se les requiere cumplir con servicio a la comunidad por no contribuir con fondos a los eventos de la iglesia católica.

«En esta región, las costumbres religiosas y las tradiciones son ley para estas personas», dice Hortencio Vázquez Vázquez, director de asuntos públicos y libertad religiosa para la iglesia adventista en el Alto Chiapas.

Él ha reportado a los líderes locales del gobierno numerosos casos de persecución religiosa durante varios años, quienes luego urgen a la comunidad a que permitan la libertad religiosa. A pesar de algunas mejoras, sus esfuerzos a menudo pueden no lograr nada.

En el 2000, ANN reportó que los adventistas en esta aldea tenían sus servicios de iglesia contiguo al sitio de 14 hogares destruidos. Vázquez dice que el gobierno estuvo de acuerdo en auxiliar la libertad religiosa, aún pagando para tener que se reconstruyeran los hogares. Más tarde, no obstante, los hogares fueron destruidos nuevamente.

Actualmente, el plan de la congregación adventista de Ayala está floreciendo junto a otros.

«Hemos observado que los lugares con la intolerancia más violenta, más gente se ha unido a nuestra iglesia al final», dice Vázquez. «Una vez que la situación sea resuelta, la iglesia sencillamente florece».

No obstante, muchas congregaciones están aún batallando para ganar aceptación, o aún tolerancia de parte de la comunidad.

En la cercana ciudad de Mitzitom, los cercados de las propiedades de los pentecostales yacen sobre el pasto. Vázquez dice que éstos fueron tumbados por miembros de la comunidad.

«¿Cuándo sucedió eso?», pregunta un visitante.

«Hace quince días», dijo él.

A pocas millas de distancia en el pueblo de Yasha, la congregación adventista se reúne bajo un techo de lata arrugado levantados por horcones de seis pies y madera.

«Esta no es una iglesia», dice su pastor, Julio César Jiménez de 33 años de edad, que también está encargado de otras 23 iglesias.

Más o menos, alrededor de 75 yardas de la carretera detrás de su sitio temporero de adoración, se encuentra el sitio de lo que sería su iglesia permanente. Sin embargo, por cerca a un año actual, la comunidad vecina no les ha permitido terminar la construcción. Montó de sucio todavía se encuentran junto a las excavaciones, algunos con barras de hierro que se elevan sin terminar.

«Desde el comienzo sabía que íbamos a sufrir», dice Agustían García, un finquero de 64 años, como otros miembros de la congregación Yasha. Él ha visto el enojo de la comunidad a través de los años –él y sus hijos fueron golpeados y encarcelados. Pero ahora ya no es la toda la comunidad, sino los líderes que aún se oponen a la libertad de credo.

Su compañero miembro de iglesia, Isidro Santiz, de 53 años de edad, es afable y casi llevadero mientras él describe un desafío similar cuando se convirtió al adventismo. Pasó más de dos años estudiando la Biblia antes de comunicarle a su esposa lo siguiente, «Nosotros debemos estar dispuestos a aceptar lo que nosotros creemos es la verdad».

Varias kilómetros de distancia, en el pueblo de Bajocu, Genaro Vázquez, de 40 años de edad, está parado en la esquina de la casa de su padre. Se unió a la iglesia adventista cuando vivía en otro pueblo y trajo la fe al hogar de su comunidad.

«Cuando mi esposa y yo aceptamos el adventismo, entendimos la responsabilidad de compartir nuestra fe. Ella dijo, 'tienes que regresar y predicar a tu padre». Su padre, en ese momento, un alcohólico, casi rehusó hablarle, insistiendo que permanecería como católico. Ahora su padre es un miembro de la iglesia adventista y sentado en la campaña evangelística que está a punto de terminar en la iglesia, a unos cientos de pies de distancia.

Muchos que una vez se negaron a conceder libertad de credo se han convertido en apoyo y miembros de la iglesia adventista. Jorge Hernández de 39 años de edad, comisionado para la comunidad local aquí en Plan de Ayala, supo del mensaje primero por su padre. En 2001, él se alineó con los adventistas que fueron acosados y golpeados en reuniones públicas. Ahora él es adventista.

En el improviso servicio del jueves por la noche, Hernández se dirige a la congregación citando la esperanza de ellos de un día practicar su fe sin ser atacados. «Esa esperanza valió la pena con el crecimiento de este grupo y esta hermosa iglesia», dice él.

Santiz, la mujer que una vez pasó por entre la turba para cuidar de su esposo, no puede contener la lágrimas al volver a relatar la experiencia de encontrar una fe de gracia. «Son lágrimas de gozo», dice ella. «Quiero enfatizar que el poder del Señor estaba actuando en medio de la turba».

Nueve hombres acomodan la plataforma para ejecutar un canto en guitarras clásicas, guitarras requinto más pequeñas y una guitarra grande que provee un tono profundo de bajo. El título del canto, tal vez, encierre su historia: «No te dije que si crees, verás la gloria de Dios».

Una cantidad de gente rodeó a un visitante cuando dejaba la iglesia después del servicio. En el pórtico del edificio de concreto, Felipe Gómez Álvarez pregunta si más gente podrá oír a cerca del compromiso de sus miembros de iglesia.

«Por favor, lleven la historia de esta iglesia a sus propias iglesias», dijo él, expresando su deseo de inspirar a la gente en otras partes del mundo.

«Llévenles nuestro saludo».

–Raúl Lozano contribuyó a esta historia.

Image by ANN. Ansel Oliver/ANN
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