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7 de junio de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por: Ella Smith Simmons, vicepresidenta general, Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Como la mayoría de ustedes, me siento indignada por el insensible asesinato de George Floyd, el brutal homicidio de Breonna Taylor y el asesinato estilo Klan de Ahmaud Arbery. Sin embargo, al intentar dirigir apropiadamente mi enojo y de procesar mi desesperanza de que ocurra un cambio, recuerdo que me sentí igualmente indignada por las atroces e inhumanas ejecuciones de Eric Garner, Michael Brown y Freddie Gray, toda ellas perpetradas en 2014; y antes de ellas, la insensata matanza estilo vigilante de Trayvon Martin en 2012. Tal vez uno de los más traumáticos homicidios para mí, fue el asesinato de Tamir Rice, de 12 años, en 2014. Cada vez que ocurren tales atrocidades, recuerdo que antes de ellas aconteció la pérdida de mi compañero de clases en la escuela primaria, cuyo nombre nunca supiste, a raíz de la misma brutalidad racista en 1968; y antes de él, la pérdida de mi tío abuelo, víctima de los devastadores estragos de su inhabilidad para enfrentar las injusticias sociales a las que no se les pone un alto y, antes de él, las incontables vidas de negros sacrificados en linchamientos y otras brutalidades en este país, que es mi país.

Al recordarlo esta semana, tuve que reconocer el hecho de que después del choque, la ira e indignación y el dolor, siempre regresamos a la inhumana y no saludable actitud de conducir nuestro negocio y ministerio en la forma usual y consuetudinaria, solamente orando y esperando que llegue un mejor día de cambio.

¿Cómo puede ser esto posible? Pregunto lo anterior respecto a todos los que nos consideramos a nosotros mismos, al menos en cierto grado, personas maduras espiritualmente y a todos los que afirman haber experimentado la conversión. ¿Cómo podemos reclamar en Cristo Jesús justificación y santificación y hacernos sordos y ciegos a la situación de racismo y sus estragos, en cualquiera de sus formas? ¿Cómo podemos proclamar el evangelio a todo el mundo si no lo vivimos enteramente en nuestra vida? ¿Nos ha entumecido y paralizado el poder del racismo sistemático? ¿Lo damos simplemente por sentado? ¿Tratamos simplemente de volar por encima del radar de la sociedad a fin de evitar su furia? Sí, es verdad que ha habido algunas mejoras en nuestra sociedad con el correr del tiempo; pero ha habido también tantos reveses y nunca hemos llegado tan lejos así, como para cantar victoria sobre el pecado del racismo y sus horribles efectos en la sociedad. Para llegar a ser lo que afirmamos que somos, tenemos que recorrer todavía un largo camino.

Nuestra Creencia Fundamental Adventista Número 14, “Unidad en el Cuerpo de Cristo”, señala nuestro compromiso hacia el valor de toda vida humana y una forma de vivir que refleje ese compromiso. Dice en resumen:

La iglesia es un cuerpo con muchos miembros, llamados de toda nación, tribu, lengua y pueblo. En Cristo somos una nueva creación; las distinciones de raza, cultura, educación y nacionalidad, así como las diferencias entre posiciones elevadas y humildes, ricos y pobres, varones y mujeres, no deben producir divisiones entre nosotros. Somos todos iguales en Cristo, el cual por un Espíritu nos ha unificado en una comunión con él y los unos con los otros; debemos servir y ser servidos sin parcialidad ni reservaciones. Por medio de la revelación de Jesucristo que presentan las Escrituras, compartimos la misma fe y esperanza, y proyectamos un solo testimonio ante todos. Esta unidad tiene su fuente en la unidad del Dios trino, el cual nos ha adoptado como sus hijos. Citamos las Escrituras como la fuente de estas creencias.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha tomado una posición clara. Esta declaración expresa no solamente nuestras creencias, sino también, por esta norma de fe, nuestra responsabilidad mutua hacia todo ser humano. Si el racismo puede definirse como la actitud de devaluación de un grupo de personas para considerarlas como inferiores, mientras se sobrevalora a otros grupos u otros grupos de personas como superiores, entonces el racismo es claramente antiético según nuestras manifestadas creencias. Nosotros, como pueblo del Libro, conocemos bien el origen del racismo. De la misma manera como debemos hacer con cualquier otra estrategia del enemigo, debemos rechazarlo, llamarlo por su nombre dondequiera que exista y vivir en oposición a este dentro de la iglesia y en la sociedad.

Debemos estar conscientes de los engaños y mitos respecto a que la “marca de Caín” y “la maldición de Cam”, era ser de piel negra, que han sobrevivido hasta gran parte de la historia moderna. Pareciera ser que muchos creacionistas aceptan la falsedad darwiniana cuando se trata de diferencias étnicas atribuidas a etapas ficticias de desarrollo evolutivo de animal a ser humano. Aun muchos que declaran el valor igualitario de todas las personas, parecieran aceptar la falsedad, por lo menos en forma subconsciente, de que Dios creó diferentes razas o grupos étnicos para diferentes propósitos, tales como el que algunos grupos de personas están dotados intrínsecamente o por naturaleza para el liderazgo, o para la administración, o para las artes, los deportes o la esclavitud y así sucesivamente. Ciertamente, nosotros, como pueblo del Libro, no damos ningún crédito a lo anterior. Así que, ¿cuál es entonces el problema?

Me pregunto si en parte estamos esperando que ocurra un cambio sobrenatural que nos mueva a un nuevo orden relacional en el cual nosotros, como organismo, lleguemos a ser modelo de nuestras Creencias Fundamentales. Sí, algunos lo son como individuos y con frecuencia en las relaciones privadas. Pero, ¿no deberíamos la gran mayoría de nosotros ejemplificar el carácter de Cristo? ¿No deberíamos procurar la justicia dentro de la sociedad? Nos encanta leer Miqueas 6:8: en donde se nos pide que practiquemos la justicia, amemos la misericordia y vivamos humildemente delante de Dios. (Una traducción dice que no nos tomemos muy seriamente  a nosotros mismos, pero que tomemos seriamente a Dios). Somos llamados a actuar con justicia, no solamente a pensar y predicar acerca de justicia, sino a actuar justamente.

Los teólogos, antropólogos, sicólogos y sociólogos nos han recordado que a la vez que necesitamos identificar la raíz de un problema y procurar ayudar a las personas a cambiar su corazón o mente para vencer el problema, se deben adoptar también los comportamientos correctos. Ellos han encontrado que la conducta correcta debe algunas veces preceder a la incorporación interna y la posesión de creencias y valores. Si en verdad tomamos en serio nuestra Creencia Fundamental No. 14, ¿cuál es el problema que le permite a algunos tolerar y hasta facilitar las injusticias y atrocidades en nuestras naciones, comunidades e iglesias? ¿Qué hace que algunos repitan en la práctica los elementos más encubiertos del racismo, al mismo tiempo que condenan las evidencias más manifiestas del mismo? ¿No es esto hipocresía?

Exploren junto conmigo, por un momento, un fenómeno que prevalece en la mayor parte del mundo y que se alienta entusiastamente en los Estados Unidos —el actual enfoque mundial en las inevitablemente atroces consecuencias del racismo. Consideremos por un momento el papel de adquisición y mantenimiento del poder, la rodilla sobre el cuello, aun en la iglesia. En una edición actual de la revista National Geographic, un escritor equipara el asesinato de George Floyd a los linchamientos de tiempos pasados: “Este hombre yacía indefenso en el suelo. Ha sido sometido. Ahí está la rodilla del policía sobre su cuello. Este hombre está rogando por su vida. Para mí, esa es la máxima manifestación de poder de un ser humano sobre otro”.

Cuando trato de explicar las dinámicas actuales en los Estados Unidos,  me vuelvo hacia uno de mis favoritos discursos, pronunciado por el ex esclavo de Maryland, erudito, orador, escritor, reformador social, antropólogo y estadista, Frederick Douglass, quien pronunció estas palabras en el 23° aniversario de la “Emancipación de las Indias Occidentales”, el 3 de agosto de 1857, en Canandaigua, Nueva York:

Permítanme hablar un poco sobre la filosofía de la reforma. La totalidad de la historia del progreso de la libertad humana muestra que todas las concesiones todavía por otorgarse a sus augustas demandas han nacido solo a través de esforzada lucha. . . . Si no hay lucha, no hay progreso. Aquellos que profesan favorecer la libertad y todavía desaprueban la agitación, son hombres que quieren obtener cosecha sin arar el suelo; desean que descienda la lluvia, pero sin truenos y relámpagos. Quieren el océano sin el imponente rugido de sus muchas aguas. . . . Esta lucha puede ser una lucha moral o puede ser una física, y puede ser tanto moral y física, pero tiene que ser una lucha. El poder no concede nada sin una demanda. Nunca lo concedió y nunca lo hará. Descubre exactamente a qué, cualquier persona, se someterá quietamente y descubrirás la exacta medida de injusticia y mal que se le habrá de imponer; y eso continuará hasta que ellos se resistan ya sea con palabras, con estallidos, o con ambas cosas. Los límites de los tiranos son prescritos por el aguante o resiliencia de aquellos a los que oprimen. A la luz de estas ideas, los negros serán objeto de cacería en el norte y serán retenidos y azotados en el sur, mientras tanto se sometan a esas diabólicas crueldades y no ofrezcan resistencia ya sea moral o física. Los hombres tal vez no obtengan todo por lo cual pagaron en este mundo, pero ciertamente deben pagar por todo lo que obtienen. Si alguna vez hemos de liberarnos de las opresiones e injusticias amontonadas contra nosotros, debemos pagar por su remoción. Debemos hacerlo a través de esfuerzo, de sufrimiento y de sacrificio y, si se necesitara, con nuestra vida y la vida de otros.  

Después de referirse a la labor del abolicionista británico, William Wilberforce, dijo Frederick Douglass:

Estoy consciente de que se ha dicho que la disposición rebelde de los esclavos brotó de la discusión llevada a cabo por los abolicionistas en casa, y no es necesariamente para refutar esta presunta explicación. Todo lo que estoy arguyendo es lo siguiente; Que los esclavos en las Indias Occidentales pelearon por su libertad y que el hecho de su descontento era bien conocido en Inglaterra y, que eso ayudó a crear ese estado de opinión pública que finalmente culminó en su emancipación. Y si esto es cierto, se ha respondido a la objeción.

Podemos ver cómo se ve esta realidad en la arena pública. ¿Cómo debe verse en la iglesia en general y en la iglesia adventista en forma específica?

Debemos actuar. Mi oración es que podamos armarnos del valor y fortaleza para regresar a los primeros días del adventismo, cuando como pueblo éramos activos y ciertamente líderes en la arena pública. Luchamos como pueblo en contra de los males de la esclavitud, el racismo y la marginalización de las minorías.

Es más que hora de que reconozcamos que ciertamente, tenemos un problema en la iglesia en todos los niveles. Lo he visto claramente y de cerca. Ustedes lo han visto también. Hay esperanza para todos nosotros si nos volvemos a la Fuente de nuestra fortaleza. En sus escritos, Elena White predijo que, en los últimos días, “Muchos habían perdido de vista a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana”. “Los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos”. “En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros”.

Creo que este movimiento de reforma incluye la erradicación y sanidad del racismo entre nosotros y el logro de ese amor al que Jesús nos ha llamado —ese amor por el que el mundo va a saber que somos cristianos.

En esta ocasión, después del choque, de la indignación y el dolor, no retornemos a una actitud no saludable e inhumana de conducir nuestro negocio y ministerio como siempre, solamente orando y esperando simplemente un mejor día en el que haya cambio.

Hubo un tiempo cuando Dios le dijo a su pueblo que se levantara de sus rodillas, que dejara de orar y avanzara hacia adelante. Así que levantémonos y dejemos que “¡fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable!” (Amós 5:24 NVI).

Yo escucho ahora  ese mandato a avanzar.

  1. Deneen L. Brown, “‘It Was a Modern-day Lynching’: Violent Deaths Reflect a Brutal American Legacy” (Fue un linchamiento moderno: Las muertes violentas reflejan una brutal herencia americana) National Geographic, 3 de junio de 2020, https://www.nationalgeographic.com/history/2020/06/history-of-lynching-violent-deaths-reflect-brutal-american-legacy/.
  2. Elena G. White, Testimonios para los ministros, 91.
  3. Elena G. White, Palabras de vida del gran Maestro, 342.
  4. Elena G. White, Testimonios para la iglesia, t. 9, 105.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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