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El domingo de Pascuas 12 de abril de 2020, AWR360 Health presentó un simposio de salud en línea en sociedad con representantes de los Ministerios Adventistas de Salud de la Asociación General de la Iglesia Adventista y la División Norteamericana, la organización Your Best Pathway to Health, el Instituto Weimar, Lifestyle Health Education y otros.

El énfasis del evento fueron las lecciones aprendidas de la pandemia de influenza o gripe de 1918 y la manera en que estas podrían aplicarse a la pandemia actual del coronavirus. La conducta del evento fue Lela Lewis, directora médica de AWR360 Health. El programa contó con la presentación de varios profesionales, y más de 4300 personas siguieron el programa vía YouTube y Facebook.

Si repasamos un poco la historia, vemos que la pandemia de influenza de 1918 (H1N1) causó aproximadamente 675 mil muertes en los Estados Unidos, y posiblemente más de cincuenta millones de muertes en todo el mundo. Los números actuales de mortalidad por COVID-19 están muy lejos de esa magnitud, sumando tan solo poco más de 138 mil en todo el mundo y 28 mil en los Estados Unidos cuando se escribió este artículo.

La razón del nivel de devastación causado por el virus H1N1 de 1918 aún no se ha comprendido plenamente. De manera particular, este virus causó una elevada tasa de mortalidad en personas de 20 a 40 años que de otra manera estaban sanas. No había una vacuna para protegerse de la gripe, como así tampoco antibióticos para tratar la infección secundaria; los tratamientos se limitaban al “aislamiento, la cuarentena, la buena higiene personal, el uso de desinfectantes, y las limitaciones de reuniones públicas, que fueron aplicados de manera despareja”.

¿Suena familiar?

“En ese entonces, se consideró que los campamentos del Ejército de los Estados Unidos son los que brindaban la protección de mejor calidad”, dijo Neil Nedley, presidente del Instituto Weimar, que presentó un segmento comparando los índices de muertes en los campamentos del ejército y los sanatorios adventistas a lo largo de la pandemia de 1918.

Aunque el Ejército de los Estados Unidos siguió métodos de tratamiento médico tradicionales, los médicos y las enfermeras de los sanatorios adventistas siguieron el ejemplo de John Kellogg, usando fomentos calientes y fríos, los comienzos de lo que conocemos como terapia hidrotermal. La tasa de mortalidad por H1N1 en los campamentos del ejército fue del 6,7 por ciento. La tasa de mortalidad en los que fueron tratados siguiendo los métodos de Kellogg fue del 1,34 por ciento.

“En efecto, de los noventa estudiantes internos del seminario que fueron diagnosticados con el virus H1N1 y tratados usando los fomentso de Kellogg, ninguno sufrió de neumonía y ninguno perdió la vida”, informó Nedley.

Como respuesta, un funcionario de salud de la ciudad declaró: “Es un récord asombroso. Hace que los métodos comunes de tratar con la gripe parezcan irracionales”.

No obstante, ¿fue la terapia hidrotermal realmente la razón detrás de estas drásticas diferencias en las tasas de mortalidad?

“Hay aún muchas preguntas importantes que responder”, dijo Zeno L. Charles-Marcel, director asociado de ministerios de salud de la Iglesia Adventista. “¿Eran los diagnósticos exactos? ¿Eran los recursos disponibles donde se trataba a las personas los mismos, o eran significativamente diferentes? ¿Estaban los pacientes tratados bajo techo o al aire libre? Y por supuesto, ¿podría suceder lo mismo con el COVID-19?”

A pesar de que este novel coronavirus permaneció relativamente poco estudiado antes de 2020, profesionales de salud de todo el mundo han estado recolectando y reportando datos significativos por cerca de seis meses. Y muchos de los datos se enfocan en los sistemas inmunitarios.

Roger Seheult, pulmonólogo y experto en cuidados intensivos, señaló que los humanos nacen con dos sistemas inmunitarios: el innato y el adaptable.

“El sistema inmunitario innato da fiebre y devora los patrones moleculares que tienen aspecto anormal, y entonces presenta los patrones al sistema adaptativo para que pueda reorganizarse en el futuro”, explicó.

Se sabe que la SARS y la MERS suprimen la respuesta inmunitaria innata, y entonces le permiten que funcione en exceso. Esto ha llevado a que algunos investigadores crean que el COVID-19 podría “reducir las respuestas antivirales del IFN, resultando en una reproducción viral descontrolada”, dijo Seheult.

Siguió diciendo: “El SARS puede progresar porque el sistema inmunitario innato no es lo suficientemente fuerte. Fortalecer ese sistema podría ser una buena manera de luchar contra el COVID-19”.

Lo que siguió fue una lista de métodos para mejorar el sistema inmunitario propio: comer alimentos nutritivos, evitar el azúcar, pasar tiempo afuera, dormir al menos siete horas por noche, y beber mucha agua.

Es esa última parte de la que está hablando la comunidad médica: el agua, y especialmente la terapia hidrotermal, que es la versión moderna actual de los fomentos calientes y fríos de Kellogg.

“Aunque queremos ver el éxito de este tratamiento en las personas infectadas, también queremos prevenir en primer lugar que las personas se enfermen”, añadió Charles-Marcel. “Necesitamos agrandar nuestra caja de herramientas, para que tengamos opciones no solo para la defensa sino también para la ofensa”.

Eric Nelson, profesor asistente del Departamento de Cirugía del Colegio de Medicina de la Universidad de Tennessee en Chattanooga, recibió hace poco la aprobación para estudiar la Fase 3 del COVID-19, usando el tratamiento del estilo de fomentos para los pacientes afectados.

Esto incluye envolver al paciente en fomentos calientes y colocar un trapo frío en la cabeza del paciente. Se mantiene esto durante 25 minutos, y durante ese tiempo se monitorean sistemáticamente las temperaturas piel del paciente y su temperatura corporal. Cuando se le quita el calor, se frota inmediatamente al paciente con trapos mojados y fríos. Eso es lo que se llama “bloqueo térmico”, porque constriñe los vasos capilares expandidos tan rápidamente que el calor queda atrapado dentro del cuerpo, elevando la temperatura central del cuerpo a unos 40 grados.

“Nuestro objetivo con esta prueba es activar los beneficios presumidos de modulación inmunológica que brinda la terapia hidrotermal”, dijo Nelson. “Creo que los cambios repentinos de la temperatura inducen al menos a una demarginalización de los glóbulos blancos, y quizá esto les permite redistribuirse por todo el cuerpo”.

Elevar la temperatura central del paciente sigue un modelo establecido por Julius Wagner-Jauregg, quien obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1927 por su trabajo en el tratamiento de la neurosífilis al contagiar de malaria al paciente. Eso elevaba la temperatura central del paciente, dándole fiebre, que a su vez curaba o aliviaba la parálisis y mataba la infección.

“El COVID-19 es el virus perfecto en el cual probarlo”, dijo Seheult. “Dado que el SARS parece suprimir la fiebre más de lo normal, incrementar la temperatura del cuerpo mediante cualquier herramienta disponible podría ayudar al tratar y detener el avance del COVID-19”.

Un tratamiento o intervención exitoso para el COVID-19, según lo expresó Seheult, debería:

  • ser complementario con la atención médica actual
  • poder aplicarse a millones de personas inmediatamente
  • no requerir una prueba o farmacia
  • ser de fácil acceso (piense en las prisiones o los campos de refugiados, y los países sin acceso al tipo de atención de salud que existe en los Estados Unidos)
  • tener efectos secundarios mínimos

“La terapia hidrotermal cumple con cada uno de estos criterios”, señaló Seheult. “Parece muy plausible que podríamos sacar beneficios de este método de tratamiento, y si tenemos éxito, podríamos reducir el número de personas que requieren de hospitalización del 20 al 15 por ciento. Es algo significativo”.

Los fomentos básicos pueden ser aplicados en el hogar por personas sanas o individuos que comiencen a sentir síntomas, dijo John Kelly, director de la organización adventista Oak Haven y fundador del Colegio Estadounidense de Medicina de Estilo de Vida. Usar una toalla empapada en agua caliente (teniendo cuidado de no quemar la piel) cubierta por una almohadilla caliente, beber agua caliente y entonces restregarse con un trapo frío y húmedo, o darse una ducha frío después de hacer ejercicio son todas maneras de convertir este tratamiento de hospital en un remedio casero.

“Todos están corriendo para hallar una vacuna, una cura medicinal”, dijo Charles-Marcel. “Tenemos este método, y una razón plausible y demostrable científicamente que nos lleva a pensar que funciona. Es algo útil y relativamente de bajo riesgo. Se necesita investigar más, pero la hidroterapia probablemente no haga mal, y podría resultar beneficiosa. ¿Qué tenemos que perder?”

Cerca del fin de la presentación, Mark Finley, que es asistente del presidente en la sede de la Iglesia Adventista, presentó un mensaje de aliento a los que están luchando a la vanguardia de la enfermedad: los médicos, enfermeras e investigadores que están arriesgando su vida para salvar la nuestra.

“Muchas veces se me ha preguntado dónde está Dios en todo esto”, expresó Finley. “Mi respuesta es que Dios se encuentra en el corazón de cada médico y enfermera que ministra con amor allí en el frente. Dios está en el corazón de cada vecino solícito que demuestra su amor por la comunidad. Expreso mi aprecio por todos ellos”.

El simposio concluyó con una breve sesión de preguntas y respuestas, y Angeline Brauer, directora de ministerios de salud de la División Norteamericana, cerró la sesión con una oración.

“Hemos escuchado la historia, la investigación moderna, los mecanismos potenciales de acción para enfrentar el COVID-19, y tenemos algunas preguntas mejores que hacer”, conluyó Brauer. “Creo que tenemos uno opción viable que podemos seguir, y también creo que podemos hallar esperanza en lo que hemos escuchado hoy”.

La versión original de esta noticia fue publicada por la Red de Noticias Adventistas.

Traducción de Marcos Paseggi

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