22 de febrero de 2024 | Mayagüez, Puerto Rico | Efraín Velázquez, Seminario Teológico Adventista Interamericano
En mi trabajo como arqueólogo tengo que examinar los restos de civilizaciones milenarias. Esto me ha llevado a los polvorientos caminos de las tierras bíblicas. He podido constatar de primera mano, cómo las civilizaciones antiguas han dejado fascinantes artefactos que todavía nos pueden quitar el aliento. Aun así, debo admitir que no quedo tan impresionado por el arte de los escultores o el ingenio de los arquitectos, como por los fascinantes textos del pasado; los cuales podemos leer en papiros, pergaminos, guijarros, o en paredes monumentales.
En los escritos que hemos descubierto sobre civilizaciones anteriores hay relatos de experiencias vividas por reyes, generales, sacerdotes y también por campesinos, alfareros y soldados. Al leerlos nos transportamos con la imaginación a discusiones de disputas legales, casos que se atendieron en corte, cartas de amor o angustiosos pedidos de auxilio dirigidos a comandantes o reyes. Con la pala se han recuperado textos con himnos y poemas dedicados a los dioses, e interesantes explicaciones sobre el origen del universo.
Aparte de relatarnos experiencias que eran comunes en esas épocas, muchas de las cuales lo son también hoy, las versiones mesopotámicas, egipcias y cananeas compiten en cuanto a diversas maneras de explicarnos el propósito de la existencia humana. Cada una de esas culturas ha preservado relatos que pretenden contestar las preguntas perennes sobre nuestros orígenes y la razón por la cual estamos en este mundo. Pero, ¿qué es lo que hace diferente a esa Biblia, que todavía leemos en la actualidad, de esos relatos antiguos de culturas pasadas? La Biblia presenta la mayoría de los géneros literarios cultivados por los antiguos, con narrativas, historia, poemas, himnos, material legal, litúrgico, apocalíptico y profético. Pero, ¿son las Escrituras hebreas simplemente una versión más entre todas las que tenemos del Antiguo Oriente Cercano?
La ironía es que los grandes imperios que nos impresionan con sus palacios, templos y monumentos mortuorios, han desaparecido en las arenas del pasado. Sus memorias de hazañas políticas y militares se desvanecieron en el polvo después que colapsaron sus ambiciones imperiales. Sólo hasta hace poco más de un siglo hemos descubierto sus atesorados textos sagrados y los anales de las cortes reales. Por el contrario, el oprimido e “insignificante” pueblo de Israel, que fue conquistado por cada imperio de la antigüedad hasta tiempos modernos, ha preservado sus memorias y ha sobrevivido entre las naciones. Su poder y resiliencia no radicaba en espadas o máquinas de guerra. Sus batallas fueron libradas con plumas y pergaminos. Su Libro los preservó por siglos y su herencia ha sido preservada en el cristianismo bíblico ¿Qué hace que su libro sea uno diferente?La Biblia como un libro sin comparación
En mi disciplina hay muchos que argüían que Israel era un pueblo más, uno entre tantos que existieron en el pasado. Según esa explicación, sus escritos religiosos eran una tradición más entre muchas otras que coexistieron en la antigüedad, una que ha sobrevivido a capas de redacción y arreglos editoriales. Lo cierto es que hasta 1947, la versión hebrea más antigua databa de unos mil años después de Cristo. Eso era un serio problema para los que defendían en el mundo moderno la singularidad de Israel Pero la arqueología ha demostrado que las Escrituras son realmente antiguas y han sido consistentes a través de los milenios. Ese hecho apunta a que la Biblia, de alguna manera, debe ser un libro particular.
Las investigaciones científicas en la zona del Mar Muerto comenzaron después que saqueadores habían logrado tomar cientos de fragmentos de la Biblia hebrea en excavaciones ilegales para venderlos en el mercado negro. Algunos de los pergaminos databan del tercer siglo antes de Cristo. Ese descubrimiento sacudió al mundo académico e hizo que se reescribieran varios libros sobre el origen de la Biblia.
A orillas del Mar Muerto hay cientos de cuevas. En la zona llamada Qumran, piadosos judíos habían escondido decenas de copias de las Escrituras poco antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Lo asombroso es que las copias que tenemos hoy y las que se descubrieron allí no tenían variantes significativas. Eso hace destacarse a la Biblia como un libro especial, al corroborase su antigüedad y la fidelidad con que fue preservada a través de los siglos.La Biblia para mí
Personalmente, debo admitir que no han sido las evidencias arqueológicas las que más me han impresionado sobre la veracidad de las Escrituras. Ni siquiera han sido las profecías, aunque eso me ha impactado profundamente. Lo que su lectura ha hecho en mi vida, me ha hecho comprender que la Biblia no es simplemente un libro más.
Al excavar en busca de la verdad he tenido la satisfacción de reconocer lugares, artefactos, edificios y paisajes que se conectan con los relatos bíblicos. Al estudiar la historia he podido constatar que lo que los profetas habían vaticinado estaba en lo correcto. Pero, al reconocer los efectos de paz, libertad de culpa, transformación, seguridad y esperanza, no puedo negar el origen divino de la Biblia. Me veo movido a reconocer que “Dios … habló muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas” (Hebreos 1:1). La Biblia es la Palabra de Dios, como él mismo lo ha asegurado. Lo creo por fe. “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). No una fe ciega. En griego, elegxos se usa en términos de convicción (evidencia). La producción de fe no se logra con la arqueología, la fe es un don de Dios. ¿Cómo puede esa fe ser alimentada? “Por esto, la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo” (Romanos 10:17).
Efraín Velázquez es el presidente del Seminario Teológico Adventista Interamericano con sede en Mayagüez, Puerto Rico.