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7 de marzo de 2022 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por Ganoune Diop, Ph.D

La libertad religiosa es mucho más que lo que se ve a simple vista. Aunque la creencia en la libertad religiosa es tan antigua como la religión misma, solo ha sido en los últimos 250 años que los estados nación y la comunidad internacional han expresado con más claridad sus compromisos de presentar esa libertad humana fundamental. “El experimento estadounidense”, redactado en las garantías constitucionales de 1789-1791, articuló con claridad una comprensión clave de esta libertad, al separar formalmente la Iglesia y el Estado, y prohibiendo que las legislaturas creen cualquier “ley que respete el establecimiento de una religión, o que prohíba el libre ejercicio de ella”. Otras constituciones pronto reflejaron ideas similares, pero el consenso sobre la libertad religiosa llevó más tiempo de desarrollo en la comunidad internacional.

Una organización catalizadora en el desarrollo de ese consenso internacional ha sido la Asociación Internacional de Libertad Religiosa (IRLA), que tiene una historia y una narrativa fascinante que se remonta a su establecimiento en 1893. El contexto que impulsó la creación de esta asociación de libertad religiosa fue la legislación propuesta en el Senado de los Estados Unidos que habría violado directamente las garantías constitucionales de la Primera Enmienda.

En 1888, los líderes adventistas se opusieron a dos proyectos de ley presentados en el Senado de los Estados Unidos por el senador Henry W. Blair de Nueva Hampshire. El primer proyecto de ley llamaba a una promoción del domingo, entendido como el Día del Señor, un día de descanso, cuya observancia el proyecto de ley busca imponer como requisito nacional. El segundo proyecto de ley propuso una enmienda constitucional que requería que las escuelas públicas de la nación para enseñar los “principios de la religión cristiana”.

Uno de los líderes entre los pioneros adventistas del séptimo día, Alonzo T. Jones, futuro editor de la Adventist Review, testificó incluso ante el Congreso para detener la ley dominical y la provisión propuesta que buscaba hacer de los Estados Unidos una nación cristiana. Era, como él lo describió claramente, una cuestión de libertad religiosa.

Un año después, en 1889, los adventistas crearon una asociación para promover la libertad religiosa. Se llamó “La Asociación Nacional de Libertad Religiosa”. Este movimiento fue amplificado en 1893 cuando la asociación se expandió para llegar a ser la Asociación Internacional de Libertad Religiosa.

La interacción con actores políticos y religiosos en el comienzo de la existencia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día llegó a ser una elección deliberada. Algunos dirían que hacerlo fue una necesidad si es que la Iglesia Adventista quería ser creíble y relevante en el espacio público. La promoción de la libertad religiosa tenía por propósito beneficiar a todos. Los adventistas del séptimo día comprenden que la libertad religiosa es un derecho humano universal que no puede verse restringido a un grupo mientras excluye a otros.

Hoy día, la disciplina de involucrar a la comunidad internacional, lo que incluye tanto las instituciones globales como nacionales, para promover la posición fundacional y fundamental de la libertad religiosa sigue siendo vital.

¿Qué es lo que la torna tan convincente?

Un creciente consenso internacional debido a eventos trágicos

Significativos eventos geopolíticos globales alteraron la historia de nuestro mundo de maneras significativas. Dos guerras mundiales en el siglo XX llevaron a que la familia humana reevaluara su brújula moral. La enorme pérdida de la vida humana desafió las tradiciones acumuladas de los siglos: 16 millones de muertos durante la Primera Guerra Mundial, y 60 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial.

Preguntas críticas que ya no podían ser ignoradas quedaron dentro de la visión moral de la comunidad internacional. ¿Cuál es el valor de la vida humana? ¿Por qué hay tantas matanzas sin sentido?

¿Cuál es la medida de la dignidad humana? ¿Cómo podrían las vidas ser ya sea privilegiadas o abusadas debido a su valoración cimentada en constructos raciales, étnicos, culturales, políticos o aun religiosos?

¿Hay principios —principios morales— que puedan servir como barómetro o puntos de referencia en las relaciones humanas, interacción entre los estados y normas internacionales?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por las Naciones Unidas en 1948, fue establecida para cumplir con ese papel: ser una brújula guiadora respecto de lo que realmente importa al proteger la vida humana, los derechos humanos y las responsabilidades humanas. Clave entre estos derechos, uno que asegura todos los derechos, es la libertad de religión o creencia. El Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa:

“Todos tienen el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o creencia, y la libertad, ya sea solo o en comunidad con otros y en público o privado, de manifestar su religión o creencia para enseñar, practicar, adorar y para la observancia”.

Lo que sigue es un intento de explorar las dimensiones multifacéticas de la libertad religiosa o de creencia, a nivel personal, interpersonal, social, nacional o internacional.

Reconocimiento y Formulación Internacional de la Libertad Religiosa.

La libertad de religión o creencia está reconocida de manera explícita en el derecho internacional por medio de la Carta de las Naciones Unidas; el Pacto Internacional sobre los Derechos Civiles y Políticos; los Acuerdos de Helsinki; la Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas de Intolerancia y Discriminación basadas en la Religión o Creencia; la Convención Europea para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales; la Comisión Africana sobre los Derechos Humanos y de los Pueblos; y en reglamentos operativos de muchas otras instituciones.

Las dos declaraciones más famosas sobre la libertad religiosa se encuentran en el Artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y como Artículo 18 del Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos.

El objetivo último de la libertad, de la libertad religiosa, y también de otras libertades, es el amor.

Fundamentalmente, la libertad religiosa, o la libertad de religión o creencia, según la nomenclatura legal internacional, es una herramienta indispensable e indisputable para desarrollar la conciencia para delinear los parámetros de lo que significa ser humano y mostrar humanidad. Al considerar la libertad de religión o creencia desde sus perspectivas legal, política, social y cultural, nuestra tesis fundamental no negociable es que la libertad religiosa habla no solo a la humanidad de cada persona sino también a la santidad de los seres humanos. Esta presuposición es la columna fundamental de la libertad religiosa desde una perspectiva basada en la fe. Esa es la raíz espiritual de la libertad religiosa.

La característica de la experiencia humana que determina el lugar de este valor infinito de cada persona es la conciencia humana. Grabada en nuestra percepción y conciencia humana se encuentra la necesidad de libertad y autodeterminación para cada ser humano que sea capaz de una racionalidad madura.

Definición de términos

La libertad religiosa es en primer lugar una libertad. Es parte de un conjunto de libertades interrelacionadas, interdependientes e indivisibles. Es también una libertad compuesta que es inseparable y central a todas las demás libertades fundamentales.

“La lógica es el hecho de que la libertad religiosa es una libertad compuesta, es decir, que hay otras libertades vinculadas dentro de ella. Permitir la libertad religiosa implica permitir la libertad de expresión y la libertad de conciencia. Si un régimen acepta la libertad religiosa, se desarrolla un efecto multiplicador que presiona al régimen hacia mayores reformas. Como tal, la libertad religiosa limita al gobierno (es una “libertad”, después de todo) al proteger a la Sociedad del Estado. El pluralismo social puede desarrollarse porque las minorías religiosas están protegidas”” (Hitchen, citado por Carter 2017).

La libertad religiosa puede ser definida como el derecho a profesar, practicar y propagar las creencias propias sin coerción, intimidación o manipulación. La libertad religiosa o de creencia incluye el derecho a usar símbolos, a exhibirlos en el espacio público. Es también el derecho a poseer o ser dueño de una propiedad dedicada a cuestiones religiosas o filosóficas.

En consecuencia, la libertad religiosa o de creencia es el derecho a construir instituciones como expresiones de las convicciones profundas de cada persona. La libertad religiosa incluye el derecho a construir espacios sagrados diseñados para promover las convicciones, la cosmovisión y los valores propios. Constituye también el derecho de llevar a cabo ritos y rituales para representar las creencias propias.

Constituye también el derecho a celebrar y/o apartar momentos sagrados para expresar una lealtad exclusiva a Dios: por ejemplo, un día cuando todo es sometido a la soberanía de Dios: el tiempo propio, las reflexiones y actividades o el descanso, como en el caso del judaísmo o la tradición adventista del séptimo día.

Esta libertad representa las siguientes realidades.

1. Un principio político. En el nivel más básico, la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencia es un principio político que afianza otros principios políticos, como es el caso del consentimiento de los gobernados, el gobierno limitado, el estado de derecho, la democracia y el gobierno representativo;

2. Una provisión legal en el derecho internacional, consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Unión Europea, agencias de la Unión Africana, la Organización de los Estados Americanos, Asociación de Naciones de Asia Sudoriental, otras instituciones internacionales, y constituciones nacionales;

3. Una libertad compuesta. Presupone la libertad de pensamiento, conciencia, creencia, convicción, expresión, asamblea y asociación.

4. Un derecho humano. A menudo se enfatizan los aspectos del derecho, pero hay aún más. El aspecto humano no debería ser descuidado por razones antropológicas, teológicas, filosóficas y existenciales.

5. Un signo de nuestra humanidad, no solo debido a nuestra racionalidad sino también debido a nuestro sentido de moral y responsabilidades éticas. Lo que es más, la posición fundamental de la libertad religiosa afianzada en la libertad de conciencia le permite brindar una base normativa para lo que significa ser humano. Posee dimensiones tanto individuales como corporativas, como por ejemplo la coexistencia pacífica y la cooperación.

6. Un símbolo de interconexión, como resultado de lo que tenemos en común, no solo de percepción sino también de conciencia humana.

7. Un sello de santidad. En las religiones monoteístas, los seres humanos son sagrados, templos de lo divino, creados a imagen de Dios; o representantes de lo divino; o conectados a lo divino, según lo estipulan las religiones asiáticas.

8. Un llamado a la solidaridad, la tolerancia y el respeto, basados en la santidad de cada ser humano.

9. Un imperativo moral. La libertad de conciencia y religión o creencia tiene un efecto disuasivo contra el autoritarismo o el totalitarismo. Va en contra del pisoteo de la dignidad humana, contra la reducción de los seres humanos a objetos que uno puede dominar, domesticar o subyugar.

10. Una expresión del valor inmensurable de cada ser humano. La libertad de religión o creencia es un signo que indica la necesidad de proteger a los seres humanos de verse instrumentalizados, usados, abusados y deshumanizados. Los seres humanos poseen un valor infinito.

Un marco más amplio

La libertad de religión o creencia es por lo tanto una señal de nuestra humanidad, y un símbolo de la interconexión de la familia humana. Es intrínsecamente un llamado a la solidaridad humana. Esta libertad, basada en la inviolabilidad de la conciencia humana, es también un antídoto contra el pisoteo de la dignidad humana y contra los abusos de dominación, control y dominio.

Como tal, su propósito es fomentar la tolerancia en la dignidad de la diferencia sin la necesidad de una uniformidad de creencia. La promoción de la libertad religiosa es equipar a las personas con el fundamento para el respeto de cada ser humano. La libertad religiosa debería fomentar la responsabilidad sobre la base del imperativo de la solidaridad humana. Nos posiciona para que veamos a los demás desde una disposición benevolente, para abrazar sus valores infinitamente misteriosos, no cuantificables e inmensurables.

Qué nos dice la fe

Desde una perspectiva de la fe, la libertad de religión o creencia es primordialmente comprendida como un atributo divino. Solo un ser totalmente autónomo y no dependiente de ninguna cosa externa a sí puede aducir libertad absoluta. A pesar de ello, la idea de la creación a imagen de Dios, que se refleja en el lenguaje del Libro de Génesis, deja espacio para que reflexionemos en los atributos comunicables divinos tales como la libertad.

Desde la perspectiva de la fe, la libertad religiosa es mejor comprendida como parte de la imagen de Dios. Está profundamente conectada con la cuestión del libre albedrío. La justificación de la importancia del libre albedrío y la libertad de elección es el hecho de que no puede existir un pacto auténtico sin la libertad de tomar la decisión de ingresar a una relación. El amor no puede ser forzado. Dios nos da una elección. No hemos sido creados como robots, como máquinas programadas que automáticamente harán cosas que se espera de ellas bajo ciertas circunstancias.

Hoy día, en nuestro mundo, hay una creciente conciencia respecto de la necesidad de un espacio en el que se pueda alcanzar un consenso sobre la importancia de todos los seres humanos. Hay una conciencia creciente de cuán preciosa es la vida humana, del misterio de la vida humana, de la factorización indiscutible de la dignidad humana de cada ser humano. Esta conciencia es, por supuesto, disputada ferozmente por las ideologías supremacistas, pero aún forma parte de los valores del mundo.

Aun así, “existe una urgente necesidad de mayor claridad conceptual respecto de la libertad de religión o creencia, no solo para defender este derecho contra los ataques adversos del exterior, sino también para fortalecer el consenso sobre el significado de la libertad religiosa o de creencia dentro de la comunidad misma de derechos humanos”. (Heiner Bielefeldt (2013, 35).

Esta necesidad de consenso es obviamente verdadera y relevante para las comunidades religiosas y como parte de la sociedad civil. La importancia única de la conciencia humana, el espacio interior sagrado que caracteriza a cada ser humano, vinculando nuestra existencia y las relaciones con otros sobre principios y valores éticos y morales, necesita claramente una afirmación mayor y más pública. Sin esa afirmación y protección, las personas son vulnerables a ser instrumentalizadas y rebajadas a objetos que son usados y abusados.

Juzgar, criticar, colocar a las personas en determinados espacios, catalogarlas y faltar el respeto a la santidad de sus vidas es un abuso inaceptable.

La libertad de religión o creencia funciona como una señal y un recordatorio omnipresente de la necesidad de relacionarse con cada persona con respeto y prudencia cortés ante el misterio que cada una representa. Ese misterioso mundo interno es rico en belleza y oculta tesoros, pero también revela traumas y heridas que dificultan la vida de muchos.

Cada historia humana es compleja. Nadie debería funcionar como fiscal, jurado y juez en una “corte” extralegal, repartiendo sentencias contra otros porque son diferentes, o porque no encajan en nuestro sistema de referencias y preferencias. La aceptación del derecho a existir de otras personas en la dignidad de la diferencia requiere una pausa en cada persona, una renuncia a la indecencia autodesignada de juzgar a los demás sin conocer sus historias. Requiere escucharlos en sus propios términos.

La libertad religiosa, cuando es creída y adoptada como parte de nuestro estilo de vida, es parte de una disposición benévola hacia cada persona que uno conoce. Llega a ser una parte integral de un estilo de vida caracterizado por una actitud humilde ante el misterio del otro. Cada ser humano que uno conoce representa una conexión misteriosa única con el Creador. Esta relación es sagrada e íntima. Puede que este en diversas etapas de realización, pero es no obstante irreductible a cualquier categorización. Este espacio sagrado único que es la conciencia es irremplazable e irreproducible. No debería ser violado. Juzgar, criticar, colocar a las personas en determinados espacios, catalogarlas y faltar el respeto a la santidad de sus vidas es un abuso inaceptable, ya sea que esos actos se hagan presente en ámbitos globales, nacionales, comunitarios o personales. Todos los humanos han sido dotados en forma sagrada. Esto incluye a los niños, los jóvenes, los adultos, los ancianos y los miembros de todas las razas, etnias y religiones.

¿Qué pasaría si adoptamos la libertad religiosa?

La libertad religiosa o libertad de religión o creencia ha sido difícil de adoptar debido a las implicaciones que requiere respecto de cómo vivir y relacionarse con los demás. Pero si se adoptara esta libertad, no habría genocidios, ni conquistas, ni subyugación de las personas, ni dominación ni domesticación de otras personas, ni trata de personas, ni esclavitud, contemporánea o antigua. No habría anexiones territoriales, que deprivan a grupos de personas e individuos de su espacio para vivir y sus recursos.

Los estados no usarán leyes en contra de la blasfemia y leyes contra la conversión para reprender, reprimir, perseguir, encarcelar y asesinar a las voces discordantes. La dignidad de la diferencia sería celebrada si nadie más es perjudicado, herido, humillado y excluido porque creen otra cosa.

si se adoptara esta libertad, no habría genocidios, ni conquistas, ni subyugación de las personas, ni dominación y domesticación de otras personas, ni trata de personas, ni esclavitud.

Por otro lado, el derecho a ser diferente no sería usado para forzar a las sociedades a que legitimen elecciones personales que no estén de acuerdo con las creencias de otras personas. La libertad de creencia jamás debería ser usada para forzar una creencia sobre los demás.

En la esfera religiosa, las religiones mundiales pueden usar el poder de la testificación y la persuasión pacífica para compartir sus convicciones. No puede haber coerción, conversions forzadas o intimidación para evitar la conversión. Los cristianos ensalzarían a Cristo en lugar de elegir las conversiones forzadas y el dominio militar para subyugar a las poblaciones indígenas. La misión, a diferencia de parte de su dolorosa historia, sería tan solo una comisión para testificar del Príncipe de Paz y su llamado a reconciliarse con Dios y con los demás.

Perspectivas de la Biblia

Una dimensión indisputable de la libertad religiosa se revela en el quinto capítulo de la epístola de Gálatas. El apóstol Pablo sostiene que toda la fe cristiana está basada en la idea de libertad. Escribe: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. Repite esta premisa en el versículo 13:

“Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros, porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’”.

En este contexto, el apóstol Pablo completa su argumento con la enumeración de “el fruto del Espíritu”. El objetivo último de la libertad, de la libertad religiosa, y también de las demás libertades, es el amor. De manera más específica y abarcadora, el objetivo de la libertad es el fruto del Espíritu Santo:

amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio”

(Gálatas 5:22-23).

Si se cree en estas cosas; si este árbol madura; si este fruto se hace presente, vemos con claridad que tenemos responsabilidades individuales, interpersonales, sociales, políticas, económicas y espirituales cuyo cumplimiento nos exige actuar. La fe no requiere menos que eso de nosotros.

Personas de muchas y divergentes tradiciones de fe y filosóficas pueden movilizarse para promover esa libertad tan fundamental e indiscutible, para la coexistencia pacífica, para la sanación de las relaciones humanas y para la salud de la sociedad mediante la dignidad de la diferencia.

Traducción de Marcos Paseggi

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