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 8 de enero de 2021 |  Silver Spring, Maryland, United States | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Hola amigos. Hoy, en nuestro tiempo juntos, me gustaría compartirles una historia sobre un joven llamado William Hunter. William tenía solo 19 años cuando fue encadenado a una estaca de madera y quemado vivo. ¿Su crimen? Leer la Biblia.

Dos décadas antes, la Biblia de Tyndale, la primera Biblia impresa en inglés, había sido introducida clandestinamente en Inglaterra desde Alemania, donde el académico de Oxford, William Tyndale había huido para completar su importante labor de traducir la Biblia al idioma del pueblo.

Parece que los padres de William Hunter estaban familiarizados con la Biblia de Tyndale, porque conocían muchos de sus pasajes importantes y criaron a su hijo William para honrar a Dios y Su Palabra.

Cuando William fue aprendiz de un tejedor de seda en Londres, estaba consciente de que, contrariamente a las afirmaciones de la Iglesia Católica Romana, la hostia utilizada durante la Misa no se convirtía en el cuerpo real de Cristo. En consecuencia, cuando un edicto real se extendió por toda la ciudad de Londres exigiendo que todos asistieran a la misa semanal, William se negó. Debido a esto, perdió su trabajo y regresó a la casa de sus padres en Brentwood, aproximadamente a 40 kilómetros (25 millas) al noreste de Londres.

William deseaba leer más de la Palabra de Dios, por lo que a veces se deslizaba hasta la antigua capilla medieval de Brentwood, donde en silencio leía la «Gran Biblia» que estaba encadenada allí. Un día, Atwell, el sirviente del obispo, sorprendió a William leyendo el libro prohibido.

“¿Porqué te entrometes con la Biblia?” reclamó Atwell. “La leo para mi beneficio,” respondió el muchacho, tranquilamente.“¡Si no te detienes, tú y otros herejes se arrepentirán de sus opiniones!” Replicó Atwell.

Pronto, esa amenaza se hizo realidad. El Sábado 26 de marzo de 1555, William Hunter fue quemado en la hoguera porque amaba la Palabra de Dios y se negó a renunciar a las verdades que había encontrado en la Biblia.

Durante la Reforma, los ojos de miles se abrieron cuando la Biblia, por primera vez, se puso a disposición de las personas en sus lenguas maternas, muchas veces a costa de un gran sufrimiento para aquellos que fueron lo suficientemente valientes como para traducir la Biblia tanto del Griego y el Hebreo, a los idiomas comunes, haciendo las Escrituras accesibles para todos. Y a lo largo de los siglos, la luz brillante de la Palabra de Dios ha seguido guiando a Sus fieles seguidores por el camino de la verdad.

La Iglesia Adventista del Séptimo Día, desde sus inicios, encontró su dirección, su propósito y su fundamento mismo en la Palabra de Dios. Brillando a través de la oscuridad de El Gran Chasco del 22 de octubre de 1844, los primeros creyentes acudieron a sus Biblias con consuelo y esperanza, escudriñando en oración las Escrituras para encontrar la verdad. Con cuidado, volvieron a leer los pasajes de Daniel con respecto a la purificación del santuario y descubrieron que el error no estaba en las Escrituras, sino en su propia malinterpretación del texto. Al comparar las Escrituras con las Escrituras, aprendieron que “el santuario” del que se habla en Daniel 8:14 no era la tierra, como ellos suponían, sino en el cielo. 

A medida que siguieron siendo guiados por la Palabra de Dios, descubrieron más verdades bíblicas y el pequeño grupo de creyentes creció rápidamente. Al tomar los principios protestantes de aceptar la lectura sencilla del texto y permitir que la Biblia se interprete a sí misma, la mayoría de nuestras verdades fundamentales — el sábado, el estado de los muertos, el santuario y el juicio investigador — se establecieron en el momento que la Iglesia Adventista del Séptimo Día se organizó oficialmente en 1863. Por supuesto, había más que aprender y, a medida que pasaba el tiempo, los Adventistas del Séptimo Día continuaron descubriendo otras verdades importantes, como nuestro mensaje de salud, la importancia de la educación cristiana y nuestra misión para alcanzar al mundo.

Cada nuevo descubrimiento, sin embargo, siempre se comparó con la prueba bíblica que se encuentra en Isaías 8:20: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.”

Hoy, continuamos basando nuestra fe y creencias en la eterna Palabra de Dios. La Biblia, que ha sido fielmente preservada y sellada con la sangre de los mártires, trasciende el tiempo y la cultura. Es la Palabra viva de Dios y, mediante la guía del Espíritu Sa nto, podemos encontrar las respuestas que estamos buscando.

“Debemos aplicar nuestros corazones a buscar la verdad,” escribió

Elena de White, en Patriarcas y Profetas. “Todas las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El descuidarlas nos traerá la ruina.” (PP. 35.1).

Hace más de 450 años, el joven William Hunter y muchos otros sellaron su fe en Dios y Su Palabra con sus vidas. Hoy sabemos que se avecina una tormenta. Ahora es el momento de construir sobre el firme fundamento de la Palabra de Dios. “Cualquiera,

pues, que me oye estas palabras, y las hace,” dice Jesús, “le compararé

a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y

vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. (Mateo 7:24,25, RVR 1960).

Oremos juntos,

Padre Celestial, gracias por el maravilloso don y la ventaja de tener la palabra escrita de Dios y el espíritu de profecía, para instruirnos y darnos un entendimiento de cómo debemos vivir, y muchas gracias por la palabra viva Jesucristo, que vino a esta tierra como un bebé, viviendo la vida perfecta, muriendo por cada uno de nosotros, resucitó y está intercediendo por nosotros en el lugar santísimo del santuario celestial, preparándose para regresar para llevarnos a casa. Gracias por la verdad que viene de la misma sala del trono de Dios, gracias por la palabra escrita de Dios, la cual apreciamos, entendemos y creemos. Y luego caminamos en ella a través del poder del Espíritu Santo. En el nombre de Jesús te lo pedimos, ¡amén!

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