14 de dicembre del  2023 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Ted N.C. Wilson, President de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día

Hemos visto imágenes horribles: niños gritando, seres queridos llorando, edificios explotando, cuerpos esparcidos por el suelo en varias zonas devastadas por la guerra en todo el mundo. Y aunque nos duele el corazón, nos damos cuenta de que estas escenas no son nuevas. Los seres humanos han encontrado formas de masacrarse unos a otros durante milenios. La guerra y la violencia han sido parte de la vida en esta tierra desde que Caín mató a su hermano Abel.

Se ha dicho que “Nadie gana una guerra. La guerra es una derrota para todos nosotros”, y de hecho, esto es cierto cuando vemos la paz arrojada al viento e innumerables vidas humanas extinguidas.

Al reflexionar sobre la increíble violencia, es natural preguntar: “¡¿Por qué Dios no hace algo?!” ¿No ve Él las atrocidades indescriptibles? ¿No oye los gritos de los inocentes? Si existe un Dios, ¿por qué permite todo este sufrimiento?

Estas preguntas han resonado a lo largo de los siglos a medida que los crímenes contra la humanidad han arrancado el alma de otros seres humanos. Y si bien no hay respuestas fáciles, puede resultar útil retroceder en el tiempo hasta la primera guerra. Una guerra que sorprendentemente, empezó en el cielo.

Esta batalla celestial comenzó con orgullo, arrogancia y engaño. A través del misterio de la iniquidad, el pecado se originó en el corazón del ángel más elevado en el cielo: Lucifer. Leemos sobre esto en Isaías 14:12-14: “¡¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!… Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.”

Al difundir rumores viciosos e insinuaciones contra Dios, este otrora noble ángel trajo división y disensión a lo que alguna vez fue un universo perfecto. Leemos sobre esto en el poderoso libro Patriarcas y Profetas: “Abandonando su lugar en la inmediata presencia del Padre, Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles… Mientras fomentaba secretamente el desacuerdo y la rebelión, con pericia consumada aparentaba que su único fin era promover la lealtad y preservar la armonía y la paz” (PP54 17.1).

Por un tiempo, se nos dice, “Dios permitió en su sabiduría que Satanás prosiguiese su obra hasta que el espíritu de desafecto se convirtiese en activa rebeldía” (p.487.3).

La Biblia describe lo que sucedió después: “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; 8 pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. 9 Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” (Apocalipsis 12:7-9).

¿Por qué Dios permitió esta rebelión, que condujo a una guerra en el cielo? Porque nos dice que “era necesario que sus planes 8de Satanás) se desarrollaran por completo para que su naturaleza y sus tendencias quedaran a la vista de todos” (p487.3). Podemos ver amigos, Satanás fue tan persuasivo, tan engañoso, que pudo ganarse a una tercera parte de los ángeles del cielo. Si Dios lo hubiera destruido en ese momento, las preguntas sobre su justicia habrían permanecido en los corazones y las mentes de los otros ángeles y, de hecho, en el universo entero. 

Lamentablemente, Satanás trajo sus engaños a la Tierra, y una vez que Adán y Eva sucumbieron a la tentación, se desató la guerra del dragón sobre la humanidad, con sus terribles resultados afectando a generación tras generación.

Sin embargo, Dios no dejó a la humanidad sin esperanza. Hablando a la serpiente poco después de la Caída, Dios le dijo, “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” (Genesis 3:15).

Aquí, en esta profecía un tanto críptica, se da el resultado de la guerra definitiva: el gran conflicto entre Dios y Satanás, entre el bien y el mal. Aquí está la promesa de que, si bien a Satanás se le permitiría “herir el calcañar” de Cristo, es decir, causarle dolor, tristeza, sufrimiento e incluso la muerte, Dios eventualmente acabaría con Satanás. En esta guerra, la más amarga, nadie ha sufrido más profundamente que Cristo mismo. Mírenlo, el Dios del universo, viniendo a la Tierra como un bebé indefenso, envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Imagínese que siendo un niño comienza a comprender la misión de su vida y, sin embargo, es rechazado por aquellos a quienes vino a salvar. Piense en la presión satánica ejercida sobre el Hijo de Dios, solo en el desierto, hambriento y sediento mientras el dragón disparaba implacablemente ronda tras ronda de sus perversas tentaciones. Imagínese ser perseguido día tras día por críticos farisaicos, deseosos de lanzar acusaciones y tergiversaciones de sus palabras y hechos. 

Verlo, “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.,” (Isaías 53:3) sudando grandes gotas de sangre en el Huerto de Getsemaní mientras Satanás y sus ángeles malignos casi aplastaban la vida del Hijo de Dios, instándolo a rendirse, a abandonar la batalla, para que nadie apreciara Su gran sacrificio y todo fuera por nada.

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:4,5).

Colgado en la cruz, con sangre fluyendo de sus heridas, Jesucristo jadea y grita: “Consumado es” (Juan 19:30),mientras moría con el corazón quebrantado. 

La batalla parecía perdida. Parecía que el dragón había ganado la guerra. Pero las apariencias pueden engañar.

En el libro El Deseado de Todas las Gentes leemos, “Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a esperar que el Salvador no resucitase. Exigió el cuerpo del Señor, y puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Cristo preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial. Cuando vió a Cristo salir triunfante, supo que su reino acabaría y que él habría de morir finalmente.” (DTG 728.2).

Y, sin embargo, la gran controversia continúa. ¿Por qué? Primero, Dios ha dotado a todas sus criaturas con la libertad de elegir. Así como los ángeles del cielo tuvieron la oportunidad de elegir entre Cristo y Satanás, a todos en la tierra se les da la misma opción. Además, es imperativo que todos vean la verdadera naturaleza y los resultados de las inicuas acusaciones y planes de Satanás, y que comprendan que Dios es amoroso, justo y equitativo. Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).

En segundo lugar, mientras guerras visibles asolan la Tierra, hay una batalla aún más feroz que se libra en el interior de cada corazón humano. Elena de White escribe, “Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese importancia para su propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano.” (DTG 91.2).

Este pensamiento se hace eco del autor cristiano C.S. Lewis, quien escribió, No existe un terreno neutral en el universo: cada centímetro cuadrado, cada fracción de segundo, es reclamado por Dios y contrademandado por Satanás.

Y así, mientras nos duele el corazón al ver la violencia asomando su fea cabeza y la terrible devastación de las guerras, recordemos que nuestro Dios comprende el dolor, comprende el sufrimiento y anhela poner fin a esta gran controversia.

Amigos míos, se acerca un día, y creo que llegará muy pronto, en el que Cristo se levantará y proclamará, “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.” (Apocalipsis 22:11).

Mis hermanos y hermanas, mientras Satanás busca azotar el planeta guerra tras guerra, asegurémonos de que él no gane la batalla por nuestros corazones. Se nos da la hermosa invitación: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

¡Jesús viene pronto! En medio de un mundo que se tambalea por el pecado y el dolor, proclamemos esta poderosa invitación por todas partes. Apocalipsis 21:4 dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”.

¡Qué promesa! En última instancia, Dios hará que todo sea nuevo sin más muerte ni sufrimiento. ¡Puedes contar con ello! Comparte esta buena noticia con todos. Los invito a orar conmigo ahora mismo.

Padre celestial, gracias por que instituiste el plan de salvación, permitiendo que los conceptos diabólicos, ideas y pensamientos de Satanás fuesen mostrados a todo el universo.

Señor, gracias por la misericordia que has tenido por cada uno de nosotros, ya que somos parte de este gran conflicto entre Cristo y Satanás. Ayúdanos a abrazarte por completo como nuestro Redentor y Salvador, y luego a apoyarnos en ti en estos tiempos tan difíciles, reconociendo que pronto pondrás fin a todos los sufrimientos y la muerte y volverás a aquí a casa para llevarnos a tu hogar en el cielo. Gracias por escucharnos en esta oración y gracias por el maravilloso hecho de eliminar la muerte y el sufrimiento por completo. Te damos toda la gloria y te agradecemos por escucharnos. En el nombre de Jesús, Amén.

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