Diez años antes de que la iglesia enviara oficialmente a su primer misionero, ella ya estaba ganando conversos en la costa occidental de África.

29 de enero de 2024 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Bill Knott

Ella es uno de los misioneros menos conocidos que llevaron las verdades del adventismo más allá de las fronteras nacionales en la década anterior a la fecha en que J. N. Andrews fuera oficialmente enviado por la Asociación General en 1874, a lanzar la misión de la iglesia en Europa.

Augustin y Daniel Bourdeau estaban evangelizando la población de habla francesa en Quebec, Canadá, en 1858. El predicador adventista, Michael Czechowski se embarcó rumbo a Europa en mayo de 1864, aunque bajo el estandarte de los adventistas milleritas observadores del domingo. En 1870, Jakob Erzberger fue ordenado y comisionado por la Asociación General para llevar a cabo obra misionera en su nativa Suiza.

A diferencia de otros, Hannah More (1809-1868) llegó a ser una misionera internacional para el recientemente organizado movimiento adventista del séptimo día, mientras ya estaba prestando sus servicios como misionera independiente en África Occidental. Al presentársele el adventismo del séptimo día a través de conversaciones con el joven evangelizador Stephen Haskell, justamente antes de su regreso al continente africano en 1862, fue fortalecida en su fe a través de ejemplares de la Advent Review y Sabbath Herald (Revista adventista y heraldo del sábado -actualmente Adventist Review) que Stephen Haskell le envió mensualmente por barco a la costa occidental de África.

Hannah More (1809-1868) [Imagen: Adventist Review]

Habiendo crecido en el seno de una devota familia congregacionalista, en Union, Connecticut, Hannah había estado durante una década solicitando a la Junta Americana de Administradores de Misiones Extranjeras (ABCFM, por sus siglas en inglés) que la enviara como misionera a los indígenas americanos en el actual estado de Oklahoma, quienes habían sido forzadamente expulsados de sus lugares ancestrales de origen en el sur del país, por parte del gobierno federal. Siete años de servicio misionero entre las tribus cheroqui y choctaw, cuyos idiomas aprendió, la llevaron eventualmente a otro periodo de siete años con los sobrevivientes repatriados Amistad, entre la tribu mendé en la actual Sierra Leona. En ese lugar nuevamente aprendió sus lenguas regionales.

Durante un periodo de cinco años (1857-1862) en los Estados Unidos para recobrar su salud y continuar enseñando, Hannah se encontró por primera vez con Stephen Haskell en una reunión de  evangelización que llevó a cabo en su región natal de Connecticut. Fascinada por la forma en que el adventismo del séptimo día unía las verdades bíblicas a las cuales la había guiado su estudio personal, “se introdujo a sí misma en el adventismo” a través de sus lecturas de esta revista.

Se reproducen enseguida dos cartas de Hannah More a la Advent Review and Sabbath Herald, ambas escritas en Liberia en 1864. Se han preservado la ortografía y la puntuación (en inglés) de los originales.

Advent Review and Sabbath Herald

29 de marzo de 1864

Nos hemos tomado la libertad de publicar el siguiente extracto de una carta procedente de una misionera en África, enviada a una hermana en Mass., sabiendo que será de interés para los  lectores de la Review el saber que, aunque ningún misionero ha ido a África llevando el mensaje del sábado, de todas maneras el sábado ha ido a los misioneros que ya se encuentran ahí. Con fecha del 2 de enero de 1864, en Cape Palmas, África Occidental, escribe lo siguiente:

Gracias a Dios porque ahora puedo ver claramente que el séptimo día es el sábado del Señor mi Dios y lo estoy observando de acuerdo al mandamiento. El Sr. Dickson lo está guardando también. Es un tanto singular el observarlo aquí.

No estoy enterada de si algunos otros en la costa [africana occidental] guardan el séptimo día. Pero no hay ninguna prueba en contra de su autenticidad. Solamente me admiro de que muchas buenas personas rechazan los mandamientos de Dios siguiendo sus tradiciones.

La gente de su iglesia puede considerar ahora que ustedes tienen aquí adventistas del séptimo día de todo corazón, esperando con ustedes la bendita aparición de aquel a quien amamos y adoramos y que nos proponemos adorar aún más. Oh, será tan deleitoso verlo como es él, adorarlo apropiadamente y arrojar nuestras coronas a sus pies. Oh, cuán sublime es que el tempo está cerca, aun a las puertas. Así que me seguiré esforzando y orando porque la bendición especial de Dios asista y prospere mis débiles esfuerzos en su viña. Confío en que ustedes simpatizarán conmigo en esos esfuerzos de glorificar a Dios y preparar a la gente para su reino venidero.

Cuánto me gustaría contarles en toda su extensión la forma como el Señor me ha guiado y cuán aferrada estaba a las tradiciones en las cuales fui educada, de observar el primer día de la semana como día de reposo. Oh, cuán difícil se me hizo decidir en contra de lo que me enseñaron buenas personas, cuya memoria todavía venero. Pero todo ha quedado atrás y por algunas semanas he estado guardando con ustedes el séptimo día.

Cuán poco sólida es la excusa de que los días comienzan y terminan a horas diferentes en diferentes partes del mundo. Nuestro Padre celestial sabía esto muy bien cuando señaló el sábado como día de descanso. Aunque la hora aquí es cuatro horas más adelante que la de ustedes, el hecho no presenta ninguna dificultad. Los judíos nunca encontraron ninguna dificultad con respecto al sábado y, ¿por qué la habríamos de encontrar nosotros? Las dificultades se han alejado, como lo hacen siempre frente a la verdadera luz.

Tenemos aquí ahora un cálido clima de verano. Las aves están cantando, las ranas asomándose, silbando los insectos, las flores en completa floración y toda la naturaleza sonriendo. Solamente el hombre es vil. Oh, qué lástima que el hombre se abstenga de hacerlo mientras toda la naturaleza canta. 1

Advent Review and Sabbath Herald

11 de octubre de 1864

Carta enviada desde África.

La hermana H. More escribe desde Cape Palmas, África:

Me siento un tanto solitaria guardando el sábado yo sola. Espero que su sociedad pueda hacer algo acerca de una misión sabática en esta parte de África. No me extraña que no haya habido un mayor derramamiento del Espíritu cuando pienso en las insensateces y tradiciones que se han asentado en contra de la eterna verdad de Dios. Oh, que se apresurara el tiempo cuando el pueblo de Dios pueda ver cara a cara. Amo la verdad y por ella espero ciertamente ser verdaderamente libre. Mientras tanto, debo trabajar en la esfera que se me ha asignado a través de una sabia providencia; que pueda esforzarme de tal manera que la bendición de Dios siempre esté presente y corone mis esfuerzos con abundante éxito. No pido más alto favor que el ser sabia en la ganancia de almas. Sé que Dios puede perfeccionar su fortaleza aun a través de mi debilidad y en él pongo mi confianza; y en él deposito mis preocupaciones. No sé qué es lo que me espera, pero me siento segura al reclinarme en su potente brazo.

Oh, cuán sublime es el esperado acontecimiento de su gloriosa venida. Recibimos con gozo las señales de ese evento en el cual tienen puestos sus ojos los elegidos por Dios, creyendo que “los sabios entenderán” y, siendo que Dios no hará nada sin antes revelar sus planes a sus siervos los profetas, Amós 3:7, me gusta pensar que aquellos que están velando y orando sabrán más que aquellos descuidados e indiferentes sobre un tema tan transcendental. Puedo entonces ver la razón por la cual ninguno de los malvados va a comprender. Cuán importante es mantener nuestras lámparas listas y ardiendo la flama, de manera que cuando el Señor venga, podamos ser encontrados listos. Que nuestra conversación sea acerca del cielo, hacia el cual dirigimos la mirada para la gloriosa aparición del Hijo del hombre, quien transformará nuestros viles cuerpos y los hará como el suyo glorioso.2

1 Adventist Review and Sabbath Herald 23, no. 18 (29 de marzo de 1864): 142.

2 Adventist Review and Sabbath Herald 24, no. 20 (11 de octubre de 1864): 155.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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