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En mis tres décadas en las finanzas, he aprendido que la estructura es el antídoto de la imprevisibilidad. Dentro de la estructura, es posible resolver las crisis más acuciantes, responder a las preguntas más complejas, y anticipar los desafíos más inusuales. Cuando asumí el cargo de presidente de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), encontré que era posible aplicar el mismo principio. Aun dentro de una industria tan compleja y de largo alcance como la asistencia y el desarrollo humanitario internacional, la estructura es el antídoto de imprevisibilidad.

La lista de situaciones a las que responde ADRA —y como lo hacemos de una manera oportuna, efectiva y duradera— es extensiva. Nuestro trabajo da vida y esperanza a millones en todo el mundo, por medio de proyectos tan amplios como de agua potable y tan específico como la alfabetización de los adultos. Pero debajo de todo esto se encuentra el mismo principio que he llegado a valorar a lo largo de toda mi carrera: la estructura es el antídoto de la imprevisibilidad.

Entonces, un virus amenazó los fundamentos de esa estructura.

Los desafíos de un virus

En las primeras etapas de la pandemia, ADRA se movió rápidamente para responder con alimentos, agua, cupones de dinero, y otros elementos para apoyar a los más vulnerables en el camino del virus. En ese momento, el camino del virus parecía estrecho y fácil de manejar. A medida que pasaron las semanas, sin embargo, ese camino se amplió y extendió a múltiples países, y entonces a múltiples continentes.

En consecuencia, ADRA incrementó su respuesta inicial para incluir a más de setenta países. En México, trabajamos para apoyar a los que sufren discapacidades auditivas; en Eslovenia, enviamos canastos de salud al personal y los residentes de hogares de ancianos; en Camboya, nos asociamos con hospitales y centros de salud para ofrecer máscaras, guantes y alcohol desinfectante para las manos. El virus siguió expandiéndose, y nuestra respuesta se intensificó. En Nueva Zelandia, distribuimos cupones para comprar alimentos a más de mil familias necesitadas. En Kennia, establecimos estaciones para lavarse las manos e higienizarse. En Finlandia, nos asociamos con bancos locales de alimentos. En Brasil, comenzamos a distribuir canastas de alimentos a los refugiados y a familias vulnerables. Pero a medida que nuestra respuesta humanitarias continuó persiguiendo al virus a lo largo de su camino global de destrucción, nuestra propia organización comenzó a sentir sus efectos.

Para comienzos de marzo, nuestros programas en 130 países tuvieron que frenarse o interrumpirse momentáneamente para en cambio lanzar un equipo de trabajo global de COVID-19 para determinar los siguientes pasos y hacer frente a la respuesta de una manera coordinada.

Desde sus comienzos, ADRA ha existido como el brazo humanitario global de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Pero aun en esos primeros días de inestabilidad, la estructura que mantenía unida a ADRA probó ser más dura que el virus. No es tan solo nuestro personal dedicado y muchos socios que nos mantienen funcionando.

De manera abrumadora, nuestro éxito continuado se debe a la creencia fundacional inmarcesible de que estamos sirviendo para que todos puedan vivir así como Dios lo intentó. Es la pasión que alimenta nuestro deseo común de ser las manos y los pies de Jesús, aun si tenemos que usar máscaras mientras lo hacemos. Más que cualquier otra cosa, sin embargo, es la sociedad con la Iglesia Adventista lo que mantiene intacta nuestra estructura. Desde sus comienzos,

ADRA ha existido como el brazo humanitario global de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y jamás lo hemos olvidado. Es debido a la Biblia y las promesas de Dios que existen tanto ADRA como la Iglesia Adventista, para transformar al mundo para mejor y para inspirar esperanza en un mundo desesperado.

Un precedente para las sociedades

Cuando el Huracán Dorian azotó las Bahamas en 2019, la pérdida de vidas e infraestructura resultó devastadora. Los vuelos fueron parados, los caminos y las pistas fueron arrastradas por el agua, y regiones enteras aún permanecen bajo el agua. Nosotros movilizamos nuestro equipo de respuesta a emergencias, pero los obstáculos iniciales parecieron insuperables sin una sociedad local.

Michael Kruger, presidente de ADRA Internacional. [Fotografía: ADRA Internacional]

ADRA sabía que la Iglesia Adventista estaba perfectamente posicionada como un socio ideal local. La iglesia de allí entendió la región, la comunidad y las necesidades inmediatas. Lo mejor de todo, fue un rostro familiar para los que buscaban una mano ayudadora. La presencia adventista es sólida en las Bahamas, y su participación después del Dorian reafirmó lo que muchos bahameños ya sabían: Los adventistas no solo predicamos el evangelio; también lo practicamos.

Al trabajar como socios, ADRA y la Iglesia Adventista brindaron una respuesta más sólida, más amplia y más eficiente ante una catástrofe de lo que alguno de nosotros podría haber hecho en forma independiente.

Lo que es más importante, la sociedad mostró qué es posible lograr cuando vivimos el evangelio juntos, un experiencia invalorable que halló un nuevo asidero cuando la catástrofe azotó otra vez, en esta ocasión a escala global.

Nuestra respuesta al Huracán Dorian nos mostró que es posible lograr cuando ADRA y la Iglesia Adventista trabajan juntas para brindar ayuda y transformar vidas. Esa premisa de una compasión unificada y global está enraizada en lo que significa ser adventista del séptimo día.

Elena G. White enfatizó este punto: “Sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’”1

Una sociedad para el presente y el futuro

En ocasiones, la vida es difícil y dolorosa, aun para aquellos de nosotros que contamos con sistemas de apoyo, redes de seguridad y el conocimiento de la salvación. Para otros que carecen de estas cosas, la vida puede parecer sin esperanza. Eso se aplica aun antes de que el planeta se viera asolado por el virus.

Hoy día, hay millones en todo el mundo que han perdido el trabajo. Gente que jamás esperaba estar en la fila del banco de alimentos ahora están allí. ADRA y la Iglesia Adventista del Séptimo Día tienen una oportunidad —una obligación, inclusive— de compartir a Cristo con un mundo desesperado.

Como una agencia de cambio, ADRA posee la experiencia probada, las redes, miembros apasionados y una reputación de bondad. Es una sociedad transformadora como ninguna otra en el mundo. Pocos ejemplos ilustran mejor el valor práctico de la colaboración entre ADRA y la iglesia como el trabajo que se está llevando a cabo en los Estados Unidos. Hoy día, ADRA y Servicios Comunitarios Adventistas (ACS) se están asociando en una iniciativa de US$2.4 millones para brindar alimentos a doscientas despensas de alimentos y equipos médicos a las personas y comunidades más necesitadas de los Estados Unidos.

Al combinar nuestros recursos, las conexiones con socios y las comunidades locales, y la masiva infraestructura de la iglesia, tenemos la oportunidad de transformar vidas con más eficiencia que nunca antes. Considere, también, el trabajo que está llevando a cabo la iglesia en Sudamérica.

No solo estamos trabajando en sociedad con esa división para responder a las necesidades relacionadas con el COVID-19 en las diversas naciones, sino que también hemos desarrollado un enfoque innovador para responder a las necesidades psicosociales a lo largo y a lo ancho de la división. Al trabajar con la infraestructura de tecnología de la información de la iglesia, estamos desarrollando juntos una aplicación para teléfonos celulares con una respuesta psicosocial. Esta aplicación conectará a miles de voluntarios adventistas capacitados con potencialmente millones de personas que necesitan apoyo. Lo mismo está sucediendo en África.

En las tres divisiones de la África subsahariana, la Iglesia Adventista del Séptimo Día cuenta con casi trescientas instalaciones de salud urbanas y rurales que brindan servicios esenciales de salud en zonas con escasos servicios por una tasa nominal. Debido a nuestra reputación como grupo religioso que brinda atención de salud, algunas comunidades y gobiernos (incluidos los de Costa de Marfil y Ghana) se han puesto en contacto con la Iglesia Adventista.

Debido a que muchas instalaciones de salud no cuentan con suficientes insumos médicos para satisfacer las necesidades actuales y proyectadas, sin embargo, ADRA se ha estado enfocando en la respuesta al COVID-19 en intervenciones de salud, y se ha asociada mayormente con la Iglesia Adventista. Como resultado de esto, mensajes críticos de salud han logrado diseminarse por medio de incontables canales, y se ha logrado distribuir envíos de equipos de protección personal a diez grandes hospitales y centros de salud de África.

Como resultado de la pandemia, nuestra campaña “Cada Niño. En todas partes. En la escuela” —una iniciativa global coordinada juntamente por ADRA y la iglesia— es fundamental. Esta campaña ha reunido casi un millón de firmas de más de cien países en el mundo, con el único propósito de defender los derechos de los niños que no asisten a la escuela, para que ellos tengan acceso a la educación. Un día, el virus será derrotado, pero los daños podrían durar por generaciones. Al asociarse con la iglesia, ADRA continuará luchando por los derechos de los niños.

Esperanza de un mañana mejor

Cuando el COVID-19 afectó a todo el planeta, me pregunté si nuestra estructura existente en ADRA podría soportar la imprevisibilidad. Pero cuando Dios se encuentra en la estructura, nada puede prevalecer en contra de ello.

Uno de mis pasajes favoritos de Elena G. White se encuentra en El ministerio de curación, la fuente que ha alimentado gran parte de mi pensamiento y, en efecto, gran parte de la historia de ADRA y la iglesia: “Es necesario acercarse a la gente por medio del esfuerzo personal […]. Hay que aliviar a los pobres, atender a los enfermos, consolar a los afligidos y dolientes, instruir a los ignorantes y aconsejar a los inexpertos. Hemos de llorar con los que lloran y regocijarnos con los que se regocijan. Acompañada del poder de persuasión, del poder de la oración, del poder del amor de Dios, esta obra no será ni puede ser infructuosa”.2

Ese poder del amor de Dios es nuestra estructura, y esa estructura es el antídoto a toda imprevisibilidad. Si ADRA y la Iglesia Adventista continúan trabajando en sociedad, nuestra obra no podrá carecer de frutos.

1 Elena G. White, El ministerio de curación (Mountain View, Cal.: Pacific Press Publishing Association, 1959), p. 102.
2 Ibíd.

Traducción de Marcos Paseggi

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