La crisis financiera global de la actualidad ha enviado ondas sísmicas a cada sector de la economía. Y como si esta crisis no fuera suficiente motivo de preocupación, parece que los falsificadores están floreciendo en todas partes. Los líderes del mundo de los negocios, los líderes de la iglesia y las familias individuales están comprensiblemente preocupados. ¿Cuál es la respuesta cristiana apropiada? La Biblia tiene respuestas.

Una antigua pero relevante historia

En el Antiguo Testamento se registra una historia interesante y asombrosa, cuyos principios también pueden aplicarse a nuestra crisis económica actual. Nuestra crisis, como la que enfrentaba el reino de Judá, posee en potencial sumamente real de dañar a la iglesia de Dios sobre la tierra y a nuestras propias vidas en forma individual.

Hacia el final del reinado de Josafat, el reino de Judá fue invadido por un ejército cuya llegada los habitantes de la tierra bien hacían en temblar. Josafat era un hombre de coraje y valor. Había estado fortaleciendo sus ejércitos y sus ciudades fortificadas durante años. Estaba bien preparado para hacer frente a casi cualquier enemigo. A pesar de ello, en esta crisis, no colocó su confianza en su propia fuerza sino en el poder de Dios. Se propuso buscar al Señor y proclamar un ayuno en toda Judá.

Las personas se reunieron en el atrio del templo, como Salomón había orado para que hicieran en caso de que tuvieran que enfrentar el peligro. Oraron para que el nombre de Dios fuera glorificado. Entonces el rey oró: “Nosotros no tenemos fuerza con que enfrentar a la multitud tan grande que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crón. 20:12).

Después de comprometerse con Dios, el Espíritu del Señor vino sobre un hombre de Dios, que dijo: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios […]. No tendréis que pelear vosotros en esta ocasión; apostaos y quedaos quietos; veréis como la salvación de Jehová vendrá sobre vosotros” (vers. 15-17).

Temprano a la mañana siguiente el rey reunió al pueblo con el coro de levitas adelante para entonar alabanzas a Dios. Entonces los amonestó: “Creed en Jehová, vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados” (vers. 20). Entonces el coro comenzó a cantar y entre sus enemigos “cada cual ayudó a la destrucción de su compañero” (vers. 23). A los hombres de Judá les llevó tres días recolectar tan solo los despojos de la batalla. En el cuarto día, regresaron a Jerusalén, cantando mientras se dirigían allí.

Aplicaciones actuales

Nadie ha confiado alguna vez en Dios en vano. Él jamás desilusiona a los que dependen de él. Tenemos que prepararnos bien. Pero entonces tenemos que reconocer nuestra debilidad y depender ciento por ciento del poder de Dios para nuestra liberación. Es tentador confiar en el poder del gobierno, o en nuestra cuenta de fondos de jubilación, pero en cada una de las crisis que se mencionan en la Biblia (la nuestra también es una crisis real), cuando las personas confiaron en Dios, él honró su confianza y proveyó para ellos.

No estoy tratando de minimizar la severidad de nuestros problemas. Todo lo contrario: nuestra única y mejor esperanza es confiar en Dios y ser fieles a nuestro pacto con él. Elena White observó: “El que dio a su Hijo unigénito para que muriera por vosotros, ha hecho un pacto con vosotros. Él os da sus bendiciones y en cambio requiere que le llevéis vuestros diezmos y ofrendas”.1

También escribió: “Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz que desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios”.2 El mismo poder invisible que produce la conversion se hace evidente en la conducción providencial de Dios en nuestra vida diaria.

No hay garantía de una riqueza universal de este lado del cielo, pero los principaios de la administración cristiana del dinero no cambian. Siempre son los mismos. Por analogia, una dieta saludable puede a menudo ayudarnos más allá de la enfermedad crónica que tengamos. Una dieta llena de salud es una dieta saludable. Si usted come una variedad de frutas, granos sin refinar, nueces y verduras en cantidad suficiente para mantener su peso ideal, usted estará mejor que si cambia de dieta ante cada preocupación de salud que le vaya surgiendo. Esa analogía también se aplica a la administración financiera.

La “receta” del éxito financiero

Los siguientes siete principios para la buena administración financiera son tan simples como una buena dieta. Si no los seguimos, nuestra seguridad financiera está en riesgo

1. Ponga primero a Dios. El consejo del sabio sigue siendo válido. “Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos; entonces tus graneros estarán colmados con abundancia y tus lagares rebosarán de mosto” (Prov. 3:9, 10). Jesús dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [alimento, vestimenta y abrigo] os serán añadidas” (Mat. 6:33). Las condiciones económicas actuales traen a la mente las palabras de una antigua canción que dice: “Si alguna vez necesitamos al Señor antes, por cierto que no necesitamos ahora”. Ahora es tiempo de confiar en que Dios nos sostendrá y proveerá para nuestras necesidades (véase también Deut. 28:1-14).

2. Gaste menos de lo que gana. Criticamos la deuda que tiene el gobierno de más de veinte billones de dólares, pero los consumidores de Norteamérica son igualmente culpables de gastar de más. Las deudas de las tarjetas de crédito en los Estados Unidos —la cantidad de dinero que no se ha pagado y que pasa de mes a mes, agregándosele altas tasas de interés— supera los 930 mil millones de dólares.

El principio aquí es estar satisfecho con lo que tenemos y aprender a vivir con nuestros ingresos (see 1 Tim. 6:6-10). Se estima que el 43 por ciento de las familias estadounidenses gastan más de lo que ganan cada año.

3. Ahorre algo cada vez que le paguen. Los que han seguido este principio y tienen al menos con seis meses de lo que necesitan para vivir en efectivo en el banco se encuentran en mucho mejor estado que los que están endeudados. Una cuenta de ahorros brinda protección cuando se pierde el trabajo, se rompe el automóvil, hay gastos de salud o sucede alguna otra cosa que pueda afectar nuestra seguridad financiera. Una buena reserva de dinero puede ayudar a capear una tormenta económica y es algo que tiene sentido.

Elena White ofreció el siguiente consejo: “Si usted hubiese economizado debidamente podría disponer hoy de un capital para los casos de emergencia y para ayudar a la causa de Dios. Cada semana debiera poner en reserva una porción de su sueldo, y no tocarla a menos que fuera para hacer frente a una necesidad real o para devolverla al Dador en ofrenda a Dios”.3

4. Haga todo lo posible para conservar su trabajo. La Biblia dice: “¿Has visto un hombre cuidadoso en su trabajo? Delante de los reyes estará, no delante de gente de baja condición” (Prov. 22:29). La Biblia tiene mucho que decir sobre el trabajo y la integridad. Pida a Dios sabiduría para cumplir su trabajo con eficiencia, para que pueda continuar trabajando en estos tiempos difíciles. Si usted llega a perder el trabajo, muéstrese dispuesto a trabajar en cualquier trabajo que tenga disponible siempre que no viole su conciencia.

5. Sea conservador con sus inversiones. Recuerde, no hay una inversión más segura que invertir en su propia deuda. Más allá de pagar sus deudas durante los períodos de incertidumbre, es un buen consejo tener en cuenta que las inversiones sean conservadoras. Cuando tenemos más medios de los que necesitamos, es buen momento de “invertir” en la causa de Dios. Las necesidades de la obra de Dios continúan aun en los momentos difíciles.

Muchos de nosotros hemos acumulado bienes a lo largo de nuestra vida, y es buen idea liquidar los bienes que no necesitamos por tres razones: para cancelar deudas, para colaborar con el progreso de la causa de Dios, y para que no tengamos tantas cosas que sean quemadas cuando llegue el fin.4

6. Pídale a Dios la sabiduría para tomar buenas decisiones de cómo ganar, ahorrar y gastar el dinero. Una vez más, la Palabra de Dios nos dice: “Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia; reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas” (Prov. 3:5, 6; véase también Fil. 4:19 and Isa. 26:3). Como Creador y Dueño de todas las cosas, Dios tiene la capacidad única de guiarnos por la vida. Tenemos que confiar en él explícitamente en esta área de nuestra vida. Disfrute las bendiciones de Dios viviendo con prudencia y ayudando a los que son menos afortunados.

7. No pierda de vista el objetivo. Nuestro hogar real se encuentra en el cielo. Un día cercano, todas las cosas de esta tierra se quemarán. La Biblia dice: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche. Entonces los cielos pasarán con gran estruendo, los elementos ardiendo serán deshechos y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Ped. 3:10). Esto no será una gran desilusión para los verdaderos cristianos. Sus tesoros serán atesorados con seguridad en el cielo.

Certeza en la incertidumbre

Los problemas financieros de nuestra economía pueden verse grandemente reducidos o eliminados si seguimos estos siete principios. Ellos nos han sido dados por Dios en su amor para nuestro propio bien. Al mirar hacia atrás y repasar su vida, David dijo: “Joven fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado ni a su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25).

Por cierto, cada uno de nosotros puede de manera similar ver la bendición de la mano de Dios en nuestra vida.


  1. Elena G. White, Consejos sobre mayordomía cristiana (Mountain View, Cal.: Pacific Press Publ. Assn., 1970), p. 80.
  2. Elena G. White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1955), p. 144.
  3. Elena G. White, El hogar cristiano (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 2007), p. 360.
  4. Véase Elena G. White, Testimonios para la iglesia (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2003), t. 1, pp. 180, 181.

G. Edward Reid es pastor ordenado y abogado, y ha trabajado durante muchos años como director de Ministerios de Mayordomía de la División Norteamericana.

Traducción de Marcos Paseggi

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